“Donde me pongai, no te voy a defraudar”: La metamorfosis de Rubio, desde el under chileno al mundo
Por Camila Morandé
29.09.2025 / 22:00
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Rubio es el proyecto de autoría de Francisca Straube: composición, producción y puesta en escena. Tras Miss Garrison (2009–2018), publicó tres discos entre 2018 y 2023 y desarrolló un formato en vivo ampliado. Su cortometraje "Nacimos Llorando" fue nominado al Latin Grammy 2024 y su agenda reciente incluye una sesión próxima a estrenar en Tiny Desk y Lollapalooza Chile 2026.
Los primeros lienzos de la relación de Francisca Straube (37) con la música se remontan a fines de los 90, justo después de una celebración de Año Nuevo en Colina. Había asistido a una fiesta junto a sus padres (a quienes describe como “medios hippies”) y ya estaba amaneciendo. Algunos adultos dormían, otros seguían despiertos.
Presa de la curiosidad típica de una niña de 11 años, se sentó frente a una batería montada que quedaba como huella de la banda en vivo que animó la fiesta de los adultos horas antes. Sonaba música “envasada” y, por puro instinto, empezó a tocar encima. El baterista del grupo seguía en pie, y gratamente sorprendido, le dijo a su papá: “Oye, tiene ritmo igual… Como para no saber”.
Ese guiño fue la chispa.
Ella salió del trance “alucinada” y con un mantra simple: “¡Quiero una batería, quiero una batería, quiero una batería!”. Los padres, en tanto, pusieron condiciones. “Primero, métete a clases”, recuerda que le asignaron como primera instrucción. “Vemos si tenís dedos para el piano y ahí vamos cachando. Paso a paso”.
De ahí en adelante, todo fue método y obsesión: “Yo era muy metódica. Me cambié a jornada de mañana en el colegio para tener clases de batería en la tarde. Aprendí a leer partituras. La música era donde me iba increíble”.
Pero el resto de la logística escolar, admite, era otro tono: “Me echaban de clases; era muy inquieta, andaba todo el rato percutiendo en las mesas”, admite.
Pero el lenguaje, sin embargo, ya estaba escogido. “La música es un idioma”, dice, antes de recalcar: “Cuando erís chico, aprender un instrumento es lo mejor: eres una esponja”.
Al ver su compromiso y talento, sus padres finalmente cedieron a comprarle una batería. Francisca la instaló en la cocina, armó una “sala de ensayo” y comenzó su primera banda casera con un vecino que le mostró a Silvio Rodríguez y Nirvana. Ella aprendió a quererlos por igual, entre casetes con remezclas caseras; mientras, al mismo tiempo, hacía de Colombina Parra su principal referente femenino.
“Yo soy cero hater con la música. Puedo disfrutar una canción de Britney Spears y puedo disfrutar una de Mozart. Hay cosas que me gustan y cosas que no me gustan; sí, obvio, y puedo encontrar algo muy bueno y que no lo escuche. Pero nunca he dicho, ‘Ah, esto está malo’ o ‘esto es superior a esto’. Nunca he sido hater. Porque escuchaba a Silvio, Nirvana, después agro metal; Korn, Slipknot, Deftones. Pero también new age, Deep Forest, por mi mamá. Y mi papá era rockero y de música clásica. Me gustaba Led Zeppelin”, señala.
Y siguiendo ese mismo estilo, con 13 años recién cumplidos, sacó su primera canción en batería: Pearl, de Janis Joplin. “La toqué en un bar para el cumpleaños de mi papá”. Hoy, entre bromas, define esa experiencia como su “primer concierto solista”.
Con posters de Nirvana en las paredes de su pieza y su Unplugged como Biblia doméstica, durante la primera etapa de la adolescencia encendía velas para tocar la batería encima. Fue así cómo la fantasía del ídolo del grunge (por aquel entonces, ya fallecido) le mostró otra verdad íntima: “Yo me creía Kurt Cobain. Ahí también empecé a cachar que era mega gay. Porque no era como que me gustaba él… quería ser él, ¿cachai?”, analiza.
El camino ya estaba marcado: estudiar Música y Composición en UNIACC, donde no tenía home studio como sus compañeros; entonces resolvía presentando las tareas en vivo. La desventaja técnica se convertía en sello. “Los profes decían: esta hueona es demasiado creativa”, señala, entre risas.
