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Mientras en 1838, el histórico naturalista inglés analizaba la biodiversidad del planeta, también reflexionaba sobre una cuestión más íntima: cómo afectaría el matrimonio a su carrera científica.
Mucho antes de convertirse en una de las mentes más influyentes de la ciencia moderna, Charles Darwin se enfrentó a una decisión profundamente personal: ¿debía casarse?
Corría el año 1838 y Darwin, entonces de 29 años, avanzaba en sus investigaciones sobre la naturaleza y comenzaba a formar la teoría de la selección natural tras su viaje a bordo del HMS Beagle.
Pero mientras analizaba la biodiversidad del planeta, también reflexionaba sobre una cuestión más íntima: cómo afectaría el matrimonio a su carrera científica.
Con el método meticuloso que lo caracterizaba, Darwin hizo lo que cualquier naturalista del siglo XIX (o quizás del XXI) haría: escribió dos listas. Una con las ventajas de casarse. Otra con las razones para no hacerlo.
Entre los beneficios, anotó:
“Estas cosas son buenas para la salud”, concluyó, aunque advertía que también representaban una “terrible pérdida de tiempo”.
La lista de desventajas era aún más extensa:
Aun así, según consignó BBC, tras comparar escenarios, escribió una resolución final: “Cásate. Q.E.D.”, usando la sigla latina de “lo que se quería demostrar”.
La elegida fue su prima Emma Wedgwood.
Se comprometieron en noviembre de 1838 y se casaron seis meses después.
Emma no solo fue su compañera de vida, sino también una figura clave para el desarrollo intelectual de Darwin: transcribía sus manuscritos, lo mantenía informado sobre avances científicos, le leía por las tardes y sostuvo la vida familiar mientras él trabajaba.
Juntos tuvieron diez hijos y estuvieron casados hasta la muerte de Darwin en 1882.
Durante sus 43 años de matrimonio, Emma no solo fue un soporte emocional, sino también logístico, médico y hasta editorial.
En un siglo en el que los hombres de ciencia necesitaban libertad para dedicarse de lleno a su obra, Emma creó ese espacio con disciplina y amor.
La decisión de Darwin puede parecer trivial hoy, pero su forma de abordarla revela tanto de su carácter como de la época: el matrimonio era una elección racional, estratégica incluso.
Y para las mujeres, con escasas oportunidades de autonomía, casarse era a menudo el único camino viable.
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