Por Daniel Matamala
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Por largo tiempos se ha entendido al crecimiento económico y el cuidado del medio ambiente como fines contradictorios. Es cierto: cuando el crecimiento pasa por explotar recursos no renovables, por depredar el mar o por consumir hasta el límite el agua, esa dicotomía tiene mucho de cierta.

De un lado, entonces, se argumentan los millones de dólares de inversión o los miles de empleos por crear; del otro, la salud de la población, la huella de carbono y el cuidado de la naturaleza.

Pero esa caricatura del codicioso capitalista por un lado y el ecologista hippie por el otro ya no se sustenta. Debemos invertir en energía verde no solo para salvar el planeta, sino porque es un gran negocio y la forma de volver a Chile un país atractivo para invertir.

Las gigantes de la energía ya están poniendo todas sus fichas en el desarrollo solar o el eólico, en todas las cuales Chile tiene ventajas comparativas. Incluso empresas internacionales de otros ámbitos están buscando países con matrices energéticas limpias para bajar su huella de carbono.

Y Chile ya es destacado como ejemplo internacional.


Chile no va a salir de la trampa del ingreso medio sólo exportando concentrado de cobre, harina de pescado y celulosa. Hoy, tal vez por primera vez, estamos en la pole position de una nueva ola tecnológica. De nuestras decisiones depende que tomemos esa ola y no seamos arrastrados por ella.

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