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Mi minuto de confianza se lo dedico a las mujeres y víctimas de la violencia en Chile, que cuesta tanto que encuentren justicia y reparación a su dolor. Me refiero al caso de Martín Pradenas, cuya sentencia por el suicidio de Antonia Barra fue anulada por la Corte Suprema, debido a las declaraciones imprudentes de uno de los jueces.

Su familia deberá revivir el vía crucis de un proceso desgastador y devastador. El caso de Antonia Barra, quien se suicidó después de haber sido violada por Martín Pradenas, conmocionó al país e incluso motivó la creación de una ley en su nombre. Pero ello no ha impedido que el proceso se tenga que repetir, y con ello el dolor de quienes la quieren.

Y me refiero también al caso de dos niñas violadas por un sujeto en Curicó, que fue considerado culpable por la justicia de Chile, condenado a 7 años, pero que se escapó hace un mes al conocer el veredicto, sin que se sepa dónde está.

El sujeto se encontraba con arresto domiciliario luego que la Corte de Apelaciones de Talca le revocara la prisión preventiva. Se trata de Agustín Felipe O’Ryan Soler, de 20 años, quien fue condenado por dos delitos de connotación sexual registrados durante una fiesta en Curicó en agosto de 2012.

Las dos niñas, menores de edad, que lo denunciaron y lo llevaron a la justicia, y que lo halló culpable, son quienes temen hoy por salir de sus casas. La palabra revictimización se queda corta para describir lo que viven.

Las víctimas de violencia y sus familias, deben vivir una revictimización permanente, mientras quienes las han dañado en los más profundo utilizan recursos judiciales para dilatar o simplemente escapar de la acción judicial.

Es el mundo al revés, urge una ley de violencia integral para las mujeres que ayude a protegerlas de situaciones como las que están viviendo ellas y sus familias. Sobre todo urge que las instituciones mandatadas a hacer justicia y reparar, funcionen.

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