Por Fernando Paulsen
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Reconozco que soy un poco obsesivo a la hora de leer. Leo de dos o tres libros simultáneamente, alternándolos tras el término de un capítulo, o cuando uno se da cuenta que la trama se alarga innecesariamente, para dilatar un final bombástico.

Esto último pasa mucho en los libros policiales antiguos. Los de Ellery Queen o de Agatha Christie, por ejemplo. Y en ellos la cosa tiene lógica. Se trata de un género, denominado en inglés who dunnit (¿quién lo hizo?), donde todo el guión descansa en cómo el detective ordena los elementos pertinentes del crimen, para, por un ejercicio notable de deducción, identificar los patrones, las anomalías, que van a conducir a que revele quién en el asesino.

Los libros que voy a recomendar releer los leí por primera vez antes de tener 18 años. Y los volví a leer en cuarentena, en medio de un ambiente de incertidumbre, de miedo, de no saber todo lo que creemos que debemos saber.

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No son necesariamente libros que te dan esperanza, ni menos de autoayuda, pero en ellos -creo- está la esencia de la humanidad, que a veces se pierde en medio del temor y el exceso de información. Tienen como característica común que, aún siendo libros basados en tragedias, resaltan la humanidad como actor principal de todas sus tramas.

Y como esa humanidad, encarnada en hombres y mujeres de todos los tiempos, enfrentan sucesos naturales y otros provocados por nosotros mismos, para sobrevivir a ellos.

Repito, no son libros para edulcorar la realidad y pasar así un mejor rato. Al contrario, son para constatar que lo que nos pasa no es primera vez que ocurre. Y que cuando el miedo y la incertidumbre imperan, corremos el riesgo de deshumanizarnos a toda velocidad -como ha pasado antes- para buscar el amparo del atajo conveniente, la oportunidad egoísta o el contacto poderoso para no tener que hacer la fila.

Los comparto con ustedes, mis cinco libros para releer en tiempos de pandemia:

1. Crónicas Marcianas

Soy un baboso de Ray Bradbury, lo confieso. Creo que le he leído todo, sus novelas y su impresionante libraco de cuentos. De estos últimos, hay dos que me abisman, uno por la genialidad de su corta trama y, el otro, por cómo se puede transmitir humanidad a través de monstruos, que albergan sentimientos como los nuestros.

Ninguno forma parte de Crónicas Marcianas, pero vale la pena leerlos aparte. El primero se llama La fruta en el fondo del tazón y es un cuento policiaco. El otro es de una comunicación fallida entre bestias: La sirena.

En Crónicas Marcianas, Ray Bradbury narra, en una seguidilla de cuentos breves, la saga de la llegada del ser humano a Marte. Los cuentos no están encadenados entre sí. Pueden ser leídos individualmente, pero, alineados todos, desde el primero al último, retratan una búsqueda de hogar cuando el propio se acaba, se hace inhóspito y cuando también se acaba la esperanza de mantenerlo o recuperarlo.

La ciencia ficción de Bradbury no se basa en ingenios tecnológicos, en instrumentos que te hacen desaparecer y aparecer en otra parte, en vehículos supersónicos en medio de carreteras astrales, o de combates espaciales entre naves con rayos mortales. No, Bradbury nunca deja de tener al ser humano como el protagonista de sus historias. Con sus debilidades y sus fortalezas, titubeante, frágil como pocas especies, y a la vez dominante y autoritario frente al más débil, cuando le dan la oportunidad.

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Crónicas Marcianas es la historia del abandono obligado de la Tierra, debido a la imposibilidad de seguir explotándola sin transformarse en víctima de nuestra propia conducta. Y el libro sucede en una serie de cuentos cortos. Los intentos de los humanos de prolongar su existencia, buscando donde recalar, donde encontrar un nuevo refugio.

El último párrafo del último cuento debió haber sido merecedor del Nobel de Literatura, sólo por esas breves líneas de diálogo del padre y su hijo, ya en suelo marciano. Así como el párrafo introductor de 100 Años de Soledad, de Gabriel García Márquez, es una joya inigualable de talento, que te anticipa y abre apetito como nada:
“Años mas tarde, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía recordaría el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Así también el párrafo final de Crónicas Marcianas sintetiza toda la saga humana, que busca una segunda oportunidad, después de haber deshecho el planeta que llamaban hogar.

2. 1984

El libro más famoso de George Orwell, a mi juicio, no es el mejor. Me gustó mucho más Rebelión en la granja. Pero 1984 tiene un tufillo de adelantamiento extraordinario a su época, donde hoy se discuten varios de los problemas y medidas que aplicaba el Estado todopoderoso del libro y que hoy suenan tan vigentes.

