Las vidas de Ramón Núñez: “El teatro ha sido mi vida, me lo ha dado todo”

Por CNN Chile

24.12.2025 / 11:36

En CNN Íntimo, quien es considerado una de las figuras más influyentes del teatro chileno conversó sobre sus inicios en la profesión y sus motivaciones.


Ramón Núñez Villarroel es una de las figuras más influyentes del teatro chileno, con una trayectoria que se extiende por más de seis décadas y que cruza actuación, dirección y docencia.

Su trabajo ha marcado de manera profunda el desarrollo del teatro universitario y la formación profesional de las artes escénicas en Chile, lo que lo ha consolidado como un referente.


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Nacido en Santiago en 1941 y criado en Melipilla, creció en un entorno familiar estrechamente ligado al teatro. Desde niño mostró interés por las tablas, un vínculo temprano que terminó por definir su vocación.

A comienzos de los 60 ingresó a la Academia de Arte Dramático en la Universidad Católica y poco después se integró al Teatro de la UC, espacio en el que desarrolló gran parte de su trabajo artístico y académico.

Estudió dirección teatral en Londres y se actualizó constantemente en Europa y Estados Unidos. Ese recorrido se tradujo en una participación en más de 200 obras, ya sea como actor, director o profesor. “El teatro ha sido mi vida, me lo ha dado todo“, cuenta a CNN Íntimo.

El fin de la vanidad

Pese a tener la vitalidad y la fuerza, ya no está haciendo teatro y confiesa que ello se debe a una serie de razones, no solo a una. “La primera es que se me acabó la vanidad, no tengo ninguna gana de mostrarle al público lo que puedo, debo y tengo que hacer arriba de un escenario como actor”.

—Tú primero decidiste dejar de actuar, luego cumpliste 80 y la Católica decidió dejar de tenerte como profesor, ¿cómo fue eso?
—Era la crónica de una muerte anunciada, porque era la pandemia, por lo que no podía entrar nadie que tuviera más de 65 años al Campus Oriente y yo tenía 80, y cuando llegué a firmar el contrato decía que era hasta julio.

-¿Siempre quisiste ser actor?
—No sé, pero la curiosidad era latente porque escuchaba desde que tenía uso de razón las anécdotas que mi padre contaba sobre el teatro y le preguntaba a mi mamá cómo era. Íbamos al cine en Melipilla, en esa época se llamaba biógrafo, y veíamos todos los días una película distinta y ella me decía ‘es como en el biógrafo’ y yo ‘¿pero cómo? ¿y caben aviones, animales y autos?’, ‘no’, me decía, ‘eso lo quitan’ y no lo podía entender hasta que me trajeron a Santiago a ver una obra que me dejó muy decepcionado porque no había nada de lo que imaginaba, pero después me trajeron a ver una al municipal, Rigoletto, y quedé fascinado con el teatro.

—Tu mamá te decía que mejor te dedicaras a estudiar leyes, pero eso no te resonó nunca.
—No, nunca, tenía que aprenderme los códigos de memoria y todo eso.

—Pero le dijiste a tu papá que estabas estudiando leyes.
—Sí, le mentí, porque mi papá conoció las angustias, penurias y dolores que sufría la gente de teatro en los años 20 y 30, que no tenían contrato ni leyes sociales ni nada y tenían que hacer tres funciones distintas, de tres obras distintas —matiné, vermouth y noche—, y esta gente se acostaba muy de madrugada y al día siguiente a las 15:00 ya estaban haciendo una función, luego a las 19:00 otra, a las 21:00 otra y a medianoche otra para sobrevivir.

—¿Y cómo te pilló?
—Yo estaba en el Barros Arana y me pilló cuando Jorge Inostroza, el creador de Adiós al séptimo de línea, me felicitó por la obra y le dijo a mi papá que yo debería estudiar actuación. Él puso una cara muy seria, muy seria, y no recuerdo cómo fue, pero él descubrió que yo estaba estudiando teatro.

“Me dolió mucho que una vez le escuché decirle a él con unos amigos que no sabía si estaba estudiando para payaso o saltimbanqui (artista callejero o circo que realiza acrobacias) y una cosa así. Pero por supuesto que con el tiempo a él se le caía la baba cuando me veía actuar“, agrega.

—En algún momento te fuiste a Londres, ¿te enamoraste del teatro inglés?
—Pero si es el mejor del mundo, ¿cómo no me voy a enamorar? Y tenía una ventaja increíble entre las enormes ventajas que tenía por estar becado por el British Council: Iba al teatro tres veces por semana gratis. O sea, me pagaba la entrada, guardaba la etiqueta, lo juntaba todo, lo ponía dentro de un sobre y lo mandaba vía correo al British Council y tres días después tenía esa plata entregada a mi cuenta corriente.

—Ya en Chile, ¿eras fregado de profesor?
—Sí, supongo que sí, era muy exigente. Sabía que la clase empezaba a las 9:00, a las 9:10 se cerraban las puertas y no entraba nadie. Después ya me flexibilicé un poco; los dejaba entrar, pero los ponía ausentes. Ahora, a esos ausentes les bajaba el terror porque con determinado porcentaje de ausencia no pasaban de curso.

—¿Qué pasaba cuando un alumno no tenía talento?, ¿se puede suplir con trabajo la falta de talento?
—Sí, sin lugar a duda. No recuerdo haber retado a alguien porque no tuviera talento. Los retaba, pero porque no habían trabajado lo suficiente para entregar un ejercicio que era muy claro respecto a construir parcial, total y redondamente los caminos a encontrar la psicología interna de un personaje.

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