Por Catalina García
Fotos: Antonia Mata (@pastiyia)

No ha pasado mucho tiempo desde que Romina María de los Ángeles Reyes Ayala (30) aterrizó en Chile. Estuvo dos años en Argentina, cursando una Maestría en Literatura en la Universidad de Buenos Aires. En ese tiempo -y en paralelo a sus clases en la universidad-, fue armando lo que hoy es Ríos y Provincias (2019), su primera novela y el segundo libro de su carrera tras el laureado volumen de cuentos Reinos (2014). Ambas obras a cargo de Editorial Montacerdos

Para escribir este libro, Romina se inspiró en su propia historia familiar. Jacqueline, uno de los personajes de la novela, está basado en su madre, mientras que Javiera, una de las protagonistas, es una representación de ella que “no necesariamente le cae bien”. 

La historia se configura desde la relación madre e hija, estableciendo un paralelismo entre las realidades de ambas. Por un lado, se narra la vida de la madre desde su juventud bajo dictadura. Mientras que la hija nos remite a la actualidad, entregándonos imágenes del cotidiano millennial.

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—¿Cómo fue el proceso de reencontrarte con la historia de tu mamá a través de la novela?
—Heavy, porque durante mucho rato lo hice medio en secreto. Cualquier persona sabe un poco quién es su madre, entonces había una serie de historias que yo ya conocía. Luego, hubo un montón de detalles que me di cuenta que iba necesitando, y derechamente le mandé un correo diciéndole que estaba escribiendo una novela que se trataba de ella y que necesitaba saber ciertos detalles. No me sirvió tanto. En un momento me metí mucho en una historia familiar, pero luego me despegué de ella. Porque esto es ficción. 

—¿De qué forma logras separarte de la realidad para escribir ficción?
—Al final como que todo se mezcla. Yo obviamente sé qué es lo que pasó en la realidad y qué no. No sé si es tanto una decisión. Entiendo que estamos en un tiempo en que la literatura, sobre todo la joven, está súper metida en la autoficción, pero para mí toda literatura tiene rastro de la vida de sus autores. Hubo momentos en que sí, me acuerdo haber estado distraída en una clase enumerando hechos de mi vida para luego romperlos y juntarlos con ficción. No sé cuál es el límite, pero supongo que está en qué tanto querís mostrar de ti. 

—Claro, porque el libro es autoficción y, por lo mismo, tu mundo personal también incide dentro del relato que armas.
—Tenía claro que me estaba metiendo con mi propia vida en el libro y fue algo complejo de hacer. En un momento sí me sentí atrapada por la realidad, pero luego me fui soltando cuando recordé que yo era escritora y en la novela podía hacer lo que yo quisiera, sin necesidad de ser un relato fidedigno de la historia de mi madre y de mi historia, porque eso era sólo la base.

—¿Sentiste algo de pudor al exponer parte de tu historia?
—Si tú hubieras hablado con la Romina de hace dos años atrás, quizás tendría una respuesta tipo: “hueón, estoy cagá de miedo. ¿Vale la pena escribir esta hueá? Se van a enojar conmigo”. Pero en este momento que la novela ya está hecha y publicada, tengo esa sensación de que el libro ya existe fuera de mí. Pase lo que pase ya está hecho y tengo que lidiar con las consecuencias nomás.

¿Y cómo reaccionaron tus papás? En la novela abordas la historia de cómo se conocieron.
—Mi mamá lo leyó y mi papá no todavía. Mi mamá se lo tomó súper bien. Es que al final yo creo que lo entienden, porque vuelvo a lo mismo: entiendo que una forma de entender el libro y hablar de él es desde la autoficción. Es muy morboso leerlo desde ahí. Yo misma como lectora obviamente busco esos rastros o lo típico: tenís una imagen mental del autor y en volá lo lees y te imaginái a esa persona como el personaje. Pero para mí es ficción nomás. Javiera existe en un libro y yo existo en la vida. Eso lo resume todo.

“Espero que mi novela no sea leída como autoficción”

—En el lanzamiento de tu libro comentabas que mientras escribías Ríos y Provincias estabas en el momento más bajo de tu vida, viviendo sola y en otro país. ¿Influyó esa situación en el libro?
—La situación en la que estaba era algo que me tocó vivir nomás. Igual yo cuando me fui buscaba cierta soledad porque sentía que necesitaba concentrarme en escribir. Creo que las cosas que influyeron más en el libro no fue tanto el estar sola, sino como ciertas experiencias que tuve allá, las cosas que aprendí en la universidad y en conversatorios a los que fui. Las vivencias que están en el libro son más bien previas a yo irme a Argentina. En ese sentido, la soledad sí me ayudó a reflexionar y poder pensar en mí misma como un personaje, que no es lo mismo que pensar en ti misma. 

