Por Daniel Matamala
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No es una novedad decir que la élite en Chile es profundamente endogámica, y que suele cerrarse en los mismos apellidos y familias de unos pocos colegios particulares de Santiago.

Pero tradicionalmente, Chile ha tenido también una estrecha escalera de meritocracia: los llamados colegios emblemáticos, liderados por el Instituto Nacional y el Carmela Carvajal, que han sido la vía para que al menos algunos jóvenes talentosos lleguen a altas posiciones, incluso la presidencia de la República.

Las reformas educacionales del gobierno anterior intentaron generar un gran ascensor de movilidad social , con medidas como el fin de la selección y del copago en la educación financiada con fondos públicos. Es una apuesta incierta y de largo plazo, que aún es muy temprano para evaluar en sus resultados.

Pero lo que sí ha ocurrido en el último lustro es un brutal desplome de los emblemáticos. El Instituto Nacional pasó de estar consistentemente entre los 20 mejores de la PSU a caer bajo el puesto 70; el Carmela Caravajal ya ni siquiera aparece entre los 100 mejores, y hay casos todavía más dramáticos.

Las causas pueden ser muchas: se ha mencionado la pérdida de clases por las tomas, el deterioro de la convivencia interna y la disciplina, y la deslegitimación de la selección en el ingreso.

Sea como sea, el resultado es preocupante. Porque en medio de este intento por crear un gran ascensor de movilidad social, se está destruyendo la única escalera, si bien estrecha e insuficiente, que hasta ahora funcionaba para oxigenar el claustrofóbico ambiente de nuestra élite.

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