Columna de Mario Saavedra: La selfie espiritual: cuando el bienestar también tiene algoritmo

Por Mario Saavedra

22.10.2025 / 18:21

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La humanidad pasó siglos adorando dioses invisibles; ahora adora sistemas invisibles. Y a diferencia de las religiones clásicas, esta sí tiene respuestas inmediatas, aunque te las invente con seguridad divina.


Vivimos en la era del bienestar con Wi-Fi. Todo se mide, todo se optimiza, todo se trackea. Ya no basta con “sentirse bien”: ahora hay que demostrarlo en una app.

Antes uno iba al doctor cuando se sentía mal; hoy vamos al Apple Watch a pedirle diagnóstico emocional.

“Tu frecuencia cardiaca indica ansiedad”, me dice mi reloj con un tono tan zen que me dan ganas de pegarle una meditación guiada en la pantalla.

Las aplicaciones de bienestar prometen equilibrio, pero lo que están fabricando es una nueva clase de estrés: la ansiedad por alcanzar la calma perfecta.

El chileno promedio, ese que hace fila para comprar el último smartwatch, pasa la mañana tratando de “cerrar los anillos”, aunque no cierre el presupuesto del mes.

Al mediodía se hidrata porque su app le avisó que tiene déficit de agua, y en la noche no puede dormir porque el mismo teléfono le dice que duerme mal.

La ironía: la tecnología que iba a relajarnos ahora nos reta como mamá en modo notificación push.

Las redes sociales tampoco ayudan.

Instagram se convirtió en una pasarela de almas en paz: gente haciendo yoga en terrazas imposibles, smoothies con nombres de galaxias, y frases tipo “suelta lo que no te pertenece” escritas con tipografía minimalista sobre un atardecer de stock.

Mientras tanto, tú estás en tu departamento en Ñuñoa peleando con el calefont y preguntándote si la iluminación del baño califica como luz natural para una selfie mindful.

El nuevo bienestar es performático.

No importa cómo te sientas, sino cómo se ve tu bienestar en pantalla.

Meditamos con auriculares, agradecemos con hashtags y respiramos cuando el Apple Intelligence nos lo recuerda.

El algoritmo se volvió gurú, y nosotros sus monjes con Wi-Fi.

Pero hay algo más profundo en este fenómeno: la externalización del control emocional.

Antes sabías que estabas tranquilo porque lo sentías; ahora necesitas que te lo confirme un sensor.

El cuerpo dejó de ser el termómetro de la mente y pasó a ser una base de datos.

Y el alma… bueno, el alma ahora se mide en pasos diarios y saturación de oxígeno.

Sin embargo, no todo es tragedia digital.

La tecnología también nos dio acceso a herramientas que democratizan la salud mental: terapias online, comunidades de apoyo, aplicaciones de meditación que —bien usadas— son un salvavidas real.

El problema no es el gadget, es el fetichismo del control absoluto, esa idea de que si cuantifico mi calma, entonces la poseo.

Error: la calma no se guarda en la nube.

En Chile, el fenómeno tiene su toque propio.

Nos gusta ser zen, pero a la chilena: apurados, multitarea y con ansiedad crónica.

Queremos mindfulness, pero ojalá en 5 minutos, entre la reunión y el taco.

Y si no funciona, prendemos una velita digital en YouTube y listo, espiritualidad entregada por streaming.

Quizás el verdadero bienestar —el que no necesita Bluetooth— está en volver a lo simple: caminar sin contar pasos, reírse sin capturar el momento, respirar sin que te lo pida el reloj.

Porque al final del día, la paz interior no vibra, no mide, no notifica.

Solo se siente.

Y eso, querido lector, ninguna app puede trackearlo.