Por Azarías Flores
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“El rey Jaehaerys una vez me contó que la locura y la grandeza son dos lados de la misma moneda. Cada vez que un Targaryen nace, los dioses lanzan la moneda al aire, y el mundo aguanta la respiración al ver de cuál lado cae”.

Las palabras de Jaehaerys I, el Conciliador -el cuarto Targaryen en asumir el Trono de Hierro 200 años atrás del comienzo de la trama de Canción de Hielo y Fuego– quedaron grabadas a fuego en la memoria de un joven Barristan Selmy. Algo que deberíamos recordar nosotros también cuando pensemos en Daenerys.

Y es que la locura de los Targaryen es algo anterior a Viserys, el hermano de Dany.

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Años antes ya estaba Baelor el Santo, quien se privó de comida hasta su muerte -según recuerdan los maestres- para limpiarse de los pecados del mundo. Maegor el Cruel, hijo del Conquistador, usurpó el trono de su sobrino Aegon para luego suprimir la Fe de los Siete montado en Balerion, el dragón de su padre, y terminar muerto -según argumentan algunos- a manos del propio Trono de Hierro. El mismo Aerys II, con el horror que causó a Poniente en sus últimos años, fue un hombre brillante en su juventud, solo para provocar la historia conocida por todas y todos.

Los casos de la Locura Targaryen se repiten en varias épocas del continente, y si fuéramos a hablar de los Fuegoscuro, la casa cadete de los Targaryen, tendríamos para una tarde entera. Historias de Fuego y Sangre.

Por lo mismo, debiéramos ver con cinísmo las actitudes de Daenerys. Pero no dejemos que su historia familiar la condene. Que sean sus acciones las que le acusen.

Falta de muñeca política

Es irrisorio pensar en el universo de Game of Thrones como uno de blancos y negros, pero es justo decir, por lo bajo, que Daenerys no es una mala mujer. Tras una vida de humillaciones, su sentido de la justicia sólo ha sabido crecer. Tiene un corazón noble, que trabaja sin fatiga por los pobres, por los esclavos y desamparados, similar a Tyrion y su debilidad por los tullidos, bastardos y cosas rotas.

Sin embargo, si hay algo que debemos dar por entendido es que un mundo tan brutal y corruptible como este, la voluntad no basta para salvar a los inocentes. Si no me creen, pregúntele a la cabeza de Ned Stark.

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Lo que necesitan los líderes de Westeros son habilidades políticas, estratégicas, económicas. Redes de espías y contacto con asesinos. Jugar el juego de tronos, pero en serio, hacer chocar pobres con lanzas y escudos no tiene ningún mérito. Varys y Meñique lo entendieron a la perfección: sin pares que les ayudaran, uno logró resguardar a la princesa de una dinastía exterminada desde el otro lado del mundo, al mismo tiempo que saboteaba el orden monárquico, mientras que el otro manejó las finanzas de un reino en déficit permanente mientras lo desestabilizaba para sus propios fines. Sin dragones, sin ejércitos, sin mercenarios. Solo papel, lápiz y pajaritos.

Es eso lo que temo le falta a Daenerys. Llámenme conservador y hasta reaccionario, pero acciones como abrasar con tus armas de destrucción masiva a una casa entera (como con los Tarly) o crucificar a la casta que mantuvo el orden en toda una región de Essos (como los esclavistas de Meereen) suena más a una pésima política de guerra a la de una líder y reina justa. No es un tema sobre si se lo merecían o no (spoiler: se lo merecían), sino de qué acciones tienen consecuencias controlables.

El paralelismo con las acciones de su padre

¿Recuerdan qué fue lo que hizo que Eddard Stark adhiriera a la campaña usurpadora de Robert? La muerte de su padre y hermano bajo la orden de Aerys: en un juicio por combate entre los Stark y los Targaryen, el Rey Loco eligió como su campeón al fuego. Mientras Lord Rickard era incinerado vivo en su armadura, Brandon murió estrangulado al tratar de salvarlo.

Daenerys carece de la sádica imaginación de su padre y sus piromantes, pero por su voluntad Tarlys acompañaron a Starks en una muerte de pira viva. Incluso si omitimos el dramatismo de la escena, políticamente sus decisiones fueron igual de desafortunadas. Tyrion mismo le recordó, con el detalle que el tiempo le permitió, las consecuencias de sus decisiones. Ya conocemos el resultado.

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Es en esta misma campaña que Daenerys trajo a un khalasar de cientos de hombres, con tradiciones por lo bajo conflictuantes con las de los ponienti, a luchar su guerra. Hagamos historia: cuando los 12 mil hombres de Tywin Lannister entraron a Desembarco del Rey durante el asalto final de la campaña de Robert, apenas cerradas las puertas de la ciudad el asesinato, saqueo y violación de mujeres se desató a niveles que no dejaron dormir a Ned Stark durante varios años. No creo necesario explicar qué pasó cuando Gregor Clegane entró a la recamara de Ellia Martell, la hermana del tan tristemente célebre Oberyn.

Si de tal masacre fueron capaces los hombres de esa misma tierra, pensar en lo que son capaces los dothraki es preocupante. Para contextualizar mejor, menciono esto: en la serie tuvieron que censurarse, pero en los libros, al momento de que Khal Drogo ‘monta’ a Dany ella tenía 13 años.

La sangre de dragón

Podría detenerme en otras decisiones y acciones que activan las alarmas -su temperamento, su desconfianza en los mejores consejos de Tyrion o su reciente tendencia al incesto-, pero es innecesario. Porque ninguna es de por sí sola un crimen de guerra -dudo que en Westeros aplique el Pacto de San José-, lo que las cohesiona en una locura es la actitud de Daenerys, la de una elegida por el destino, la de una heredera. Solo la sangre del dragón debe gobernar porque los dragones están a la par de los mismos dioses.

Es esta misma actitud la que volvió a Aerys un loco, la que hizo de Maegor un fratricida y a Viserys el de la corona fundida. Los líderes que no se arrodillan ante los dioses, que antes se llamaban Los Siete o R’Hllor pero que en este momento de la historia se llama Game of Thrones son los que terminan flagelados por ellos. Durante la última temporada, Daenerys ha sabido templar sus ansias de justicia para derivarlas en diálogo, ha escuchado a sus consejeros y aceptado las derrotas con la cabeza más o menos fría.

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Sin embargo, su llamado a la grandeza sigue ahí, ardiendo como el primer día. ¿Lo peor? Es que, en alguna manera, lo necesita: si no tuviera nada, terminaría empalada como Ned Stark; si le sobrara, acabaría muerta como Robbert Baratheon; si la acompañara de una cabeza calculadora, sería otra Tywin Lannister. Es casi como si la política fuera algo complejo, ¿no?

Bajo ningún punto quiero decir que Daenerys sea un mal personaje: ha recorrido un viaje del héroe maravilloso, tambaleando constantemente entre la redención de su casa y el impulso de la violencia. Pero sí su historia de underdog, de zero-to-hero, ha encandilado -en el mal sentido- a varios fanáticos. Dudo qué tanto desarrollo de eso podamos ver con la amenaza de los caminantes blancos, pero tengo la certeza de que veremos las repercusiones de la octava temporada en algún formato.

Si es que Daenerys sobrevive, obviamente.

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