Columna de Jorge Jaraquemada: El misterio de la candidata que olvidó ser comunista

Por Jorge Jaraquemada

27.08.2025 / 18:47

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Al apostar por la innovación tecnológica y la colaboración entre los sectores público y privado, Chile tiene la capacidad no solo de superar sus desafíos actuales, sino también de trazar un camino hacia la prosperidad duradera y una posición destacada en la economía global del siglo XXI.


En política, la identidad no es un accesorio intercambiable según la utilidad coyuntural, sino un elemento definitorio de la credibilidad. Por eso resulta tan artificial el esfuerzo de la candidata presidencial Jeannette Jara por presentarse como parte de la centroizquierda, camuflando su militancia comunista y su rol protagónico como senescal de la ortodoxia ideológica de ese partido.

Ella no es una novata en la arena pública, pues ha ocupado cargos estratégicos en gobiernos y en la orgánica del PC, y su trayectoria incluye la apología sin matices de posiciones que hoy —con repentina reluctancia— intenta negar o relativizar. Y lo hace con un desparpajo que sorprende al electorado informado: donde antes hubo afirmaciones categóricas y convicciones combativas, ahora se insinúa tibieza.

El problema no radica únicamente en la metamorfosis discursiva, sino en lo que revela. Esto es, una estratagema para atenuar una fisonomía que, en su versión original, incomoda a un sector importante de la ciudadanía. El PC nunca ha mostrado vocación de centro y su historia, incluso reciente, está marcada por la defensa de regímenes totalitarios, crueles y sanguinarios; la justificación de la violencia política; y un programa económico fuertemente interventor y estatista.

Constituye, por tanto, un verdadero ejercicio de prestidigitación que, en pleno año electoral, ella intente situarse bajo el alero de una centroizquierda que jamás ha representado. Esta maniobra no busca tender puentes ideológicos, sino diluir los costos de una militancia que, por más que se suavice, sigue respondiendo a una estructura partidaria cerrada y vertical.

Igualmente perturbadora es su facilidad para desconocer o reinterpretar sus declaraciones previas, amparándose en supuestos errores, la literalidad de sus dichos o meras imprecisiones. La integridad política exige asumir la propia biografía, no reescribirla según la conveniencia del momento. Cuando un candidato es incapaz de reconocer con franqueza lo que ha sostenido —y explicar por qué ha cambiado de opinión, si es que lo ha hecho—, está comprometiendo no solo su coherencia personal, sino también la confianza en su capacidad de liderar con transparencia.

Detrás de los discursos prefabricados suelen esconderse agendas intransigentes, y la experiencia latinoamericana ha sido pródiga en ejemplos de liderazgos que prometen prudencia para luego ejercer el poder con rigidez ideológica. En el caso de Jeannette Jara, su actual reticencia a exhibir su credencial comunista no soslaya su pertenencia a un partido que ha sido, en múltiples ocasiones, refractario a condenar la violencia y a aceptar las reglas del Estado de Derecho.

La contienda presidencial no puede reducirse a juegos de imagen ni a simulacros de mesura. Chile necesita saber si la candidata que hoy se autodefine como de centroizquierda seguirá, en caso de ser electa, respondiendo a la disciplina leninista del PC o si estará dispuesta a emanciparse de esa férrea obediencia. Esta pregunta no admite respuestas crípticas ni ambivalentes: un sí o un no, sin subterfugios, sería suficiente.

La democracia reclama a quienes aspiran a gobernar que lo hagan desde la verdad de su identidad y no desde una máscara electoral. En tiempos de crisis de confianza, camuflar las convicciones es un acto de deslealtad ética y política. Y en el caso de Jeannette Jara, ese ardid puede encubrir un patrón tristemente conocido en América Latina: prometer moderación en la campaña para luego imponer, desde el gobierno, la versión más áspera e inflexible del ideario comunista.