Por Carlos Pizarro

Amanda Teillery, escritora de 24 años, se abre paso entre un grupo de estudiantes, quienes acaban de salir del colegio La Maisonnette ubicado a algunas cuadras. Es pasado el mediodía y el panorama de Vitacura incluye vehículos, apoderados y alumnas.

En 2018 publicó ¿Cuánto viven los perros? (Emecé Cruz), un libro de cuentos en el que abordó historias de jóvenes y adultos de la clase alta de nuestro país, aquellos que llamaríamos cuicos. O cuicas, pues la escritora enfrenta la ficción desde la mirada de la mujer y el rol que juega en su círculo social.

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Similar a la serie de cuentos, en 2019 publicó La buena educación (Emecé Editores), su primera novela. En esta, la autora centra su narración en dos jóvenes colegiales: Sofía y Rosario, dos niñas que han recibido, supuestamente, la mejor educación del país, algo que se verá interrumpido por el inevitable choque con la realidad.

“Es la historia de dos amigas de un colegio católico, que se han separado a lo largo del tiempo y que se vuelven a reunir porque una va a abortar”, explica Teillery sobre su primera novela.

A pesar que Amanda habla directamente del aborto que se realiza una de las estudiantes, La buena educación no contiene ni una sola vez la palabra. No se menciona, así como en la vida de Sofía y Rosario jamás se debe mencionar, pues eso lo haría real.

Educación católica: el pecado del sexo

Caminando por Luis Pasteur (una calle que, a medida que te alejas de los locales comerciales, deja de tener peatones), Amanda comenta una crítica a su novela que apareció esta mañana en Las Últimas Noticias, la que recibe con tranquilidad.

Así como la escritora, las personajes de la novela forman su juventud en un ambiente monogenérico, religioso y lleno de normas sociales que deben ser seguidas.

—¿Cuánto incide en sus vidas el hecho que sea un colegio católico?
—Importa, pero también va de la mano con que se trata de un colegio privado y sólo mujeres. Entonces, es la combinación de tres cargas de culpa. Se le implanta la culpa desde muy chicas; pero no solo la culpa católica, sino también la culpa de ser mujer, de tener trancas, o aprehensiones o reprimirse. También todo el tema de cómo limita la sexualidad, y el desarrollarse y conocerse.

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“Un recuerdo: el sexo es malo. Mejor dicho, no existe. Por lo menos para Sofía y las demás niñas de su edad. Eso es lo les han dicho: el sexo es de los otros, no de ellas”, se lee al inicio de un capítulo de la primera novela de Teillery.

En ese sentido, lo que Amanda conoció fuera de la ficción es que “la educación sexual es súper acotada y enseña todo con severidad, hablan siempre de prevención y un poco meter miedo, más que de verdad conocerse o descubrirse”.

La niña de clase alta y de izquierda

Si bien en el texto seguimos la historia de Sofía y Rosario, la perspectiva de esta se restringe, en su mayor parte, a la primera.

—¿Cuánto de ti hay en Sofía?
—Hay harto de mí, pero también hay harto de otras personas que conozco. Los dos personajes principales son como un amalgama de personas que he conocido. (…)Si tuviera que separar diría que hay más de mí en Sofía que en Rosario. Ella es más como la visión que tengo de otras personas.

Sofía es una niña de la clase alta que poco y nada conoce del centro de Santiago, aunque ya ha visto parte de Europa en sus viajes de colegio. Su madre, una mujer que cortó su carrera profesional por asumir los cuidados de los hijos y el hogar, casada con un hombre que no se menciona más que como un sujeto ajeno.

—¿Cómo es la clase alta que conoces?
—Hay un tema de apariencias y de autorepresión por esas apariencias, por mantener un status, una identidad falsa.

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Amanda no conoce la generación de su padre o madre, al menos no tanto como la suya; los millennials del sector oriente de la capital, a ellos sí los ha leído y ha retratado.

A partir de sus realidades aisladas, las personajes no tienen discusión alguna sobre temas de política. Sin embargo, la escritora señala que el acceso a redes sociales de su generación les permitió tener mayor conciencia y crítica sobre sus privilegios.

“Puedo admitir que la nuestra es una izquierda privilegiada, y hay algo de culpa en eso”, dice Amanda. La escritora asegura que la universidad fue clave en el darse cuenta de aquello. “Una se pregunta qué hacer con sus privilegios, pero al mismo tiempo se siente hipócrita… es como ‘¿qué se espera de mí?’”.

Educación de calidad: patriarcal y monogenérica

Si bien esta novela no cuenta no personajes masculinos principales ni secundarios, las normas que rigen las vidas de cada una de las niñas del colegio católico son más bien patriarcales.

La buena educación se gestó en distintos momentos a lo largo de tres años, en los cuales Amanda desarrolló la historia al mismo tiempo que avanzaba en sus estudios universitarios. Al mismo tiempo, el movimiento feminista se tomaba las calles del país.

Si bien para 2018 el texto ya estaba terminado, el momento más alto del movimiento “sí puede influenciar en la vida posterior del libro, dialoga mejor con la época en que nació”.

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Asimismo, en la novela se nos expone una versión peligrosa de que un colegio sea monogenérico, pues no sólo limita la sexualidad a un sistema binario, sino que además limita el entendimiento de las relaciones interpersonales entre distintos géneros.

No deberían existir los colegios monogenéricos, porque se crea un microsistema que no es el verdadero, con vicios que hace que no se prepare a los alumnos para el mundo real. Y también perpetúa códigos binarios de ‘acá van los hombres, acá van las mujeres’”, dice Amanda.

—¿Sobre qué te gustaría que La buena educación generara debate?
—La experiencia femenina y cómo no nos damos cuenta de que nosotras mismas fomentamos ciertos machismos, nos quitamos nuestras propias experiencias, muy personales, -sobre todo en la adolescencia- y las vuelven un bien público, y las otras compañeras o amigas no te ayudan, sino que se unen al circo.

La buena educación
Amanda Teillery
Emecé Cruz
160 páginas
Precio de referencia: $11.900

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