Por Mónica Rincón
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Joaquín Bustos Palma tenía 27 años y un aneurisma cerebral lo mató. Nada puede devolverle a su familia la alegría de tenerlo con vida, pero quienes amaban a este joven deportista merecen respuestas que no han recibido.

Ellos las merecen, también las familias de otras personas más que pudieron tener una nueva vida con la donación de otros de sus órganos: corazón, pulmones, hígado. Porque finalmente sólo pudieron utilizarse los riñones.

El ministro de Salud ha dicho que el sistema de donación es centralista, y es cierto. Pero en no cambiar eso, todas las autoridades de salud -él incluido- tienen su cuota de responsabilidad.

No parece ni suficientemente empática, ni suficientemente  satisfactoria la respuesta del ministro de que en todos los países se pierden órganos por problemas logísticos, aunque sea cierto. Porque además la FACh ha aclarado que su avión sí estaba disponible.

Mañalich agregó que a la hora en que se podía tener el avión ya era tarde. ¿Es así? Conversando directamente con la familia ellos dicen que no: que el cuerpo de Joaquín no entró a pabellón, para que se pudieran utilizar al menos los riñones, sino hasta las 12:15 de la noche y que además nadie les pidió un par de horas extra, sino que se les aseguró que recién al día siguiente podían llegar los equipos médicos de Santiago.

Para que esta triste historia sirva para avanzar, como quiere la familia de Joaquín, es necesario saber qué hay que mejorar, y para ello es indispensable entender qué falló.

Descartar a priori negligencias o fallas de los protocolos, o acotar las fallas posibles, no va a ayudar ni a salvar más vidas ni a que la generosidad de un joven en vida, respetada por su familia, sea todo lo fecunda que podría haber sido. 

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