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El mundo de nuevo nos recuerda que la democracia es frágil. En Brasil, por primera vez desde el fin de la dictadura, los jefes de las Fuerzas Armadas renuncian y es removido el ministro del área.

Ocurre en medio de deseos de Jair Bolsonaro de instaurar un Estado de Sitio, de sus intentos de buscar apoyo militar a una gestión cuyo apoyo hoy no supera el 31%. Ocurre tras el cambio de seis ministros y la llegada de un glorificador del golpe de Estado a esta cartera de Defensa, un golpe de Estado del cual justo hoy se cumplen 57 años.

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La economía tuvo su peor contracción el 2020 en más de dos décadas y los políticos miran con incertidumbre las elecciones del 2022 que podrían enfrentar al retornado Lula con el actual mandatario: receta perfecta para agudizar la ya fuerte polarización.

Días duros para Brasil. Seis mil personas esperan por una cama UCI. 100 mil se contagian con COVID al día, y los muertos ya superaron los 320 mil. Y en el futuro, cada jornada podrían fallecer cinco mil personas según un estudio de la Universidad Fluminense.

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Como dicen muchos expertos, casi un laboratorio de una nueva variante que se expande velozmente, que tiene nuevas mutaciones, y pone en riesgo al continente gracias al negacionismo del Bolsonaro, quien sólo hace unos días instauró un comité de crisis.

“Basta de quejas! Hasta cuando van a seguir llorando?”, preguntó con su habitual tacto Bolsonaro. La respuesta es clara: hasta que no tengan que llorar a miles de muertos por COVID, hasta que la corrupción sea excepción y no una norma transversal de todo el arco político, hasta que la democracia sea fuerte y se haga costumbre.

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