El libro fue inspirado en una visión apocalíptica de Orwell (su nombre real era Eric Blair), proyectando lo que podía ser, a su juicio, un gobierno con los rasgos autoritarios del estalinismo. Orwell, que se consideraba socialista democrático, crea un mundo con tres grandes estados, donde siempre dos están en guerra contra el tercero. Cada vez que cambian las alianzas, los textos de historia se reescriben, para que aparezca que siempre la alianza vigente fue la única alianza.

Mucho se ha hablado de Orwell y 1984 en estos días, porque el libro parece haberse adelantado distópicamente a las fake news de hoy, cuando -en el libro- toda la historia se debe siempre interpretar de acuerdo a las alianzas y acontecimientos del presente. Para lo que existe un Ministerio de la Verdad, que se encarga de fabricar mentiras que acomoden los hechos del pasado a lo que debe conocerse en el presente.

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No es el libro más estimulante de leer por estos tiempos, pero es interesante constatar cómo el control de la humanidad por el poder adquiría en la mente de Orwell, hace ya tantas décadas, una visión que abarcaba a un Gran Hermano que lo veía todo y sabía todo, como anticipándose al canje que muchos están dispuestos a hacer, de ceder libertad a cambio de mayor seguridad.

1984 muestra a una burocracia, eternamente alienada con slogans y reglamentos que deben obedecer. Y a una “plebe” que, sin tener poder, sobrevive todas las guerras y todos los desastres. En una escena del libro se ve al protagonista, Winston Smith, observando por su ventana una mujer pobre que cuelga la ropa lavada para secarla. Ella, mientras cuelga la ropa, nunca deja de cantar.

Winston se dice a sí mismo, mirando a la mujer más desvalida que canta como si fuera la más feliz: “Si alguna esperanza queda, está en la plebe”.

3. Cristo de nuevo crucificado

Nikos Kazantzakis fue un escritor griego que se hizo muy conocido por dos de sus libros llevados al cine: Zorba, el griego y La última tentación de Cristo.

Del libro que voy a comentar también hay una película, titulada en español, El que debe morir, pero que no tuvo ni una pizca del abrumador éxito de Zorba y La última tentación.

El libro retrata la vida de una aldea griega, Licovrisí, bajo el dominio del Imperio Otomano. Cada cierto tiempo, los pobladores de Licovrisí, cristianos, recrean la pasión y muerte de Jesús en época de Semana Santa. De los distintos habitantes, se escogen quienes van a actuar como Jesús, Pedro, Caifás, Juan, Judas, María Magdalena, etc.

La estructura política del pueblo tiene en su cúpula al delegado del Imperio Otomano. En la autoridad local prima el Pope Grigoris, cristiano ortodoxo, que tiene a un consejo de asesores, que junto al Pope tienen la misión de escoger a quienes van a representar a quién en Semana Santa. La noticia sale rápido: el joven Manolios será Jesús; Catalina será María Magdalena, Yannakos será Pedro y así con todos los demás protagonistas de la pasión.

Justo cuando acaban de distribuirse los roles a los actores y actrices de la Semana Santa, se aparece por la aldea un grupo de inmigrantes cristianos, liderados por el Pope Fotis, que acaban de ser diezmados por los soldados turcos, y han debido dejar su aldea y buscar algún nuevo territorio que los acoja, para poder alimentarse y continuar su camino errante en busca de algo definitivo.

Su paso perturba a la aldea, porque se dividen las opiniones sobre si darles ayuda o no. Los actores y actrices que van a representar a Jesús y sus apóstoles en las próximas horas, ya están embebidos de sus personajes, y Mannolios le ruega al Pope Grigoris que los deje quedarse, para que puedan comer.

Lo que sigue es una feroz discusión entre la jerarquía de la iglesia cristiana de Licovrisí, donde ésta revela sus intolerancias a compartir suelo y comida con nadie, a la vez que muestra autoritariamente el ejercicio del poder, manipulando la interpretación de los evangelios, en gran medida porque el Pope Grigoris ve en la facilidad de palabra y actitud cariñosa del afuerino Pope, Fotis, a un rival que puede arrebatarle el control religioso del pueblo.

Los campesinos-actores exigen que los inmigrantes sean alimentados, que no se necesita la autorización del Pope para dar ayuda al prójimo. La respuesta es furibunda: el Pope Grigoris excomulga a Mannolios, quien apela directamente al pueblo, para tender una mano a los necesitados. Terminando el actor que encarna a Judas apuñalando a Mannolios, por consejo del Pope Grigoris.

Décadas antes de los cuestionamientos actuales a la Iglesia, Kazantzakis levanta un clamor moral y teológico contra el poder absoluto, que lee los libros sagrados a voz en cuello cada domingo, pero son incapaces de aplicarlos a la realidad que tienen frente a sus narices.

4. La hora 25

Novela del rumano Constantins Virgil Gheorghiu.

Todo sucede en medio de otro desastre humano, la Segunda Guerra Mundial.

