Por Mónica Rincón
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Ardió la pradera. El presidente de México solicitó a la Corona española y al Vaticano que pidieran perdón por los agravios de la conquista. Y lo que hubo fue indignación y acusaciones. Puede que cada uno aproveche esto para sacar dividendos políticos, pero me parece una oportunidad de reflexionar.

Pedir perdón a los pueblos originarios conquistados y a veces arrasados, no es algo que se deba despreciar y no importa cuánto tiempo haya pasado, sobre todo porque los efectos de las injusticias cometidas se mantienen.

Tiene que ver, como ha dicho la académica Verónica Figueroa, con asumir que parte de la situación de desventaja que sufren hoy estos pueblos que siguen teniendo los peores indicadores de pobreza y en otros ámbitos, tiene más de algo que ver con lo que fue la conquista. Un período donde se dominó por la fuerza, que se desecharon sistemas de vida, formas de organización política, se generaron prejuicios (hasta se dijo que los pueblos originarios no tenían alma) y tanto más. Hay una forma occidental de mirar el mundo, que se impuso sobre la otra. Sí, fue a sangre y fuego, y los Estados modernos también recogieron y perpetuaron parte de esa lógica.

Hasta el día de hoy, en Chile por ejemplo, quienes son parte de esas etnias no están en los espacios relevantes de poder, sus lenguas han desaparecido o no son parte de nuestra cultura.

Pedir perdón a los pueblos originarios es necesario. Así lo entendieron y recomendaron en la Comisión de Nuevo Trato Indígena integrada por el actual ministro de Hacienda Felipe Larraín, hasta Aucán Huilcamán.

Cuando se pide perdón, no lo pide el monarca o presidente de turno. Es el representante de un Estado el que lo pide a nombre de ese Estado, que es una institución que permanece en el tiempo, como permanecen los efectos de los agravios cometidos, aunque hayan transcurrido siglos. El selkman exhibido en un zoológico humano en Europa es el bisabuelo de alguien que vive en Chile hoy.

Si ese perdón se entiende como una nueva forma de relacionarse, de cambiar estructuras de poder, ayuda. Los pueblos originarios son merecedores de gestos, que no son más que eso, pero tampoco menos. Porque la reparación en DDHH es una necesidad permanente.

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