Escribir el libro, de alguna forma, fue algo sanador para ti.
Sí, heavy. A veces lo pienso y creo que me hice como una autoterapia. Igual no se lo recomendaría a nadie, yo creo que es mucho mejor tener asistencia profesional -ríe-. Pero sí, en algún momento me di cuenta que era necesario pensar a mi madre no como madre, sino como mujer. Lo mismo con mi papá. Fue algo que descubrí mientras hacía el libro, pero que me sirve para mi vida. Cuando erís chico piensas que tu mamá y tu papá son todo, y que pueden hacerlo todo. Pero cuando llegas a la edad que ellos tenían cuando te tuvieron, te das cuenta de que tú no sabís nada y que probablemente tus papás cuando te tuvieron tampoco, sólo que igual se hicieron cargo de ti por amor, porque querían, porque pudieron, no sé. Cuando tuve clara esa idea me sirvió escribir el libro. Es como todo este proceso. 

—¿De qué forma te aportó el hecho de estar estudiando Literatura mientras trabajabas en la novela?
—Estar estudiando Literatura es estar pensando en la literatura. No era algo que tenía en la mente al irme, pero obvio: si estás estudiando Literatura, estás hablando de libros, de autores, de cómo surgen ciertos libros, de qué es la literatura. Todas esas cosas sí impregnaron el libro de alguna forma. Tuve ideas de la literatura que también me ayudaron a formar mi método de escribir una novela. Y también creo que no es menos importante. En esta época en que todos estamos tratando de ser un personaje y cómo vendernos, ver también “bueno, ¿qué es un autor?”, que es una pregunta que siempre me ha dado vueltas. 

Estudiar Literatura te puede nutrir de referencias e ideas para crear. Pero, cuando pasas de lector a escritor, se dice que ese conocimiento puede despertar inseguridades.
—Puta, sí. Puede ser. En algún momento me dije: “bueno, no sé po, si erís un economista supongo que estudiar matemáticas no te va a hacer mal, si erís una escritora estudiar literatura no puede ser mal”. Sabís que sí, me atormentaba de repente. Me acuerdo una vez que estaba en una sala de clases estaba llena de libros y me quedé mirándolos, mientras por dentro me decía: “hueón, hay tantos libros, ¿por qué yo quiero escribir uno más? ¿Por qué alguien va a elegir mi libro si ya hay tantos buenos?”. Y todavía me pasa. Al final, eso sí, no me inhibió. Si me hubiera inhibido, no hubiera escrito la novela. Pero sí, puede ser un poco intimidante. 

¿La novela te ayudó a encontrar tu estilo propio?
Es que siempre he sentido que lo tengo. Pero sí, o sea, de todas maneras diría que reafirmé mi estilo. No sé qué estilo es. Es que una cuando escribe hay una parte que sí es un poco misteriosa para ti, no quiero sonar ni con falsa modestia ni nada, pero una escribe nomás. Y con los comentarios del entorno vái cachando qué es lo que te sale mejor. Por ejemplo, ya sé que los diálogos son una cuestión que me acomoda mucho. Hablar de la juventud también, o de una cierta manera de ser joven, que la llamaría como arrojada. En Reinos ya lo tenía y ahora yo creo que no me voy a salir de ahí, de hacer una escritura que sea mucho más LGBTIQ+ que heterosexual. Indagar en personajes que sean fluidos, me interesa mucho más eso que generar relatos de heterosexualidad, que me parecen un poco repetidos y agobiantes.

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¿En qué sentido?
—En general, o sea, también en estilos de vida. Igual era algo que tenían los personajes de Reinos y que creo que mantienen los personajes de Ríos y Provincias, que es como esta desconfianza respecto al presente. También son personajes que se pueden sentir un poco atrapados en sus circunstancias que no necesariamente son activos en cambiarlas. Yo no escribo de los militantes políticos, ¿cachái? Escribo más bien de la gente que vive la vida y se esfuerza en ser feliz, en estar bien, pero que aún así tiene sospechas. Y las formas de vivir esas sospechas quizás sean abriéndose un poco más en su sexualidad o en las cosas que hacen. Por ahí me quiero quedar.

