En Chile todavía creemos que la franja electoral televisiva es “la madre de todas las batallas”, mientras los cabros ya decidieron su voto scrolleando el For You de TikTok. Si no entendemos esa brecha, no solo quedaremos fuera de la conversación: quedaremos fuera de la historia.
La muerte de Charlie Kirk, el rostro de Turning Point USA y símbolo de la derecha juvenil norteamericana, sacudió a Estados Unidos como un terremoto político y mediático. Pero más allá del crimen brutal en un campus universitario, lo interesante está en el fenómeno comunicacional que Kirk había construido: un ecosistema donde los debates no eran debates, sino insumos para un gigantesco buffet de clips virales.
Para la Generación Z, Kirk no era un intelectual de biblioteca. Era un personaje de TikTok, un rostro que aparecía en Shorts de YouTube o en hilos de X con frases diseñadas para provocar. En ese ecosistema, la confrontación en vivo tenía menos valor que el fragmento que luego recorría el planeta en cuestión de horas. Era un gladiador digital: entraba a un campus, discutía, y en minutos su equipo ya estaba editando el highlight para subirlo a Instagram.
Ese era su verdadero poder. No importaba el fondo del argumento; lo que importaba era la imagen congelada de un estudiante enojado, el aplauso del público o la risa sarcástica que quedaba registrada en cámara. Kirk convirtió la política en espectáculo, entendiendo que en la era de la Gen Z la atención se gana con microbatallas culturales, no con discursos completos.
¿Les suena conocido? En Chile, todavía pensamos que el “gran debate” se da en un matinal de tres horas con panelistas que hablan sin parar. Pero la generación que hoy tiene entre 15 y 25 años ya no está ahí. Ellos consumen política del mismo modo que consumen música o memes: en clips de 15 segundos. Y si no engancha en los primeros tres, deslizan el dedo y chao.
La estrategia detrás de Kirk fue impecable. Turning Point USA no era solo una organización política; era una fábrica de contenido audiovisual. Grababan cada presentación con multicámara, producían cortes virales en menos de 24 horas, y lanzaban esas cápsulas como proyectiles culturales. Cada clip llevaba implícita una narrativa clara: el héroe (Kirk) enfrentando a un villano (la “élite progresista” del campus). Era David contra Goliat, repetido en loop infinito en TikTok.
El resultado fue un rockstar político que, guste o no, conectaba con miles de jóvenes que sentían que finalmente alguien hablaba “su idioma digital”. No eran discursos sesudos, eran frases diseñadas para ser compartidas, remixadas, ridiculizadas o aplaudidas. Poco importaba si se ganaba o perdía el debate: lo importante era si el clip alcanzaba el millón de views.
Su asesinato expuso la otra cara del fenómeno: cuando la política se vuelve show, la violencia también escala de manera espectacular. Las redes sociales no solo transmitieron la noticia; viralizaron imágenes del atentado en segundos, con el mismo ritmo frenético que habían popularizado sus debates. Lo que antes era un foro universitario ahora es un campo de batalla global donde cada smartphone se transforma en testigo y amplificador.
El futuro de la conectividad está marcado por esta lógica. No veremos debates largos en televisión abierta, veremos IA editando en tiempo real, resúmenes automáticos en Google, deepfakes políticos y enfrentamientos trasladados al metaverso. El discurso completo será un insumo secundario: lo que vivirá será el fragmento. Y ese fragmento puede definir elecciones, reputaciones e incluso destinos personales.
En América Latina ya lo estamos viendo. El voto joven se informa en TikTok, las campañas políticas se miden por trending topics, y hasta las discusiones sobre la nueva constitución en Chile terminan convertidas en memes. ¿De verdad creemos que la próxima generación se va a sentar a ver dos horas de “Estado Nacional” un domingo por la noche? Lo que van a ver es un clip de 20 segundos de un candidato diciendo una frase polémica, acompañado de un remix de reguetón.
La ironía final es brutal: Charlie Kirk entendió mejor que nadie que en la era Gen Z no se gana convenciendo, sino acumulando views. Y al final, no fue un debate el que lo inmortalizó, sino la viralidad de su propia muerte.
En Chile todavía creemos que la franja electoral televisiva es “la madre de todas las batallas”, mientras los cabros ya decidieron su voto scrolleando el For You de TikTok. Si no entendemos esa brecha, no solo quedaremos fuera de la conversación: quedaremos fuera de la historia.
Mario Saavedra, conocido como @MacGenio, es especialista en temas de tecnología y cultura digital.