Este año se cumplen tres décadas de la matanza de Tiananmén. Diez mil muertos y heridos. Ocurrió en China, una dictadura cuyas violaciones a los derechos humanos han sido documentadas por numerosos organismos internacionales. Donde simplemente no hay medios opositores, donde un premio Nobel muere encarcelado, donde no hay libertad de culto, donde el Partido Comunista es el único partido y de elecciones libres ni hablar.
Pero el presidente Sebastián Piñera en su viaje a esa nación nos dice: “Cada país puede tener el sistema político que quiera darse”. No es así. Los chinos no han elegido su sistema político. Ahí Partido Comunista y Ejército imponen sus normas. Ahí Xi Jinping refirmó la Constitución de manera de facilitar su permanencia en el poder sacando los límites de tiempo de la presidencia.
Con otra dictadura, la venezolana, el canciller Roberto Ampuero y el propio presidente Piñera han señalado que los derechos humanos son universales, que no hay espacio para la ambigüedad. Ante China todos sonríen. Pero esa dictadura criticó la entrega de ayuda humanitaria que, junto a otros, Sebastián Piñera fue a dejar hasta la frontera. China, que apoya política y económicamente a la dictadura venezolana junto a Rusia y a Cuba.
No es sólo este gobierno. Transversalmente, salvo excepciones, sobre las violaciones a los derechos humanos en el gigante asiático hay silencio o tímidas protestas. Todos sabemos por qué y algunos, como los senadores José Miguel Insulza o Manuel José Ossandon, lo reconocen: China es muy importante para Chile en lo económico. El principal comprador de cobre, un gigante, la potencia que pelea palmo a palmo con Estados Unidos.
Entonces, mejor, como alguien dijo sobre otros temas, apretar los dientes, cerrar los ojos y callar. Porque tan dictadura como Venezuela o Cuba es China, salvo que negocios, son negocios.
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