Ahí llega el primer empujón vocal. Comenzaron a buscar posibles cantantes para su banda universitaria, Artefacto 945, pero a Fran no le deslumbraba ninguno. Fue un profesor quien cortó el circuito: “¿Por qué no cantai tú, si la tenís tan clara?”, planteó, más como sugerencia que desafío. Ella, baterista, se resistió al inicio, pero acabó probándose en una posibilidad nueva. “Yo no cantaba, gritaba”, reconoce, riéndose. “Era una banda como media panqueta”.
De ese circuito estudiantil, en 2009, nace Miss Garrison, trío con Straube en batería y voz, más Tomás Rivera y Matías López (más tarde, Rodrigo de la Rivera asumiría la guitarra). La banda comienza en el subsuelo santiaguino gracias al boca a boca, abriéndose una ruta entre la electrónica, pop y post-punk.
“Empezamos a salir en la (revista) Extravaganza! Teníamos MySpace. En esa época no existía nada de redes sociales. Entonces, si uno tocaba, ponía como el afiche en el supermercado o avisaba ‘Oye, vamos a tocar’ y se corría la voz. Y ahí empezamos a tocar en los bares. En Club Mist, después Loreto… Y ahí empezamos como a estar un poco en la escena que había en ese tiempo”, dice.
A los 23, se fue a Barcelona. Entre departamentos compartidos y noches largas, cursó un diplomado de Producción de Música Electrónica y se enamoró del MIDI y del DAW. “El punk se empezó a ir y nos pusimos más electrónicos”, comenta.
Aquel aprendizaje técnico, más tarde, lo reconocería como decisivo para producirse y componer sola. Y la ciudad catalana no solo le dio herramientas, también sueños: asistió al Primavera Sound y tras alucinar con números como James Blake, se prometió volver un día como artista.
De vuelta en Chile, el trío depura su mezcla (“cyberpunk”, “ambient/dreampop”, según define ella misma) y mantiene una agenda intensa en vivo. En paralelo, Francisca toca batería y voces en Picnic Kibun y asume, también, como baterista de Fármacos, el proyecto de Diego Ridolfi.
De regreso, Miss Garrison viró del brío punk a climas ambient/dreampop y la agenda explotó: bares, medios, giras, incluso viajes insólitos para una banda under.
Rubio no partió como un “plan de carrera”, sino como una urgencia creativa y demos en paralelo a sus proyectos. Venía de años tocando batería y cantando en agrupaciones, pero hubo un punto en que la lógica del grupo dejó de calzar con su reloj interno: “Dependís de una banda”, sostiene, para luego ejemplificar con una analogía simple lo que enmarcaba las diferencias.
—¿Te gusta el rojo? —Sí. ¿A ti? —No. —Ya. Mayoría gana.
Pero la democracia de tres votos chocaba con su hambre de diseñar un imaginario a su medida, y ella quería vivir el proyecto a tiempo completo: “Quiero ensayar a las 7 de la mañana, quiero que ese sea mi trabajo”, recuerda haber sostenido.
En junio de 2018, Miss Garrison anuncia un “receso indefinido”. El trío publicó tres álbumes (Tire y Empuje, 2010; DeAaB, 2012; Al Sol de la Noche, 2016) y un EP grabado en Nueva York (Converse Rubber Tracks). Es, oficialmente, el cierre de la etapa más larga y pública de Straube antes de centrarse en su proyecto personal.
Rubio: Un “lienzo en blanco” que adoptó colores propios
Antes que el repertorio, apareció una imagen potente. Un marco conceptual que ordenó todo lo demás. Ella lo cuenta como si describiera una escena de cine: “Me imaginé unos seres blancos que llegaban a la Tierra como a empaparse desde cero. Rubio es como un lienzo en blanco… eran unos albinos, unos andróginos”.
¿La referencia secreta? La banda de rock Blonde Redhead (rubio/colorín), una de sus devociones personales.
En el computador, los demos se titulan Rubio1, Rubio2, Rubio3, hasta que el alias queda definitivo. La idea crece en cuerpo y maquillaje: un ser andrógino albino, animales albinos como moodboard.
