Por Daniel Matamala
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Ya es un lugar común decir que las guerras del futuro no serán por el petróleo, sino por el agua. De hecho, ya es una realidad, con varios estudios que muestran cómo la escasez de agua es un factor en disputas bélicas en lugares como África y Medio Oriente.

En Chile, también es un problema de hoy. 61 comunas, en que viven más de 2.600.000, están afectadas por la escasez de agua. El uso intensivo de la minería, la agricultura y la urbanización suma estrés a un recurso cada vez más escaso por el cambio climático y el avance del desierto.

Por eso la discusión sobre el Código de Aguas es de primera importancia. De un lado, es cierto que debe haber certeza sobre esos derechos, porque los grandes proyectos mineros y agrícolas necesitan el agua para poder hacer inversiones. Entonces, entregar derechos a perpetuidad podía parecer una buena idea hace 30 o 40 años, pero ahora el escenario ha cambiado y seguirá cambiando en los años que vienen, y de manera dramática.

Una discusión en que chocan poderosos intereses y el lobby de los gremios involucrados, y también de especuladores que se han enriquecido con estos derechos que obtuvieron de manera gratuita. Por eso es indispensable que la discusión en el Congreso se haga con transparencia y escuchando a todos los afectados.

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