Al igual que en Reinos, los personajes de Ríos y Provincias son jóvenes que no saben qué hacer con su vida; que carretean y se drogan para perderse. ¿Qué te motiva a escribir sobre esta juventud que catalogas como “arrojada”?
—Uhh, no sé. Ahora que tengo dos libros me imagino que es parte de mi estilo. Hay algo en la noche que me atrae mucho. No sólo en mi vida, también en las narraciones. Creo que al final es en la noche donde las cosas pasan. Es cuando distorsionái un poco tu realidad. Cuando, no sé, te dái el espacio de ser perversa, mala, o hacer con un trago todo lo que en el día después reniegas. Entonces sí creo que sin duda hay un interés mío en eso, en esta juventud que integro, una está postergando los hijos y proyectos de mayor estabilidad. Lo que queda es la noche, los amigos.

Los más puristas critican bastante esta idea de escribir desde el <<yo>>, incluso tienden a excluirla de la literatura.
—Autoficción es una palabra de moda y actual para algo que siempre ha estado en la literatura. La vida de los autores está metida en sus obras. Me pasa, no sé qué tanto es una lectura externa y qué tanto es como una intención de los autores. A mí me genera un problema llamar a mi libro autoficción porque también siento que es mucho más que eso. 

¿Cómo?
—No creo que mi novela pueda ser sólo leída como una autoficción. Y espero que no sea leída como una autoficción, sino como una novela. Siento que así puede quedar encasillado en que: “Ay, ella editó su diario de vida y lo publicó”. Pero no, no es así. Hay harto trabajo de por medio. Si una decide hablar de sí misma es por una especie de delirio de pensar que lo que te pasa a ti le puede pasar a harta gente. Sentirte como un poco representante o parte de un sentir que tiene que ver con el país, la generación. Para mí, al final, no se trata sólo de cambiar un nombre por otro, sino de que cuando tú escribís es tú selección de la realidad. Y eso deja de ser real, es ficción.

“Quizás no sean feministas, pero sí saben que tienen que cuidarse entre ellas”

¿Habías incursionado antes en la novela?
—Escribí una novela cuando era chica, pero en algún momento murió mi computador y cagó esa novela. Tenía como 20 años, creo que fue el primer verano de la universidad. Me acuerdo que estaba muy aburrida. Pero fuera de eso, no. 

¿Fue difícil pasar del cuento a este formato?
—Me costó caleta adaptarme al formato novela. Me puse a escribir puros cuentos y ahora claro, tomar una decisión de escribir una novela fue súper distinto porque, fuera de la anécdota que te conté, nunca había escrito una novela. O nunca de una manera tan seria: con un libro publicado y un contrato editorial. Fue difícil, pero al final la literatura igual es arte, entonces fue un cambio súper abierto. Igual, ahora que ya lo hice, siento que fue un aprendizaje bacán. Me siento mucho más segura para escribir otra novela. Siento que evidentemente no debe haber una sola forma de escribir una novela, pero yo encontré la mía

El cuento obedece más al instinto, tal vez requiere de menos preparación previa.
—No quiero hacer pelear a los dos géneros ni en mi cabeza ni en el mundo, pero sin duda piensa que un cuento puede ser una ficción de 20 páginas y una novela es una ficción de 100. Eso quiere decir que hay personajes que tenís que llevar más lejos, y eso es un desafío. A lo que he llegado yo conmigo mismo es que me parece que un cuento es una acción más cerrada. En cambio en la novela debes ir ampliando el contexto, las acciones. Para mí fue un tema, preguntarme a cuántos personajes como escritora soy capaz de manejar al mismo tiempo. 

El libro comienza con el vínculo que Javiera mantiene con Felipe. A lo largo de la historia este último va perdiendo el protagonismo que tenía en un principio, siendo relegado a un personaje secundario. Algo parecido pasa con el papá de Javiera. ¿Es algo que tú dispusiste conscientemente o se dio de forma natural?
—Me gusta igual que dentro de la novela tú sabís que ella está con el corazón roto, pero no sabís qué relación tuvo con él. No cachái si se lo comió una vez o si pololearon, pero la hueá es que la mina sufre. En un momento pensé: la historia de Javiera no se trata de él. Y yo creo que ahí tomé las decisiones que tomé para la novela. Cuando mis amigas tienen penas de amor siempre digo que, si bien las tormentas tienen nombres de personas, arrastran muchas otras cosas. Yo creo que si bien en la historia de Javiera hay un discurso que tiene que ver con la sororidad, también está el tema de cuando una era chica y se anclaba a las relaciones con hombres hasta que entiendes que hay otras formas de querer, más abiertas, más libres, con menos mala onda.