Desde el lanzamiento de su primer disco, Pez (2018), Rubio ha desarrollado una discografía coherente y en constante evolución. A ese debut siguieron Mango Negro (2020), un trabajo más expansivo en sonido y texturas, y Venus & Blue (2023), una obra conceptual dividida en dos estados emocionales que consolidó su nombre fuera de Chile.
Dentro de aquella última era, destaca el cortometraje NACIMOS LLORANDO, que valió su primera nominación al Latin GRAMMY 2024 en la categoría Mejor Video Musical Versión Larga. También sumó galardones en renombradas instancias como el Pride Film Fest 2023, Los Angeles Film Festival 2023 y el Dance & Music Film Festival 2024.
La producción fusionó dos canciones del LP (Kintsugi y Llorar) y contó con la dirección de Fernando Cattori.
“Yo no tengo tanta como onda con los GRAMMY, si te soy honesta. Pero sé que, para la industria musical son importantes”, admite. “Igual qué lindo, porque ese video está muy bonito. Con Cattori hicimos un muy buen match y quedó hermoso… Se merecía estar nominado. Está muy bien hecho, es muy sensible y abarca muchos temas que me importan y que fue bacán ver más expuestos a la industria de la música. Algunos me decían que también la comunidad LGBT tampoco ha sido muy visibilizada en esas cosas, y es un video gay y conmigo lesbiana. Fue bacán que se haya reconocido eso”.
La reacción de su equipo también la animó. “Para el sello es importante. Ellos estaban muy felices y me dio mucha ternura eso. Me sentí feliz de darles un regalito, porque igual soy como su hija y les di como una medallita, ¿cachai?“, menciona.
En los ojos y oídos de Francisca, escenario es donde todo se vuelve nítido: “Yo hago música para tocar en vivo. Cuando toco me como el mundo. Me conecto con mi niña interna”, describe.
Dentro de esa misma línea, con el público es de ida y vuelta. “La gente llora en mis conciertos; me escriben poemas; me han dicho que los he salvado”, cuenta. Ese intercambio la obliga a una ética: “Me siento al servicio del arte. No me siento superior. Somos todos iguales. Si hay algo más allá, es responsabilidad”. Por eso, dice que siempre contesta mensajes, manda audios, agradece el paso a paso: “Hace 8 años vivo de mi arte… ¿qué más puedo pedir?”.
El hito que no olvida es el Primavera Sound 2018, mismo festival al que había ido de público durante su año en Barcelona y al que había jurado regresar como artista: “Terminaron los Arctic Monkeys y la gente empezó a pasar por mi escenario para ir al otro… Se empezó a llenar, a llenar… y encima, yo estaba recién empezando (como solista). Y arriba iluminaba la luna llena. Pensaba: ‘Conchetumare’”, deja escapar, con una sonrisa en la cara.
Su carrera también ha tenido un impacto en el mundo audiovisual. Compuso música para la serie Señorita 89 (de la productora Fabula) y la película La Caída; esta última, con su canción Después de ahogarme reconocida con la Diosa de Plata a Mejor Canción para Cine en México en 2023. Parte de su catálogo ha aparecido también en series internacionales, como la cuarta temporada de Élite (Netlix)..
Esa exposición ha continuado en otras vitrinas internacionales, desde el festival Ceremonia en México hasta las sesiones en vivo de KEXP en Seattle, donde actuó en dos ocasiones.
Hoy, se prepara para el lanzamiento de su cuarto disco, cuya fecha de lanzamiento está programada para el verano de 2026. “Llegó el color a Rubio”, adelanta, respecto a esta nueva etapa. “Está muy 70s, tiene cosas country, más canción, baladas y la experimentación compleja ya no está. Me quise ir a lo sencillo. Más positivo, menos melancólico”.
Espera sumar parte del repertorio al setlist que contemplará su próximo paso Lollapalooza Chile 2026, donde ya se ha presentado en varias ediciones (2018, 2019, 2022). “Lo bacán de los festivales es que te van descubriendo”, comenta.
El próximo 2 de octubre, en tanto, llegará el estreno de su propia sesión en el reconocido Tiny Desk en NPR Music (mismo elevó a la escena internacional a los argentinos CA7RIEL y Paco Amoroso), como parte del ciclo latino de este año.
Y entre la foto íntima y el escenario masivo, su brújula es la misma: llegar a gente que aún no la conoce y cumplir su promesa de escenario: “Donde me pongai, yo no te voy a defraudar”.
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