En un contexto de represión y silencio forzado, la dirigente de la Población de La Bandera alzó la voz por las víctimas de la dictadura, exigiendo justicia para los detenidos desaparecidos, la liberación de los presos políticos y el fin de la pena de muerte.
En abril de 1987, en un momento histórico marcado por la represión y la censura, Luisa Riveros, una dirigente de la población La Bandera, se convirtió en una de las figuras más emblemáticas de la resistencia social cuando denunció, frente al Papa Juan Pablo II, las violaciones a los derechos humanos que sufrían los chilenos a manos del régimen militar.
La histórica intervención tuvo lugar en el parque La Bandera, a la salida del metro San Ramón, en una de las visitas más esperadas del Pontífice.
Sin embargo, en ese contexto, lo que se esperaba fuera una visita de “legitimación” del régimen se transformó en un acto de valentía y verdad.
El hecho se recuerda y conmemora hoy, tras la muerte de la Riveros durante la madrugada de este sábado.
El coraje de Luisa Riveros
La mañana de esa visita, Riveros se encontraba en su hogar en la población La Bandera. Tras recibir el discurso que debía leer, reescribió su contenido, en un claro mensaje de resistencia.
Así, con plena conciencia de la magnitud del momento, preparó sus palabras.
“Como cristiana y pobladora vengo a contarle nuestras penas y nuestras pocas alegrías. Somos madres y esposas que buscamos el bien de nuestras familias, pero esto que parece tan sencillo es bien difícil para nosotras, por la cesantía y los bajos sueldos. Queremos una vida digna para todos, sin dictadura (aplausos), por lo mismo, vamos a visitar a los presos políticos y a los torturados, pedimos que se haga justicia y que vuelvan los exiliados. Acompañamos a los familiares de los detenidos desaparecidos y queremos que se nos escuche y se nos respete. Santo Padre, hay 14 presos políticos en pena de muerte, a usted como mensajero de la vida, queremos pedirle todo Chile, que diga no a la pena de muerte”, recogió la Coordinadora Feminista 8M.
Con estos dichos, la dirigente no solo reclamó por la justicia para los detenidos desaparecidos, sino que también le pidió al Papa, como representante de la vida y la justicia, que interviniera en favor de aquellos que se encontraban en prisión, muchos de ellos condenados injustamente, y en contra de la pena de muerte que el régimen seguía aplicando.
Su legado
El acto de Riveros ante el Papa fue uno de los momentos más trascendentales de la visita de Juan Pablo II a Chile.
Su intervención se convirtió en un grito de esperanza para aquellos que durante años vivieron bajo la constante amenaza de represión, tortura y muerte.
El coraje de Luisa Riveros resonó mucho más allá del contexto político-religioso de la visita, transformándose en un símbolo de la lucha por los derechos humanos.