Por Mónica Rincón
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Nueve mujeres acusaron a Plácido Domingo, el poderoso cantante de ópera, de acoso sexual. Insinuaciones, llamadas nocturnas, premios y castigos.

La denuncia es grave porque apunta a alguien con enorme influencia en el mundo lírico, alguien que podía hundir o elevar carreras ajenas. Las mujeres sostienen que él exigía favores sexuales a cambio de ayudarlas o que las castigaba si ellas no accedían a sus peticiones.

Preocupante la respuesta del tenor español: que él siempre pensó que sus interacciones eran bienvenidas. Aún si le creyéramos a él, es grave porque quiere decir que tenía cero conciencia o le importaba nada lo inapropiado de relacionarse con subordinadas o con mujeres sobre las que tenía poder, lo que sí es un hecho.

“Cómo se le dice que no a Dios”, es algo que Domingo debió tener claro y que hoy día declara una de las denunciantes. Ahora, si es culpable, pero aún, por la mentira, por su poca empatía, nula capacidad de reflexión y contrición y por una conducta delictual.

Pero aún más allá de la denuncia, lo que a todos debiera indignar son las reacciones de algunos como el crítico de ópera Javier Bernales. De manual, machista.

Quitándole gravedad, diciendo que el artista era “picaflor”, desconociendo la posibilidad de ser víctimas frente al famoso cantante, desentendiéndose de la influencia que tenía, culpando a las denunciantes de beneficiarse en sus carreras y sosteniendo que, o les gustaba como persona, o aprovechaban la oportunidad. Argumentando que no debe haber habido acoso porque Domingo tuvo, dice el crítico, las mujeres que quiso. De manual, machista.

Pero resulta que quien es rico, no por eso nunca será ladrón. Quien quiere avanzar en su carrera, no por eso es una interesada.
Ojalá aprendamos de una vez que el miedo de perder una carrera, de sufrir represalias, el paralizarse frente a eso o ceder, no quita a nadie su carácter de víctima. Porque como bien dijo una denunciante, “¿como se le dice que no a Dios?”.

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