Columna de Mario Saavedra: “La revolución será televisada… en tu refrigerador”

Por Mario Saavedra

29.10.2025 / 09:59

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Podemos reírnos y seguir adelante, pero conviene pensar qué implican estos cambios. Normalizan la idea de que todo espacio es vendible y que cada gesto genera datos para una campaña.


Últimamente siento que la publicidad me persigue más que el cobrador de parquímetro. Abro el refri y —¡sorpresa! — junto al tarro de duraznos aparece un avisito ofreciéndome detergente. No estoy exagerando: hay refris “inteligentes” que, además de mostrar el calendario y la temperatura, ahora rotan banners publicitarios cada 10 segundos. Aunque se supone que uno puede desactivarlos, es como tener a un vendedor ambulante viviendo dentro de la cocina.

Y como si fuera poco, Apple también quiere subirse a la micro de los avisos. La app de mapas de la manzanita pronto permitirá que restaurantes y locales paguen por aparecer mejor posicionados. ¡Ni pedir direcciones será gratis! El sistema usará inteligencia artificial para recomendarte, por ejemplo, dónde comer el mejor completo. Suena como ese amigo que siempre te lleva al mismo bar porque le regalan la primera ronda.

La invasión no se queda ahí. Microsoft está convirtiendo su app de correo en un “asistente” que te leerá los mails y escribirá respuestas por ti. Claro que detrás del favorcito vendrán sugerencias de servicios de pago y almacenamiento extra. Y las plataformas de streaming hace rato que nos meten anuncios antes, durante y después de las películas. Vamos, que estamos viviendo una versión 2.0 de la feria libre, con vendedores digitales que se instalan en cada aparato.

Esto me recuerda a las micros amarillas de los 90, cuando los parlantes mezclaban cumbia con promociones de linternas con radio. La diferencia es que ahora los vendedores están en nuestros objetos personales y no hay inspector al que podamos reclamar. ¿Hasta cuándo? ¿Será que mañana, al abrir el clóset, un holograma de un político me pedirá el voto?

En Chile llevamos años conviviendo con jingles pegajosos y comerciales cada vez más creativos. Pero ahora la cosa se nos fue de las manos. Hay espacios que deberían mantenerse neutrales: el refri no es un televisor y la app de mapas debería guiarte sin cobrar comisión. Al convertirlos en vallas publicitarias, las marcas traspasan ese límite. Como decimos por acá, “se pasaron pa la punta”.

Y ojo con la trampa: las empresas prometen “experiencias personalizadas” y “recomendaciones útiles”. En realidad, detrás de esa notificación amistosa hay un algoritmo ansioso por venderte algo. Es como ese vecino que parte contándote un cahuín y termina ofreciéndote un emprendimiento piramidal.

Podemos reírnos y seguir adelante, pero conviene pensar qué implican estos cambios. Normalizan la idea de que todo espacio es vendible y que cada gesto genera datos para una campaña. En un país donde hasta los recibos del agua llegan con folletos, ¿vamos a aceptar que nos vendan cosas cada vez que miramos el refri o buscamos una dirección?

Como buen Geek, me imagino el día en que la PDI anuncie sus operativos a través de la aspiradora robot o en que el Metro cobre un extra por viajar sin anuncios. Mientras tanto, queda la ironía como defensa y la información como arma. Saber que empresas grandes están probando estas cosas nos permite reclamar, ajustar configuraciones y elegir productos que respeten un mínimo de privacidad. Y, de paso, reírnos: si la publicidad nos va a perseguir, que al menos nos encuentre con un mote con huesillo en la mano, hablando en la hora del té, sobre la última locura que se les ocurrió a las grandes tecnológicas.