Por Guillermo Pérez
LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO

Los debates de las últimas semanas al interior de la derecha muestran que el sector suele caer en una falsa dicotomía. En un lado estarían las convicciones y en el otro las reformas sociales, como si fueran incompatibles. Así parecen comprenderlo incluso algunos candidatos presidenciales del bloque, que actúan como si cualquier cambio implicara asumir los diagnósticos de nuestras crisis enarbolados por la oposición. Esto ha conducido a la equivocada impresión de que es imposible justificar transformaciones estructurales desde las ideas propias del sector. 

No se puede desconocer que la ceguera de buena parte del oficialismo respecto del malestar responde a una lectura parcial e incompleta de la sociedad. Sin embargo, ese déficit no debiese llevar a la derecha a actuar como si la única aproximación posible a nuestros problemas actuales fuera a través de las categorías señaladas por la izquierda.

De este modo, tanto la derecha que asume acríticamente los diagnósticos de la oposición como aquella que ve en la disconformidad social un invento del chavismo son insuficientes para rehabilitar al sector. Aunque estas aproximaciones apuntan a que la división en la derecha se juega entre negar o no el malestar, lo verdaderamente relevante en estos momentos es discutir qué lo define y qué proponemos para responder a él. Por tanto, si el oficialismo pretende abordar bien nuestras múltiples crisis debe construir un diagnóstico propio y a partir de él proponer algunas reformas.

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Uno de los asuntos que ha mostrado claramente esta carencia es la discusión respecto de la familia. Los debates sobre este tema son mucho más profundos que el matrimonio igualitario e implican otros fenómenos muy preocupantes, como madres solteras con enormes dificultades para llegar a fin de mes, niños que nacen fuera del matrimonio, horarios laborales incompatibles con la vida familiar, tasas de natalidad muy bajas y un envejecimiento acelerado.

Todas estas son tensiones a partir de las cuales la derecha puede construir alternativas desde una visión antropológica que no asuma las banderas del progresismo y las agendas identitarias. Es comprensible que los sectores más liberales defiendan estas iniciativas, pero sorprende ver a los grupos conservadores entrampados en estas definiciones cuando la discusión tiene muchas más dimensiones que esa. No se trata de clausurar los debates, sino de enriquecerlos con reflexiones que permitan abordar los múltiples problemas que implica la vida familiar.

En este sentido, es muy sintomático que la primera propuesta del documento de bases programáticas del principal candidato del sector sea la composición de un gabinete paritario. ¿No hay otra forma de abordar estas dificultades? ¿Cómo no va a ser posible hablar de las injusticias que sufren las mujeres y las regiones desde un lugar distinto al que plantea la izquierda? ¿Por qué no aprovechar que la familia constituye un ámbito de reivindicación histórico del sector y proponer desde ahí un programa de fortalecimiento para resolver estas tensiones claves del Chile actual?

Algo similar ocurre con el problema de la violencia y el orden público. El oficialismo suele aproximarse a este tema a partir de medidas que enfatizan la “mano dura”. Pero, a pesar de que el estado de derecho es un aspecto fundamental para sostener la vida en comunidad, la discusión está lejos de agotarse en él.

En este sentido, la derecha, especialmente los sectores más conservadores, podrían aportar una nueva aproximación sobre el problema de la violencia desde su propia visión antropológica. El fenómeno responde no solo a un déficit de los organismos de seguridad, sino también a una falta de sentido y de pertenencia de varios grupos de la población. Así, el nihilismo y los rituales de los viernes en Plaza Italia pueden comprenderse como la manifestación de una crisis moral y espiritual más profunda. En este punto se une esta agenda con la de familia. Una reflexión potente en ese sentido, que asuma tal crisis como parte de su diagnóstico –que ha sido constantemente invisibilizada por quienes romantizan la violencia–, sería un gran avance para enriquecer la discusión. Sin embargo, hasta ahora nada de eso se ve.

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Este silencio se vuelve aún más difícil de comprender si consideramos que los temas de seguridad y familia le acomodan mucho más a la derecha que a la oposición: el primero suele ser evadido por las izquierdas, mientras que el segundo solo les interesa como reconocimiento de la diversidad. ¿Por qué, entonces, no apropiarse de ellos y ofrecer desde ahí agendas robustas que no sean un mero espejo reaccionario del otro lado o una rendición a sus términos?

Asimismo, la derecha también puede plantear reformas sociales desde su propio ideario sin caer en la irresponsabilidad de apoyar los retiros del 10% ni en la negación de los problemas del mercado. De hecho, basta leer a intelectuales como Mario Góngora o Gonzalo Vial –y hoy a otros como Joaquín García-Huidobro, Pablo Valderrama y Claudio Alvarado– para saber que el entusiasmo acrítico con el libre mercado no es algo así como una bandera inevitable de la derecha.

Por lo mismo, más que tratar de mantenerse a flote apoyando la demagogia de esa izquierda que buscó desfondar el sistema de pensiones, el oficialismo debió comenzar a pensar y a proponer las bases de un nuevo pacto social. Ahí tenían a mano la experiencia americana del New Deal, que les permitía plantear un nuevo equilibrio en los poderes de negociación entre el trabajo, el capital y el gobierno sin necesidad de parecer socialistas. También podían recurrir a una comprensión más robusta de la subsidiariedad, que implicara no solo la no injerencia del Estado, sino también su labor activa en otros ámbitos de la vida social. Pero, tal como ha ocurrido en otras oportunidades, los anhelos de cambios profundos al interior de la derecha hasta ahora desembocan en tímidos intentos.

Todas estas tensiones se explican en buena medida porque al oficialismo le ha faltado nutrirse de otras categorías intelectuales y de algunas experiencias alrededor del mundo. Ellas muestran que las alternativas para el sector son mucho más amplias de lo que comúnmente se piensa. Por ejemplo, está la nueva derecha francesa que ha tomado las banderas del medio ambiente, o cierta derecha estadounidense que al mismo tiempo de ser conservadora en lo moral es muy crítica del libre mercado y del modelo de Friedman. De hecho, son ellos los que hoy están dando peleas importantes en contra de los abusos de multinacionales como Amazon, Twitter, Facebook y de la influencia del mundo de Silicon Valley en la vida política estadounidense.

Pertenecer a la derecha no se reduce a las etiquetas que hoy se aplican en nuestro país. También hay otras salidas y combinaciones para enfrentar los problemas políticos y los múltiples desafíos del presente. Es fundamental comenzar a tomar nota de ellas, sobre todo en tiempos donde la falsa dicotomía entre convicciones y reformas sociales parece tomar cada vez más fuerza.

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