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La mayoría de los personajes masculinos son como fantasmas, merodean por ahí.
—Sí, tiene que ver. Algo muy fundamental para el libro fue el 2016 que conocí a una académica en Argentina que se llama Laura Harnes. Me acuerdo que fui a dos seminarios y la ví en dos ocasiones. Es una mina muy joven que trabaja el concepto de ficciones lésbicas. Lo que ella hace es rastrear estas ficciones dentro de la literatura argentina y ver en el fondo cómo se da ese deseo entre las mujeres. A partir de eso a mí como que se me abrió mucho la cabeza el pensar cómo significar las relaciones entre mujeres. No sólo sexuales, sino de todo tipo: filial, sorora, etc. En un momento sí tomé la decisión de que las protagonistas de esta novela eran las mujeres y las relaciones que establecían con otras mujeres. Entonces sí, hay personajes hombres pero más bien yo creo que los usé más para hacer el contraste.

Y lo interesante de eso es que en ningún momento las mujeres de la novela se declaran feministas.
—Yo creo que hay dos cosas. Hubo un cuento de Borges que me inspiró mucho para esta novela que se llama El jardín de los senderos que se bifurcan. Ahí, él dice que si el motivo de tu texto es el tiempo, entonces tiempo es una palabra que no puedes mencionar. Obviamente hay un discurso feminista mío que tiene que ver con quién soy yo, pero evidentemente para mí la novela no es un panfleto. En ese sentido, ni sororidad ni feminismo son mencionadas en el libro, pero porque en el fondo creo que, independiente de que se le pueda hacer una lectura feminista al libro, ahora que me lo decís, me interesa también se vea que hay otras formas de vivir el feminismo. Es un discurso político, pero también es una relación que tienen las mujeres de cuidarse entre ellas. Y eso no necesita un nombre, es sólo algo que una lo hace siendo feminista o no. En ese sentido, no sé, podríamos preguntarnos si Jacqueline es feminista y quizás no lo es, pero es una mujer que se preocupa de otras mujeres. Con Javiera y Susana es lo mismo. Quizás esas chicas no sean feministas, quién sabe si lo son, pero sí saben que tienen que cuidarse entre ellas. Y eso es algo que yo quería mostrar, porque es algo que pasa en mi vida. No sé si seré yo la afortunada, pero me pasa con mis amigas son esas personas que me reciben cuando estoy aproblemada. Mis amigas me han salvado la vida muchas veces, y espero haberlo hecho también. 

Me decías que, más allá de mirar a tu mamá como <<mamá>>, te interesaba observarla desde su condición de mujer en la sociedad.
—Pensar a mi mamá como mujer es pensar también a esta mujer como un molde que puedo llenar con todo lo que quiero decir de ella. Destacar la idea de sororidad, por ejemplo. Para mí, Jacqueline es como al final una gran amiga. La amiga que todos deberían tener. Como que siempre está ahí, te acoge. Ella ponte tú en mi cabeza era más como una heroína que lo que es Javiera. Javiera es más como una hueona atormentada, que no sabe qué hacer y lo que hace es carretear, huevear.

¿Qué fue lo que más te llamó la atención del contraste entre la vida de Javiera y de su madre?
—Cuando partí este libro fue sobre todo bajo la idea de que habían maneras diferentes de sentir y enfrentar las cosas. Porque, no sé, tener 25 años en los ‘80 no es lo mismo que tener 25 ahora. Siento que ahora hay mucho más espacio para ser joven. Y eso era algo que quería transmitir porque, en un momento Javiera y su mamá llegan a tener más o menos la misma edad pero son personas muy distintas. Jacqueline vive de una forma más adulta que Javiera. Otra cosa interesante fue el tema de los abortos. Pareciera que hay cosas que hacen las mujeres que son de ahora y no, siempre lo han hecho. No es que ahora estén liberadas y hagan más hueás. Las mujeres siempre han hecho cosas, siempre han tenido vidas interesantes.

Ríos y provincias
Romina Reyes
Editorial Montacerdos
249 páginas
Precio de referencia: $10.000

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