Columna de Mario Saavedra: TikTok, la “micro de la China” y el pasaje a la geopolítica que pagamos nosotros

Por Mario Saavedra

30.09.2025 / 18:26

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Esta red, que nació para el simple ocio y la distracción instantánea, se ha convertido, de pronto, en el centro de una pataleta geopolítica con más rabia que un chileno haciendo la fila para el registro social de hogares o tratando de recargar el pase escolar a fin de mes.


Que levante la mano quien no se haya quedado pegado anoche, con el celular a centímetros de la nariz, viendo videos de gente bailando, recetas de pasteles imposibles o reviews de productos que no necesita. Sí, estoy hablando de TikTok, la red social que, si fuera el sistema de transporte público de Santiago, sería la línea más nueva, más rápida, y la que tiene el motor más potente y, a estas alturas, la que más gente lleva adentro. Es un cohete, pero con un chofer que no conocemos bien.

La cosa es que esta red, que nació para el simple ocio y la distracción instantánea, se ha convertido, de pronto, en el centro de una pataleta geopolítica con más rabia que un chileno haciendo la fila para el registro social de hogares o tratando de recargar el pase escolar a fin de mes.

La noticia de hoy es que el “Señor Trump” (o quien ocupe la oficina principal en Washington) está apurando un acuerdo para que TikTok deje de ser, en esencia, “la micro de la China” y pase a ser “la micro del Tío Sam”, o al menos, de sus aliados. ¿El motivo? “Seguridad Nacional”.

La Pataleta del Imperio: “Si no es mía, le pongo un Pitbull”

Dicen que el Gobierno chino, a través de la empresa matriz ByteDance, está utilizando la aplicación para espiar a millones de ciudadanos occidentales, recolectar datos a una escala industrial y, de paso, usarlos para influir en nuestra opinión pública o en los procesos electorales.

Mira tú. Como si la CIA, la NSA o el Tío Google no supieran ya el número de calzado de tu perro, tu playlist de Spotify o la hora exacta en que pides delivery. La verdad de la milanesa es que a Estados Unidos le da urticaria que una empresa que ellos no controlan tenga tanta influencia en la mente y el tiempo de sus jóvenes. Es el miedo de que el algoritmo chino sepa más de sus ciudadanos que ellos mismos. No es solo espionaje, es influencia.

Es la vieja historia de la rivalidad entre potencias, pero en versión digital: “Si no puedo controlarte, te obligo a venderte. Si no, te pongo un Pitbull en la rueda y te dejo parado”. La jugada de Trump es simple y directa: o el código de TikTok pasa a manos occidentales (léase, vigilancia con bandera gringa), o la red se arriesga a un “portonazo digital” y al bloqueo total. Esto es, ni más ni menos, que la guerra fría tecnológica desatada con la excusa del entretenimiento.

Para entender la gravedad del asunto, dejemos de lado el baile de los challenges y pensemos en la infraestructura más vital.

Si nuestra red de telecomunicaciones fuera el sistema de agua potable del país (pensemos en nuestra querida Aguas Andinas), la matriz china de TikTok tiene las llaves de paso de una tubería gigantesca que va a millones de hogares. Esta tubería no solo te lleva contenido (agua); también registra la presión, el caudal y la calidad del agua que consumes a diario. Es decir, tus datos.

Cuando Washington presiona para que la empresa cambie de dueño, no está pensando en si el último trend viral te hace gracia. Está pensando en que ese algoritmo podría usarse para manipular a escala masiva las percepciones sociales y políticas. Si una empresa gringa se adjudica la concesión forzosa, el fontanero original se va, pero el riesgo no desaparece, solo cambia la bandera del espía. Lo complejo es que el código que determina qué ves, qué no ves, y por cuánto tiempo te quedas pegado —el poder de censura indirecta o de influencia masiva— permanece, ahora bajo otro dueño geopolítico.

Además, esta obsesión por el control no hace más que aumentar la desigualdad. Estamos en medio de una revolución en la que, como señalan los expertos, el 49% de los trabajos están en riesgo por la automatización. Las empresas invierten en IA para reducir costos salariales, no siempre para aumentar la productividad agregada. Es decir, los dueños del capital y los sectores tecnológicos se enriquecen, mientras los trabajadores quedan fuera de la renta nacional. La pelea por TikTok es solo la guinda de la torta de un problema mucho más profundo: la tecnología sin ética que erosiona el tejido social y acentúa la desigualdad.

El Pasaje de Vuelta y la Fragmentación

Esta pelea sienta un precedente funable. Los gobiernos están usando la “Seguridad Nacional” como una excusa flexible y poderosa para fragmentar el internet y convertirlo en un patio trasero cercado. Poco a poco, la idea romántica de una web global e interconectada se diluye. Terminaremos con una internet como si fuera una junta de vecinos mañosa. Tendremos la “Internet de Occidente” (la de los gringos y sus amigos) y la “Internet de Oriente” (la de China y los broca).

¿Y nosotros, los latinoamericanos, los que no somos ni Beijing ni Washington? Quedamos, una vez más, como ese pariente que ve la teleserie en living, preguntándose a qué bando unirse mientras come cabritas. Nuestra falta de legislación digital sólida nos deja como territorio abierto a la explotación de datos por cualquiera de los dos lados.

Deberíamos dejar de ser espectadores y empezar a preguntar con urgencia: ¿Quién protege nuestros datos, nuestra soberanía y nuestra salud mental de AMBOS gigantes?

La moraleja de esta historia es que la tecnología es siempre neutral, pero la usan gobiernos y empresas con intereses propios. Y en esta “micro China”, el pasaje es caro, y lo estamos pagando con nuestros datos y nuestra soberanía digital.

¡A ver si nos despertamos antes de que, en esta guerra de gigantes, nos dejen botados en otro paradero!


Mario Saavedra, conocido como @MacGenio, es especialista en temas de tecnología y cultura digital.