Por Paula Escobar
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Mi minuto será para la tolerancia en Chile. O la falta de ella, más bien.

Así lo confirma la última encuesta Bicentenario de la Universidad Católica. El 70% de los encuestados cree que a quienes rechazan por su forma de pensar no se les debería permitir ser profesores de enseñanza básica. De hecho, la mitad de los consultados no estaría dispuesta a dialogar sobre problemáticas sociales con la persona que rechazó por su forma de pensar. Más grave aún, se observa un aumento significativo de esta tendencia respecto de versiones anteriores de la misma encuesta.

Esto tiene un correlato con la alta conflictividad percibida en parte importante de los liderazgos hoy, en que no prima ni la sobriedad ni la apertura al diálogo, ni el respeto por el que piensa distinto.

¿Cómo se le puede pedir a las personas una actitud tolerante si es que esta no se practica en la esfera pública, cada día más saturada de personajes estridentes, hostiles y volátiles?

La misma encuesta muestra la alta percepción de alta conflictividad entre derecha e izquierda, y entre Gobierno y oposición, que alcanza un 81%.

Y nadie está ganando con esto, pues según la última encuesta Criteria, la oposición solo tiene un 12% de evaluación positiva.

En este clima, cunden la parálisis y el bloqueo, así como la sensación de impotencia y división. Los liderazgos que se sientan a dialogar y acordar temen hoy ser vistos como débiles, versus los duros de su propio signo, que son eficaces para capturar ciertos nichos de electores, pero no para constituir mayorías sólidas con electorados más amplios.

Para salir de esta crisis de la tolerancia, de lado y lado tendrán que tener la valentía de dar el primer paso y salir de esta lógica destructiva y autodestructiva. No se puede construir un futuro compartido descartando al que piensa distinto.

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