Por Fernando Paulsen
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Durante años se explicaban de los más bien las diferencias de los votantes según conceptos relativamente claros: edad, género, lugar de residencia, ingreso promedio, votaciones anteriores, etc.

Sin embargo, desde hace algún tiempo se castellanizó del inglés la palabra Cleavage, para que naciera el clivaje, que es más o menos el grado de cercanía que los votantes tienen a temas o condiciones específicas dentro de los votantes de un partido: cómo se distribuyen religiosamente, de acuerdo al pasado, o frente al tema plurinacional, etc.

Entonces, el clivaje adquirió categoría de concepto recién llegado con apoyo académico y -boom- los discursos y entrevistas se llenaron de clivajes

Hoy parece que estamos ante el nacimiento de otro concepto que queriendo decir mucho, dice muy poco: los bordes. Y toda conversación que se precie ahora tiene que incluir muchas veces la palabra bordes. Y poco se entiende.

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Quizás, más que esconder lo que no se quiere hacer con palabras nuevas, lo que correspondería sería acudir a palabras antiguas a la hora del diálogo y las negociaciones.

Para negociar y dialogar sobre el futuro inmediato ofrezco dos que todo el mundo puede entender: uno de la antigua Roma, sobre lo importante de construir bases sólidas y amplias para que quepan todos: “Aquello que no es bueno para la colmena no puede ser bueno para las abejas”.

Y otro, un proverbio japonés que vale más que un millón de discursos sobre voluntad política: “Quien quiere hacer algo, encuentra un medio. Quien no quiere hacer nada, encuentra una excusa”.

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