Por Matilde Burgos
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Alguna vez el pragmático Henry Kissinger dijo que “hacia donde se inclinara Brasil, se iba a inclinar América Latina” y hoy Brasil ha dado un giro radical a la ultraderecha, que el continente mira con muchas, muchas preguntas y también reflexiones.

Anoche Jair Bolsonaro se convirtió en presidente del gigante con un 55 % de los votos, y no es que los brasileros sean racistas, homofóbicos o aplaudan la tortura. Pero cuando un pueblo está dispuesto a pasar por encima de valores fundamentales, por la rabia que genera la corrupción, el robo, el amiguismo, la coima o el miedo a ser uno de los 150 ciudadanos que diariamente muere asesinado en las calles, la reflexión tiene que ser seria.

Obviamente las necesidades de certezas no son sólo de los brasileños y la rabia y el miedo son terreno fértil para el surgimiento de líderes populistas, fascistas o capitalistas sociales, como plantea Steve Bannon, el ideológo del triunfo de Trump y asesor de Bolsonaro.

Por eso, volviendo sobre el axioma de Kissinger y el liderazgo de Brasil en el continente, Chile ha seguido sus pasos con cierta similitud y más menos con 10 años de desfase. En 1964 Brasil vivió un golpe militar, el ’85 recuperó la democracia, tuvo gobiernos socialdemócratas como el de Henrique Cardoso, socialistas como el de Lula. No es que necesariamente vayamos a repetir su historia, pero en Chile también hay ciudadanos que necesitan seguridad y que junto con defender derechos sociales buscan certezas y un desarrollo económico que les permita conquistar y mantener sus conquistas, más allá de las caricaturas, las ideologías y los personalismos.

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