El título no es esperanzador. No es la hora que sigue al fin del día, y que puede hacer de mañana un día mejor. Al revés, como lo pone el autor en el mismo libro, la hora 25 “es el momento en que toda tentativa de salvación se hace inútil. Ni siquiera la venida de un Mesías resolvería nada. No es la última hora, sino una hora después”.

Johann Moritz, el protagonista, observa cómo no puede detener ni enfrentar todo lo que le pasa. Su aldea es invadida por los nazis. El comisario del pueblo, enamorado de la esposa de Moritz, lo denuncia a la nueva autoridad como judío.

A partir de ahí todo es kafkiano. Moritz es enviado a un campo de concentración de judíos, luego a otro. Busca explicar que es rumano, que no sabe ni el idioma, ni las tradiciones ni nada del judaísmo, pero no hay caso. La etiqueta original de “judío” prima ante cualquier duda. La individualidad no manda, es el número, la categoría a la que te asociaron lo que vale.

Más adelante, ya desplazado a Alemania, los nazis le obligan a trabajar como “extranjero voluntario”, lo que motivará que -más tarde- rusos y estadounidenses lo traten como colaboracionista nazi, al liberarse los campos de concentración. Y vuelta a vivir de explicaciones que no se creen, porque el tema son las categorías de personas, no las personas mismas.

La Hora 25 es un choque de humanidad con distintas ideologías, donde estas últimas -enfrentadas a hechos dramáticos -guerras, desastres, pandemias- despersonalizan a la gente, las etiqueta, las califica y las hace padecer el destino que corresponde a la última calificación. No se ve al otro por lo que es, sino por lo que cada cual cree que es. Y la información para determinar esto último es irrelevante que provenga de una mentira, manipulación o error.

En La Hora 25, no hay tiempo para escuchar a Johann Moritz.

5. La Revolución de la Esperanza

Erich Fromm describe muy bien, en el prólogo de su libro, el contexto en que se decidió a escribirlo:

“Escribo este libro como reacción a la situación de Norteamérica en el año 1968. Y nace de mi convicción de que nos encontramos en una encrucijada: un camino nos lleva hacia una sociedad completamente mecanizada, en donde el hombre será el desvalido diente de un engranaje de la máquina, si no es que hacia la destrucción termonuclear; el otro conduce a un renacimiento del humanismo y la esperanza, a una sociedad que pondrá la técnica al servicio del bienestar del hombre”.

1968 es un año clave en EEUU. Involucrado ya sin remedio en la guerra de Vietnam, se comienzan a manifestar muy fuertemente lo que sería denominado como las manifestaciones por los derechos civiles y antiguerra; el movimiento feminista, que resurgía de la mano del concepto de liberación; la disputa política por la Casa Blanca en año de elecciones presidenciales, de donde saldría victorioso Richard Nixon, quien se convertiría en el único presidente de Estados Unidos en renunciar a su cargo, por el escándalo llamado Watergate.

Fromm, sicólogo social y sicoanalista, temía que la fascinación por tecnología se transformara en una cárcel para la individualidad y la libertad. Repetimos, el libro fue escrito en 1968, pero tiene frases como ésta, que Fromm atribuye a Zbigniew Brzezinski, quien durante la presidencia de Jimmy Carter (1977-1981) sería su Consejero de Seguridad Nacional:

“En la sociedad tecnetrónica, el rumbo al parecer lo marcará la suma del apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caerá fácilmente dentro del radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más recientes de comunicación para manipular las emociones y controlar la razón“.

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“¿Cómo fue que ocurrió?”, se plantea Fromm. “¿Cómo llegó el hombre, en la cúspide de su victoria sobre la naturaleza, a ser el prisionero de su propia creación y a estar en grave peligro de destruirse a si mismo?”.

Las preguntas que se plantea Fromm en el libro parecen sacadas de una discusión muy actual: “¿Hemos de producir gente enferma para tener una economía sana? ¿Debe la mayor parte de las personas ser pasivas y dependientes a fin de tener instituciones fuertes que funcionen bien?”.

El libro es corto, dividido en seis capítulos. En el primero define lo que no es la esperanza. No es tener anhelos o deseos, como ansiar un automóvil más grande, cambiar de trabajo o comprarse el último traje de moda. Eso, dice Fromm, es gente con ganas de consumir más, no gente con esperanza. Tampoco es esperanza, dice Fromm, cuando se desea pasivamente lo que se quisiera que llegara desde un punto de vista meramente espiritual, como la salvación, ir al cielo, o cuando se añora desde el puro pensamiento un objetivo político, como la revolución. A eso lo llama Fromm la idolatría del futuro.

Fromm define la esperanza como “una visión del presente en su periodo de gestación”.  Siempre es activa la esperanza, dice, nunca pasiva. Una disposición interna a actuar, cuando se siente que la oportunidad llama a tu acción.

Debe ser uno de los libros más optimistas dentro de un contexto duro. Invita a no perder aquello que , según Fromm, nos define: la idea de que podemos cambiar nuestra realidad si nos proponemos a hacerlo.

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