Columna de Ian Mackinnon: Interpelación sin diálogo: los debates de segunda vuelta

Por Ian Mackinnon

11.12.2025 / 10:51

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Quien gane necesitará capital de confianza para ordenar seguridad, reactivar crecimiento y administrar un Congreso fragmentado cuya dinámica ya anticipa costos transaccionales altos. Y ese capital no se construye únicamente con un programa; se construye también con la credibilidad del tono.


Mientras los comandos presidenciales se juegan las últimas cartas para convencer al electorado de cara a la segunda vuelta de este domingo, el país presenció una secuencia de debates caracterizados como “tensos”, “frontales” y “ásperos”. El patrón no es casual: responde a incentivos de campaña. Con José Antonio Kast como favorito en diversas mediciones para convertirse en el próximo Presidente de la República,  Jeannette Jara enfrenta el dilema clásico del retador: para acortar brechas, hay que elevar el contraste y aumentar la fricción competitiva. El estilo le dio resultados hace una semana, pero en la insistencia y posterior retruco de Kast en el debate televisado de la noche del martes se acumula algo más difícil.

El “Primer Foro Social” alojado por Radio Cooperativa el 27 de noviembre mostró el inicio de esa línea: con habilidad, Jara buscó tensionar diferencias y acusar descortesía de su contendor ante cualquier rendija que dejaran las preguntas sobre pobreza, migración y rol del Estado. Pero fue el debate de ARCHI del 3 de diciembre donde la estrategia llegó a su expresión más visible. El intercambio se movió rápido hacia la interpelación directa, con menos espacio para desarrollo programático. Las mediciones postdebate hablaron de un resultado competitivo: Panel Ciudadano UDD mostró que 41% vio ganadora a Jara y 40% a Kast; a la vez, 53% declaró que el debate reforzó su preferencia previa y solo 6% dijo haber cambiado su inclinación. En otras palabras, alta intensidad y movilidad acotada.

Mientras en el debate Anatel del martes pasado la apuesta por la interpelación directa adoptada por ambas candidaturas empujó la conversación al borde de la fricción improductiva. Hubo momentos en que la dinámica se volvió una superposición de acusaciones y respuestas interrumpidas, y el incremento del tono en las preguntas cruzadas terminó reduciendo el espacio de diálogo al punto de exigir intervenciones explícitas de los moderadores para reordenar el intercambio. La escena fue sintomática: más que una disputa de políticas públicas, lo que se vio una competencia por el dominio comunicacional.

Desde una perspectiva de estrategia electoral, el incentivo es claro. José Antonio Kast entra a esta recta final con un posicionamiento de favorito en la percepción pública, y su objetivo racional es proteger ventaja, evitar errores no forzados y sostener un tono de gobernabilidad. Jeannette Jara, en cambio, necesita maximizar contraste, tensionar inconsistencias del adversario y activar un voto de urgencia. En ese contexto, el endurecimiento del intercambio no es un accidente; es una palanca táctica. El debate final, entonces, se convierte en un instrumento de encapsulamiento reputacional más que en una plataforma para promover medidas específicas.

Sin embargo, el costo potencial no es menor. Como lo enseñan investigaciones politológicas recientes, no es el desacuerdo en estas contiendas lo que erosiona la confianza en las gobernabilidad, sino la incivilidad. Dicho de forma simple: el formato puede ser eficaz para capturar atención en el corto plazo, pero deja una factura institucional en el mediano al deteriorar el activo intangible más crítico del sistema: la disposición a creer que los actores respetarán reglas básicas de convivencia y cooperación institucional.

La pregunta entonces no es si los debates “mueven la aguja” en intención de voto —probablemente lo hacen sólo en los bordes—, sino si están contribuyendo a normalizar un estándar de interacción pública donde la política se percibe como una disputa de temperamentos más que de soluciones. Esa percepción importa porque condiciona el clima de gobernabilidad del día siguiente. Quien gane necesitará capital de confianza para ordenar seguridad, reactivar crecimiento y administrar un Congreso fragmentado cuya dinámica ya anticipa costos transaccionales altos. Y ese capital no se construye únicamente con un programa; se construye también con la credibilidad del tono.


Ian Mackinnon es socio y director de Asuntos Públicos de Azerta