Por Daniel Matamala
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“No me eche a perder el día”, pidió el Presidente Sebastián Piñera al periodista que le preguntó por la renuncia del presidente del directorio de Televisión Nacional. Claro, TVN lleva tiempo convertido en un dolor de cabeza para los gobiernos por un enorme hoyo financiero, bajas cifras de sintonía y despidos obligados.

La salida de Francisco Orrego es el último capítulo de la crisis. Su designación había sido sorprendente: sin experiencia política ni en medios de comunicación, era conocido como el presidente del gremio de las pesqueras y principal defensor de la Ley Longueira.

En TVN, “se movió con la elegancia de un elefante en una cristalería”, según el presidente del Sindicato de Prensa. Empecinado en sacar a como diera lugar al director ejecutivo, Jaime de Aguirre, se trenzó en una batalla con él y con buena parte del directorio, que incluyó la filtración de información interna, y terminó renunciando en una carta en que se queja de que el director ejecutivo tiene una inamovilidad de hecho.

Eso no es cierto. El director ejecutivo y el de prensa pueden ser destituidos con el voto de 5 de los directores, un quórum que evita que los gobiernos los despidan cada vez que sus acciones les incomoden, algo -incomodar al poder- que está en la esencia de la televisión pública.

Orrego fue incapaz de conseguir esos votos, como fue incapaz de conseguir cualquier acuerdo relevante. De hecho, no participó en el pacto para destrabar el financiamiento de TVN, y ni siquiera asistió a las últimas reuniones de directorio.

En pocas palabras, se convirtió en parte del problema. Y lo que la televisión pública necesita hoy es un nuevo presidente que entienda del medio, tienda puentes y genere consensos. Uno que sea parte de la solución.

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