Por Daniel Matamala
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Hace solamente unos días en Chile recibíamos a la selección maorí de rugby de Nueva Zelandia y quedábamos admirados por su talento deportivo y también por sus demostraciones culturales como el ya célebre a nivel mundial Haka.

Esta noche, en Temuco, en cambio, las autoridades del fútbol de la ANFP se han negado a hacer un minuto de silencio por la muerte de Camilo Catrillanca y las banderas mapuche han sido confiscadas a la entrada del estadio en que juega la selección chilena. Es un contraste que dice mucho.

Mientras países como Nueva Zelandia se enorgullecen de su legado indígena y exhiben su cultura como un activo internacional, en Chile el pueblo mapuche parece ser un pariente incómodo, que preferimos ocultar de la vista de los demás pensando que así pareceremos más modernos a los ojos del mundo.

Chile fue creado como un estado unitario bajo el mito de una sociedad étnicamente homogénea, y la existencia del pueblo mapuche de alguna manera no calza en ese relato. La mayoría de los chilenos no balbuceamos más que un par de palabras en mapuzungun.

Somos bastante ignorantes en la cultura mapuche y no sabemos casi nada de la historia de un pueblo que no sólo ha tenido guerreros, sino que también ha tenido grandes comerciantes y políticos que se entendían en el siglo XIX a través de parlamentos con el Estado de Chile.

El conflicto en el sur no es sólo cosa de más inversiones para superar la pobreza o más policías para combatir la violencia. Necesitamos conocer a una cultura rica y particular, y abrir las instituciones a su participación.

En ese sentido, tal vez lo que han hecho hoy los jugadores de la selección chilena, Jean Beausejour al lucir con orgullo su apellido materno Coliqueo en su camiseta, y los futbolistas al realizar un espontáneo homenaje, tal vez sea mucho más relevante que lo que ha hecho el Chile oficial para reconocer la riqueza cultural del mundo indígena.

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