Por Javiera Bellolio
CNN Chile

La semana pasada, el Comité académico de la Universidad de Chile concluyó que las tesis de la Facultad de Filosofía y Humanidades sobre pedofilia divulgadas a fines de 2022 no cumplen con el estándar de “pertinencia ética” y no “contribuyen a la formación de graduados”. En definitiva, ninguno de los dos trabajos respetan los derechos de los niños consagrados en la Convención sobre Derechos del Niño, y omiten evidencia respecto a las implicancias de la asimetría de poder en la relación adulto y niño.

Si bien está pendiente el resultado del sumario por posibles responsabilidades administrativas, vale la pena preguntarse: ¿Qué lecciones se pueden sacar del caso? Para eso, podemos distinguir entre dos ámbitos. Por una parte, está el plano de la calidad académica, y por otra, una cuestión aún más de fondo: la degradación de la investigación en ciencias sociales y humanidades. Después de todo, acá se aprobaron dos tesis que, básicamente, hacen una apología de la pedofilia.

En lo que respecta a la calidad académica, se trata de un problema frecuente que afecta a numerosos trabajos de investigación. Muchos son de baja calidad, con metodologías defectuosas, datos malinterpretados y conclusiones insuficientes. Esto puede deberse a una formación mediocre, a la falta de incentivos para hacer investigación rigurosa o a la presión por publicar sin importar la calidad del trabajo. Pero en este caso lo que atrajo las miradas no fue el trabajo, sino su temática. Es una oportunidad de mirar todo el proceso de formación y, sobre todo, de indagar qué estamos haciendo mal. En particular, cabe cuestionar esa creencia según la cual las tesis disruptivas están de algún modo liberadas de tener que contrastar sus argumentos con juicios rivales. Todo esto no hace más que confirmar la necesidad de debate y discusión rigurosa en la academia.

Luego, está también el problema de fondo. No es que la pedofilia, en aras del principio de libre investigación científica, se encuentre vedado como objeto de estudio. Muy por el contrario. Por ejemplo, se puede levantar discusiones serias sobre cuál es el límite de la edad de consentimiento o las implicancias de la asimetría, entre muchas otras dimensiones del tema. Pero una cosa es estudiarla o preguntarse por sus causas y otra muy distinta promoverla o normalizarla, atentando contra la dignidad de los niños. Es lo que justamente hacen estas tesis, al reivindicar la existencia de una supuesta sexualidad infantil (niños como sujetos sexuales con capacidad deliberativa e iniciativa sexual) y victimizar al pedófilo distinguiéndolo del pederasta (como si fuesen personas distintas). Por lo tanto, no son solo teóricas, sino que tienen un enfoque propagandístico y militante.

En una cultura intelectual centrada en la disrupción ya no son tan distinguibles los problemas de fondo y forma. En vez de abordar este asunto de manera seria y rigurosa, derivó en provocación y atención mediática. Este hecho no solo cuestiona la calidad de la formación académica, sino también la falta de guía y juicio crítico por parte de quienes están a cargo de ella y debieron alertarlo. Y la solución no pasa meramente por la existencia de más comités regulatorios, porque este es un asunto de criterio demasiado elemental. ¿Quién podría sostener que la pedofilia es correcta? ¿O que hubo “consentimiento válido” prestado por los niños? Habría que preguntarse si esos niños abusados, cuando puedan entrar al diálogo con los investigadores, por ejemplo, al cumplir la mayoría de edad, estarían de acuerdo en haber participado de ese estudio. Lo mismo puede aplicarse a sus padres que otorgaron el permiso. ¿Reivindicarían una conducta delictual? Claramente no. Y en esto la respuesta es generalizable y entronca con la vieja regla de oro de la ética clásica: no le hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. A nadie le gustaría ser víctima de pedofilia.

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