Por Álvaro Vergara
CNN CHILE / AGENCIA UNO
  1. Desde los inicios de nuestra República han sido principalmente las élites dirigentes las que han tendido a separar la nación en dos o más polos antagónicos. Las primeras divisiones se remontan a los albores de nuestra vida independiente: carrerinos vs o´higginianos; santiaguinos vs penquistas o pelucones vs pipiolos. Todos estos conflictos terminaron con traiciones, tomas de poder, exilios, fusilamientos y, en el caso del último, en un derramamiento de sangre en Lircay. La suerte de sus líderes no fue muy diferente: Carrera murió fusilado, O´Higgins en el exilio, Portales acribillado. Lo mismo se repitió con la guerra civil en 1891 y con el golpe militar en 1973, que si bien fueron procesos con distintas fisionomías y particularidades propias, a ambos los une el hilo conductor de una fractura social de grandes proporciones.
  2. Hoy nuestras élites vuelven a caer en algo parecido. Algunos medios de comunicación, columnistas, empresarios y rostros públicos han tendido a incitar al odio entre nosotros mismos. Cada vez se torna más difícil poner freno a la situación. Suele ocurrir que, cuando se instalan las lógicas identitarias de bandos y dicotomías entre buenos y malos, es posible entrar en una espiral que va involucrando más y más personas. Nadie quiere quedar en solitario. Así, un movimiento centrífugo de odio y polarización nos está terminado de apresar en sus garras y no sé ve ninguna salida, por ahora. Cuidar la democracia, sus formas y los mínimos de respeto, por tanto, parecen ser las tareas más importantes. Es por eso que en estos momentos cruciales debemos ser en extremo cuidadosos con el daño que puedan ocasionar nuestras palabras.
  3. Los pilares fundamentales que sostienen un orden político tolerante y plural se están debilitando. Durante estas elecciones, por ejemplo, algunos medios de prensa, más que funcionar como herramientas informativas confiables, han tendido a transformarse en plataformas de “antipropaganda política”. Por momentos, han dejado de ser fuentes de acceso confiables para convertirse en destructores de campañas y, por cierto, de la persona del candidato. Un verdadero matonaje. Los grados de imparcialidad requeridos, parecieran no ser un estándar de referencia. Algunos sitios, en sus representaciones más duras (de izquierda y de derecha), se han vuelto verdaderos pasquines enfrascados en una “guerra a muerte” contra el rival. Si el lema del famoso diario revolucionario de Vladimir Lenin, la “Iskra”, era que “una chispa puede encender la llama”; bueno, algunos de los nuestros están con un lanzallamas incendiando las ruinas de un país herido. Se dejan afuera del análisis por ahora a los famosos matinales, que suelen ser el desastre, el morbo y el dinero hecho pantalla.
  4. Los columnistas e intelectuales públicos también deben hacer su propio “mea culpa” por el grave momento que nos afecta. Son ellos los llamados a realizar diagnósticos elaborados y precisos —¿pues si no quiénes?—. Son ellos los que, generalmente, detentan los espacios temporales y las condiciones materiales adecuadas para desarrollar teorías sofisticadas. Sumarse al griterío de la masa, por tanto, es un error garrafal. El problema, es que cómo observó el sociólogo francés Raymond Aron, en momentos de revuelta, los intelectuales —contrarios a su labor— tienden a aplaudir el desastre, las conductas exageradas, y la fuerza ilegitima de unos sobre otros. En vez de calmar los ánimos, acrecientan las ilusiones de las masas, creyendo, ilusamente, que serán aceptados luego como uno más de ellos. Que les recordarán el gesto. Es por eso que ahora son pocos los valientes que van en contra de la polarización. El “amarillismo” decía Cristián Warnken, se perdió y vaya que lo necesitamos. Hoy parece que lo más importante es sucumbir a la presión: sentirse parte de algo. No vaya a ser después que te lo recriminen (o te lo cobren).
  5. Las redes sociales también han jugado un rol importante en la polarización. No se piense sólo en Twitter —que es un nicho reducido—, sino también en otras plataformas de recreación tales como Instagram, Tiktok, Facebook, Youtube, etc. Con casi toda la población inmersa en estos nuevos pasatiempos, los intentos de división nunca terminan: muchos, buscando el descanso y el contacto con sus amigos y familiares, vuelven a caer una y otra vez en alguna propaganda insidiosa, y muchas veces poco sofisticada. En funas baratas contra el que no piensa igual. Las restricciones en la escritura. La idiotización del lenguaje. La lógica de pandillas. Los logaritmos, “trending topics”, los “bots”, y nuestra adicción a los dispositivos portátiles, parecen dejarnos poco tiempo para respirar. Muchos de estos elementos y otros más, nos dificultan el rescate de puntos importantes en el “rival”; en encontrar algo valioso en su posición. Nos cerramos así en nosotros mismos, con gente que piensa similar y, luego pagamos con la misma moneda que los “contrarios” lo hicieron a nosotros: con intolerancia.
  6. Los actuales candidatos presidenciales y sus círculos cercanos no lo hacen mejor. Mediante sus discursos extremamente ideologizados, descalificaciones mutuas, distorsiones y falsas verdades, suelen estimular todo lo expuesto. A través de sus instrumentalizaciones y polémicas enervan las lógicas descritas: es más, las alimentan para no morir. Actitudes infantiles y medias verdades dan el afrecho para sostener a la devoradora publicidad, reina del mundo contemporáneo: visitas, “likes” y “retweets”. “Democracia de espectadores” le llamaba a esto el filósofo Byung-Chul Han. Es un orden donde aparte de necesitar consumir lo que sea, requerimos ser parte de un bando, para así encontrar nuestra identidad. Para definirnos a nosotros mismos, primero debemos definir al enemigo. Para hacer algo “valioso” debemos satisfacer a los nuestros.
  7. Hemos ido así transformándonos en “El país del odio”. Sin un centro político y tolerancia al disenso, con una fuerte crisis de legitimidad que no hemos sabido cómo combatir —es poco probable que la Convención constitucional lo revierta—, con una economía estancada desde hace aproximadamente 10 años y con la pobreza tocando la puerta de las clases medias, el extremismo gana más y más terreno. Basta que las élites de izquierda y derecha, que nos siguen dividiendo a nosotros de nuestros amigos y familias hasta el paroxismo, sigan haciendo improbables los acuerdos transversales que las mayorías necesitan. Basta de descalificaciones.

O logramos poner paños fríos de alguna forma o llegará un quiebre. Y no es exagerado advertirlo: este puede llegar más temprano que tarde.

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