Esta red, que nació para el simple ocio y la distracción instantánea, se ha convertido, de pronto, en el centro de una pataleta geopolítica con más rabia que un chileno haciendo la fila para el registro social de hogares o tratando de recargar el pase escolar a fin de mes.
Según un reciente estudio publicado por Gizmodo, más del 52% de las empresas tecnológicas del planeta están considerando reestructurar sus equipos debido a la irrupción de la inteligencia artificial. Sí, leíste bien: más de la mitad del ecosistema tech está mirando a su personal como quien evalúa qué muebles dejar y cuáles vender antes de cambiarse de casa.
La IA, ese aliado que prometía liberarnos del Excel eterno, ahora se está transformando en el nuevo jefe de Recursos Humanos. Uno que no toma café, no se enferma, no cobra horas extras y jamás olvida una reunión. Perfecto, ¿no? El sueño húmedo de todo CEO con presupuesto en rojo y alma de robot.
La oficina 2.0: menos sillas, más prompts
Si el siglo XX fue la era de los sindicatos, el XXI será la era de los promptdicatos: grupos de humanos que se organizarán no para exigir aumentos, sino para que sus jefes no los reemplacen con una versión más barata de ChatGPT.
Los organigramas del futuro no tendrán nombres, sino flujos de conversación: “Gerente IA”, “Coordinador de datos emocionales”, “Prompt Manager Senior”. El nuevo mérito corporativo no será tener ideas, sino saber pedírselas bien a la máquina.
De hecho, muchas empresas ya están contratando expertos en “ingeniería conversacional”, lo cual suena como la carrera ideal para el primo que estudió filosofía y todavía no encuentra trabajo.
El ejecutivobot y el fin del café de pasillo
En este nuevo ecosistema surge una nueva especie: el ejecutivobot.
Un híbrido entre humano ansioso y algoritmo motivado. Se alimenta de KPI’s, duerme con el Apple Vision puesto y sufre crisis existenciales cuando el Wi-Fi se corta.
Pero no te confundas: los robots no están tomando el control, solo están tomando el crédito. Las ideas seguirán saliendo de humanos, pero cada vez más filtradas por capas de optimización, análisis de sentimiento y PowerPoint animados.
Mientras tanto, el café de pasillo —ese ritual donde nacían las ideas verdaderamente disruptivas— está en peligro de extinción. La IA no se toma un break, y la pausa para conversar podría volverse una herejía improductiva.
Imagínate un futuro sin el clásico “¿y cómo va todo?” en la oficina. Quizás ese silencio sea el primer precio de la eficiencia absoluta.
Chile 2030: startups sin gente, ministerios con bots
En Chile, donde las empresas aún imprimen correos para archivarlos “por si acaso”, la IA ha llegado con la fuerza de un meteorito.
Ya hay startups que presumen ser “100% automatizadas”: sin recepcionistas, sin redactores, sin community managers. Solo algoritmos y freelancers que entran y salen del sistema como los extras de una teleserie.
A este ritmo, no sería raro que en 2030 los ministerios funcionen con bots que nunca paran por paro, que los municipios se administren vía app, o que los notarios sean reemplazados por una blockchain con cara amable y firma digital.
Lo más divertido (o trágico, según el ángulo) es que la resistencia humana a esta ola será puramente emocional. Nos vamos a quejar, claro, pero luego igual usaremos el asistente de IA para escribir la carta de reclamo.
Tecnoptimismo en tiempos de crisis
Mi visión siempre ha sido tecnoptimista. Creo en la tecnología como fuerza transformadora, como herramienta para mejorar la calidad de vida, reducir brechas y democratizar el conocimiento.
Pero también sé que el camino está lleno de trampas.
Porque la tecnología, por sí sola, no nos hace más sabios ni más justos.
Lo que determina su impacto no es el chip ni el algoritmo, sino la ética de quienes la programan, la regulan o la venden en cuotas en el retail.
Y ahí es donde entra la parte más incómoda: la suma de factores que atentan contra un desarrollo tecnológico positivo —ambición desmedida, desigualdad, educación deficiente, hiperconsumo— puede convertir esta revolución digital en otra versión del mismo viejo problema humano: tener herramientas poderosas en manos que no siempre saben cómo usarlas.
Una pregunta al estilo Maturana
Si Humberto Maturana estuviera aquí, probablemente no preguntaría si la IA nos va a reemplazar.
Preguntaría algo mucho más simple… y mucho más profundo:
“¿Qué tipo de humanidad estamos cultivando cuando delegamos el acto de pensar?”
Porque al final, la inteligencia artificial no es más que un espejo: refleja la inteligencia natural que la alimenta.
Si ese reflejo se vuelve más frío, más cínico, más utilitario, la culpa no será del algoritmo. Será nuestra.
Así que sí, reestructúrense, actualicen sus flujos, adopten IA.
Pero ojalá no olviden que el verdadero upgrade que necesitamos no está en la nube, sino en nuestra conciencia.
La tecnología puede hacer muchas cosas, pero todavía no ha aprendido a amar, a reflexionar ni a tomar un buen café con alguien que piensa distinto.
Y tal vez —solo tal vez— eso sea lo único que nos salve del “futuro eficiente” que tanto deseamos.
Mario Saavedra, conocido como @MacGenio, es especialista en temas de tecnología y cultura digital.