Por Pablo Figueroa
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Woody debe ser uno de los personajes más entrañables del cine para la generación millennial. La mayoría que estamos en ese rango de tiempo teníamos casi la misma edad de Andy cuando llegó su historia al cine.

Han pasado 23 años y hemos visto a la tropa crecer en número y edad. El tiempo es un factor preponderante en la saga de Toy Story. Muchos sentimos que la trilogía finalizada en 2010 era un cierre magistral, entones ¿por qué volver del retiro, vaquero? Nuestro amigo de fantasía, héroe, consejero y guía en tres aventuras formidables, regresa tras nueve años de un adiós en que las lagrimas en el cine gratificaban lo mucho que significaban para nosotros.

Ante tanta resistencia, hace unos meses la aparición de los adelantos con música de Electric Light Orchestra y Beach Boys nos volvían a conquistar. ¿Cómo no, ante un vaquero que tiene la voz de Tom Hanks? “El hombre más creíble de Estados Unidos”, decían Los Simpson en su película de 2007.

Y aquí estamos frente a una historia que desborda nobleza. Sus diálogos son un libro de viaje de un hombre que está perdido y sumido en la decepción, tras una vida que le entregó la oportunidad de compartir con dos grandes amores: Andy y Bonnie.

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Pero Woody no olvida al primero y por su memoria debe ser bueno con su nueva niña que no lo considera. El tiempo es cruel, puede destruir, pero a la vez dar espacio para que nazcan nuevas oportunidades. Es ese el eje de esta historia. Abrir los ojos y ver que el mundo es más grande de lo que se percibe. Woody, como un ser con suerte en su vida, debe ayudar a otros a intentar tener “uno de esos momentos que él ha podido vivir”, como se lo pide una muñeca en uno de los momentos más emotivos del largometraje.

Hay reflexiones sobre la donación de órganos, sobre la integración, la amistad y entender que en el mundo no hay villanos ni héroes. Toy Story 4 es una película noble, pero que deja la sensación que no tiene relación con las anteriores. Hay algo de trampa, algo que me hace pensar que las aventuras de Woody no acaban acá, que el vaquero ha aceptado el reto de levantar a un Pixar que está sumergido en la irregularidad artística en la última década y que por ahora no le da para obras maestras como antaño, pero aún puede realizar largometrajes lindos como éste.

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