Por Javiera Bellolio
Biobiochile

El Día Internacional de la Mujer, el primero tras la pandemia global, nos permite reflexionar sobre las desigualdades estructurales y la discriminación de género que, si bien ya existían en nuestra sociedad, se hicieron aún más patentes en estas circunstancias. Las más afectadas por la crisis sanitaria han sido las trabajadoras de la primera línea y las cuidadoras, tanto en términos de salud (por sobrecarga de responsabilidades) como de estabilidad económica (hubo muchas mujeres que debieron dejar sus empleos). En el caso de Chile, según datos del INE, la pandemia provocó que más de 938 mil mujeres perdieran su trabajo y que su participación en el mercado laboral se redujera del 53% al 41%. Esto, sumado al aumento de la violencia de género facilitada por los prolongados encierros, ha llevado a una creciente preocupación por la seguridad y el bienestar de las mujeres. Nuestro país no ha estado al margen.

Hace pocos días se dio a conocer una encuesta de opinión realizada por Black & White, en la que participaron más de 1.200 mujeres de todo el país. Allí se les consultó sobre temas de género y acerca del desempeño de las actuales autoridades en el combate a la desigualdad y a la violencia sexual. Los resultados son sumamente interesantes: a un 51% le parece “mal” que el Gobierno se defina como “feminista”, a lo que se suma que un 63% no cree que efectivamente lo esté siendo, apreciación que se comparte en todos los grupos etarios a excepción de los más jóvenes. En esta línea, una leve mayoría desaprueba la gestión de la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Antonia Orellana, evaluación que empeora entre las encuestadas de mayor edad. Dentro de las principales preocupaciones de las mujeres se ubica la seguridad como primera mención con el 62%, seguida de la violencia de género –también considerada un problema de seguridad– con el 46% (esta inquietud es mayor en sectores socioeconómicos más vulnerables). Por debajo se sitúan el empleo (19%), la salud (15%) y los derechos reproductivos (3%). A la luz de estos resultados, vale la pena preguntarse en qué medida el feminismo del gobierno entronca con las grandes preocupaciones de la ciudadanía y si, en alguna medida, no son agendas que corren en paralelo. ¿No sería mejor, en vez de insistir en un proyecto de aborto sin causales, promover políticas públicas que vayan en la línea de compatibilizar el trabajo con las labores del hogar y cuidado de los hijos (un 75% ve esas tareas como una limitante para trabajar)?

En este contexto resulta pertinente revisar las declaraciones de la columnista inglesa Mary Harrington (Artes y Letras de El Mercurio, 5 de marzo), quien publicó esta semana su libro Feminismo contra el progreso (Swift Press). La autora distingue dos polos en el desarrollo del feminismo del siglo XIX y principios del siglo XX: el “feminismo del cuidado” y el “feminismo de la libertad”. Para el primero, resulta fundamental que la esfera doméstica sea valorada y respetada como un espacio importante. El segundo, en cambio, insiste en que la manera de ser vistas y respetadas es adoptar la idea del sujeto liberal en los mismos términos que los hombres. En los años 60 la balanza se inclinó por el feminismo de la libertad (liberal o libertario), que ha predominado hasta ahora. Harrington, crítica de la mirada del feminismo actual, propone la necesidad de crear un nuevo tipo de feminismo que supere el de la era industrial (que separó el hogar del lugar de trabajo), pero sin caer en lo que denomina la “era cyborg”, donde la libertad individual es lo más importante y va de la mano con el imperialismo de la tecnología en cada esfera de la vida, desde la maternidad subrogada hasta la manipulación de nuestros cuerpos para el cambio de sexo.

Dicho de otro modo, los reparos a la idea de progreso no implican abandonar todo feminismo, sino plantear como alternativa un feminismo que compatibilice el desarrollo profesional con la esfera del cuidado. En esto la pandemia trajo cosas positivas. Por ejemplo, ahora los hombres están más capacitados para solicitar teletrabajar uno o dos días a la semana y así poder asumir un rol activo en la corresponsabilidad en el cuidado de los hijos. Sin desconocer la dificultad que supone esta tarea, la solución que propone Harrington implica la reconstrucción de la vida en común con los hombres. La recuperación de contextos domésticos y laborales más humanos comienza por resistir la cultura de la disociación crónica entre las distintas esferas de la vida, y exige, a su vez, renunciar a buscar la victoria de un sexo por sobre otro. Si queremos progresar en esta materia nos necesitaremos mutuamente.

Ahora que se aproxima un cambio de gabinete, no estaría mal que el Gobierno se abra a considerar que el feminismo se puede formular de distintos modos, acogiendo ideas como las de Harrington: introducir una lógica de colaboración y no de una hegemonía de poder manejado solo por agendas de élite que han olvidado “los intereses de todas las mujeres”. Si se considera la encuesta mencionada al comienzo, pareciera que, más que el discurso, es importante tomarse más en serio lo que efectivamente se hace. Y hoy, a todas luces, el gran tema es la preocupación por la seguridad física tanto dentro como fuera del hogar.

Tags:

Deja tu comentario