El horror del nazismo en los “Lebensborn”: Las maternidades alemanas donde creaban la “raza de los nuevos caballeros”

Por Valentina Sánchez Cárdenas

17.05.2025 / 12:30

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"Los niños de Himmler" es un libro que retrata en forma cruda y realista cómo el paraíso idílico creado por el reichsführer Heinrich Himmler. En lugares alejados de la guerra, mujeres eran utilizadas como máquinas para gestar y dar a luz a niños perfectos, sin ninguna falla, y así crear una nueva raza alemana.


“Es evidente que un crecimiento semejante de los pueblos puede generar varios tipos racialmente válidos. Creo que en estos casos debemos sacar a los niños del medio donde viven y traerlos con nosotros, incluso si para ello tenemos que arrebatarlos a la fuerza o robarlos. Una medida como esa puede parecer extraña a nuestra sensibilidad europea, y algunos me dirán: ‘¿Cómo puede ser tan cruel de arrancar a un niño de su madre?’. A esa pregunta respondo: ‘¿Cómo podéis ser tan crueles de dejar en el otro bando un futuro enemigo genial, que más tarde matará a vuestros hijos y nietos?’. ¡O recuperamos esa sangre superior para utilizarla a nuestro favor o, por despiadado que les parezca, señores, destruiremos esa sangre! No podemos asumir la responsabilidad de dejarla al otro lado”.

Sin duda, esta fue una de las frases que más llamó mi atención mientras leía Los niños de Himmler.

En mi -debo reconocer- limitado conocimiento respecto a todos los sucesos que ocurrieron durante los años de la Segunda Guerra Mundial, sabía algunas de las atrocidades que hicieron los nazis bajo su lema de la “raza aria”.

Pero, si soy sincera, jamás había escuchado sobre los “Lebensborn”, las maternidades alemanas que fueron fundadas por Heinrich Himmler, donde los nazis buscaron crear a los “futuros señores de la guerra”.

¿De qué se trata? Caroline de Mulder nos presenta a Renée, una adolescente francesa expulsada y repudiada por su familia, en plena guerra, luego de quedar embarazada de un oficial de las SS en medio de la toma de París.

Ella misma quien cuenta cómo conoció a Arthur Apellido, apenas un adolescente también, quien llegó junto a sus compañeros al hostal donde trabajaba Renée.

¿Se enamoraron? ¿Fue el temor de la guerra? ¿Fue amor lo que surgió entre ambos? Al principio, la Französin -como le decían en la maternidad- cuenta que sí, que se prometieron el mundo y más, en medio de los temores propios del conflicto, la incertidumbre de no saber si la vida terminará pronto y la soledad experimentada en medio del terror.

De todos modos, la decepción del abandono terminó por crear en Renée una sed de venganza y odio contra quién era el padre de su hijo por nacer.

La autora belga también presenta a la schwester Helga, una joven enfermera alemana que representa todos los ideales que eran difundidos por la ideología nazi. Y aunque al principio seguía ciegamente todos estos lineamientos, con el pasar de la guerra y la aparición de cuestionamientos propios, empezó a poner en duda las creencias instauradas en las que confiaba ciegamente.

Una ideología dañina

De una manera cruda, pero a la vez muy realista, de Mulder deja en evidencia las atrocidades del régimen nazi para lograr uno de sus preciados objetivos: dar vida a una población “aria”, que no se trababa solo de buscar a gente rubia y de ojos azules, sino que personas sin enfermedades congénitas, por ejemplo. Al fin y al cabo, seres humanos perfectos, sin fallas.

Y es que incluso medían la circunferencia del cerebro de las madres y gestantes, les medían el color de los ojos, hasta les preguntaban a las mujeres por antecedentes de sus tataratatarabuelos (!) y las clasificaban según número y letra para saber si su genética era apta o no para poder dar a luz a un niño bajo las condiciones que eran establecidas por el régimen.

En principio, los “Lebensborn” fueron concebidos como casas encantadas donde todo era perfecto. Las mujeres tenían una rutina bastante estricta. Amamantar-tomar café-desayunar-asear sus dormitorios-alimentarse-amamantar-cenar-actividades del régimen. Y así todos los días.

