El terremoto de magnitud 8,8 en la costa de la península de Kamchatka trajo el recuerdo de la madrugada del 27 de febrero de 2010, uno de los eventos más devastadores en la historia reciente de Chile.
El terremoto de magnitud 8,8 que sacudió este martes la costa de la península de Kamchatka, en Rusia, generó alertas de tsunami en todo el océano Pacífico, incluyendo Japón, Hawái, Estados Unidos y Chile. En algunas localidades rusas, las olas alcanzaron hasta cuatro metros de altura.
Debido a su magnitud, el evento trajo a la memoria colectiva el terremoto del Maule de 2010, conocido como el 27/F, considerado uno de los más devastadores en la historia reciente de Chile.
Para los investigadores, este terremoto no solo remeció la Tierra, sino también evocó recuerdos de catástrofes pasadas. Ambos eventos compartieron una magnitud similar, pero sus consecuencias fueron muy distintas. Así lo explicó Leoncio Cabrera, sismólogo y profesor de Ingeniería Estructural y Geotécnica de la Universidad Católica (UC), quien destacó que “ambos son megaterremotos de subducción, pero sus impactos fueron muy distintos debido al contexto geográfico y demográfico”.
El especialista detalló que mientras el 27/ F golpeó con fuerza zonas costeras densamente pobladas del centro-sur de Chile, el sismo en Kamchatka afectó una región remota del extremo oriente ruso, lo que redujo considerablemente sus efectos humanos y materiales.
Según Cabrera, tanto el terremoto del Maule como el de Kamchatka fueron provocados por la subducción de una placa tectónica oceánica bajo otra continental. En el caso chileno, se trató de la placa de Nazca bajo la Sudamericana; en el ruso, de la placa del Pacífico bajo la placa del Okhotsk. “En ambos casos, el terremoto ocurrió en el mar, fue superficial y generó tsunamis de largo alcance”, explicó el académico.
Y agregó: “Este tipo de terremotos nos recuerdan que el riesgo sísmico no conoce fronteras. En un océano compartido, la preparación también debe ser compartida”.
Un aspecto particular del sismo en Kamchatka fue que fue precedido por otro movimiento telúrico de magnitud 7,4, ocurrido nueve días antes. Para Cabrera, este patrón podría entregar información relevante sobre los procesos que anteceden a los grandes terremotos. “Este tipo de señales podrían ayudarnos a entender mejor la mecánica de estos eventos”, indicó.
Aunque el terremoto del Maule no presentó precursores sísmicos evidentes, Cabrera recordó que en ese entonces Chile no contaba con una red de monitoreo lo suficientemente robusta como para detectarlos. “Hoy eso ha mejorado significativamente, pero aún existen desafíos técnicos y científicos que siguen siendo objeto de investigación”, subrayó.
En cuanto a las réplicas, el especialista señaló que en ambos casos han sido intensas y persistentes. Mientras en Rusia ya se han registrado varias sobre magnitud 5, en Chile las del 27/F se extendieron por meses, incluyendo eventos superiores a magnitud 6.
Las autoridades han activado alertas preventivas ante la posibilidad de tsunamis que puedan afectar las costas del Pacífico, especialmente en Sudamérica.
La orientación de los puertos nacionales es un factor clave. Muchos de ellos están diseñados mirando hacia el norte, con el objetivo de minimizar la exposición al oleaje predominante desde el suroeste. Sin embargo, los tsunamis transoceánicos provenientes del noroeste —como en este caso— pueden vulnerar dicha protección.
“En cuanto a la vulnerabilidad de los puertos chilenos, los más expuestos a tsunamis del noroeste son aquellos abiertos hacia esa dirección, como Caldera, Antofagasta o Coquimbo. En cambio, puertos como Talcahuano están más protegidos por su geografía, como la Isla Quiriquina. La orientación, la batimetría y la existencia de barreras naturales o artificiales son claves para entender el impacto que puede tener un tsunami en cada lugar”, concluye el académico.
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