Por Fernando Paulsen
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El filósofo y escritor español, José Antonio Marina, señala que, si miramos la historia, en los asuntos humanos las discrepancias o enfrentamientos de ideas pueden plantearse en dos formatos: como problema que hay que resolver o como conflicto en el que hay que vencer.

En el problema hay un obstáculo común y, por lo tanto, espacio para dialogar y negociar.

En el conflicto, al otro se le considera un enemigo: a quien se va a vencer, o con quien se va a perder.

Darse cuenta de cuándo se está transitando desde un problema a un conflicto es la madre de todas las prevenciones políticas. No darse cuenta es negligencia o incapacidad de entender la realidad.

Hay una tercera conducta que es incluso peor: cerrar los ojos intencionalmente para no ver. Sea porque conviene no mirar mucho ni dialogar nada, cuando lo que se busca es que el conflicto mande. Sea porque un escenario crispado provoca inseguridad en la toma de decisiones.

Cualquiera sea la razón para esta ceguera voluntaria, el político profesional -esté sentado donde esté- si no se da cuenta de una posible mutación desde un problema a un conflicto, en su caso es un notable abandono de deberes y un portazo a sus representados.

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