“Nuestra maternidad fue la primera y, suceda lo que suceda, se mantendrá en pie. Aquí, en el centro de Baviera, resistiremos, aguantaremos hasta el final, nadie podrá desalojarnos, aquí se reconstituirá nuestro pueblo germano. Esos niños de besten Blutes, de la mejor sangre, son muy valiosos: son nuestros futuros señores de la guerra, el futuro de nuestro pueblo”, señalaba el doctor Ebner

La situación quedó en evidencia con Frau Geertrui, una alemana que dio a luz a Jürgen Weiss, un bebé que durante sus primeros días de vida no se movía, no gesticulaba ni mamaba.

Su madre, una primeriza, cayó en un espiral de desolación y dudas, y más tarde, en completa soledad, cayó en una profunda depresión -ni siquiera le entregaron el cuerpo de su hijo, quien en la autopsia quedó totalmente deformado e irreconocible, según una carta que envió a la schwester Helga otra enfermera que trabajaba en el hospital Brandenburg-Görden, a donde llegó el lactante.

La triste noticia fue informada en una escueta carta mecanografiada por Helga y dictada por el Herr Doktor.

“Estimada Frau Geertrui: Lamentamos tener que comunicarle que su hijo Jürgen Weiss, nacido el 2 de septiembre de 1944 en el Heim Hochland, Steinhoring, murió de manera repentina e inesperada de una infección pulmonar en Brandenburg-Görden el 10 de octubre de 1944. La vida es un mal para los niños que padecen enfermedades mentales. Así pues, debe considerar su muerte una liberación. Heil Hitler!”.

Con esto, al final, pienso que usaban a las mujeres como máquinas para parir, y cuando no las servían, las desechaban, las tiraban al olvido, y continuaban buscando a otras que sí podían cumplir con sus intereses.

Tras ser ilusionada con una vida perfecta, con su hijo y su futuro esposo, su triste historia terminó con una esterilización porque -a juicio del doctor Ebner- ella no era apta para continuar teniendo hijos.

Quizás cuántas mujeres más sufrieron lo mismo durante el régimen nazi. Con hijos que, quizás por no presentar estos rasgos o comportamientos “perfectos” a tiempo, eran desechados porque simplemente no servían para el plan. No eran válidos.

Todo ello, además, fundado en una ideología dañina, que buscaba renovar la sangre sin importar las consecuencias.

La hora de la verdad

Con la llegada de la hora final de la guerra, comenzaron a llegar a Hochland centenares de niños de los otros Heim. Incluso, llegaron niños que no pertenecían a nadie. Pequeños que anteriormente habían sido separados por categorías I, II, III y IV, es decir, de otras nacionalidades que habían llegado a Alemania bajo la intención de “germanizarlos”.

Y es que daba lo mismo que no hubieran nacido en Alemania, lo importante, al final, era conseguir a como de lugar una raza aria, una raza limpia.

Pero, ya cuando todo lo creado comenzó a caer como una torre de cartas, Helga se preguntaba: “Si de verdad hemos hecho lo correcto, ¿por qué destruimos los archivos?”.

El Heim de Baviera era un paraíso idílico. En los primeros pasajes del libro se habla de que la guerra “nunca” llegará al lugar; sin embargo, eso sí sucedió, y las mujeres y los cientos de niños y lactantes que llegaron al lugar quedaron a la deriva, porque ni siquiera los soldados que habían juramentado cuidarlos, cumplieron lo prometido.

El término de la guerra dejó al descubierto a los ojos del mundo el horror fundado en la guerra, el plan de Himmler que finalmente fracasó, y que dejó a cientos -o quizás miles- de niños y niñas sin padre ni madre, pequeños a la deriva, siendo simplemente hijos huérfanos de la Alemania nazi que probablemente nunca supieron sobre su verdadero origen.

Recomiendo este libro para quienes deseen interiorizarse respecto a los “Lebensborn” desde la perspectiva de las mujeres, desde el horror de la guerra, reflejado en miles de niños y niñas que fueron robados y vieron borradas sus identidades.

Ficha técnica

Autora: Caroline De Mulder
Editorial: Tusquets Editores.
Colección: Andanzas.
Páginas: 272.
Traducción: Patricia Orts.