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Mucho se ha recalcado que la pandemia ha mostrado lo mejor y lo peor de las personas y en esta lógica, el proceso de vacunación, también está reflejando estas dos caras.

En Perú, el denominado “vacunagate”, ha vuelto a tensionar el clima político y social, luego que se descubriera que en 2020, el entonces presidente Martín Vizcarra y otros cientos de funcionarios de gobierno, empresarios, miembros de la Iglesia Católica, habían recibido la llamada vacuna de cortesía de la china Sinopharm. Muchos meses antes de que comenzara la campaña de vacunación en el país.

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Luego fue el turno de Argentina, con el “vacunatorio VIP”, en el cual, personas que no tenían prioridad de recibir la dosis contra el virus, fueron vacunadas gracias a las gestiones del ahora ex ministro de salud, Ginés González.

Vizcarra dijo que había participado de los ensayos clínicos, pero que en todo caso, él no veía ningún delito en haberse vacunado antes que el resto. Alberto Fernández llamó a la justicia a terminar con la “payasada” y también repitió el argumento de que no hay delito en vacunarse antes.

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Es cierto, puede que no haya delito, pero existen códigos morales y éticos, y estos escándalos provienen de autoridades, que se supone, deberían dar el ejemplo en una cuestión que es de vida o muerte.

Y nuestro país tampoco se escapa de eso, porque recordemos que unas 40 mil personas, sin justificación sanitaria, se han saltado la fila para recibir la vacuna.

Nuevamente, la pandemia ha mostrado lo peor de nosotros.

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