Por Camila Morandé

18:45 de un viernes. Pleno corazón de Ñuñoa. En el espacioso patio de su departamento, Antonia sostiene con ambas manos la base redonda de una pequeña, pero cuidadosamente decorada torta de color rosado eléctrico. Con flores de tonos similares dibujadas por los costados, en la superficie se leen los buenos deseos de una reconocida firma de cosméticos norteamericana.

“Llegó ayer y se me olvidó sacarle foto”, comenta al aire.

“¿Quieres que la tome con mi teléfono?”, le pregunta Luciano, su pareja.

Ella asiente y la baja a la altura de la cámara del smartphone. Entre un cuidadoso plano que contrasta naturaleza y torta, se hace el registro. Han pasado pocos días desde su cumpleaños número 26 y los regalos todavía no dejan de llegar. Pareciera que todas las marcas quieren hacerse partícipes de la celebración… o al menos, a través de una publicación de agradecimiento, adentrarse de manera estratégica en el subconsciente de una buena porción de los más de 100 mil seguidores de Instagram que amasa su arroba.

“Todo el mundo influye a alguien, eso es súper importante destacar. Siempre hay alguien que te está mirando. Tengas 50, 100 o 200 seguidores, siempre hay alguien escuchándote, sobre todo niños, jóvenes. Muchas veces uno no se da cuenta de lo que puede influir en la vida del otro”.

Por eso, deslizar el dedo por su perfil resulta una brisa de aire fresco para muchas mujeres chilenas que ocupan parte importante de su día navegando en la popular red social. Porque, en el afán de ofrecer una imagen impoluta, rasgos físicos naturales como las estrías y la celulitis parecieran ser temas tabúes para el mundo influencer, pero ella se abraza a ellos con fuerza y devoción activista.

“¿Cuál es el terror que existe detrás de que la gente sepa cómo es tu cuerpo, tratar de pretender ser algo que no se es y modificar tu imagen digital? Si en la vida real no te ves así. Yo tengo fotos que están retocadas, no por decisión propia, pero también hago el esfuerzo de que, si el medio me va a mostrar de esta forma, entonces yo igual me voy a mostrar como yo soy. Y voy a mostrarme despeinada y sin maquillaje, y con el desorden de mi casa”, enfatiza.

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Y es que Antonia Larraín (“Anto”, como le dicen sus amigos y seguidores fieles), con su calce 41, casi metro ochenta de altura y cuerpo gordo, fuera de los cánones impuestos a las modelos tradicionales, se ha vuelto una insignia de representación para un sector femenino que ha sido históricamente invisibilizado en los medios. Son un número común en la sociedad chilena, pues según la Encuesta Nacional de Salud 2016-2017, un 39,8% de las más de 6 mil personas que participaron en el sondeo tiene sobrepeso, y un 31,2% es obeso, pero en las pantallas publicitarias parecieran no existir.

“Yo creo que es importante sentirse representado, porque, por ejemplo, tengo una amiga que dice que le cargan sus piernas porque las encuentra gordas. Y una vez le dije: ‘¿Cómo pensarías sobre ti misma si toda la ropa que a ti te gusta estuviese en tu talla, si nadie nunca se hubiese burlado de ti por ese rasgo y si vieras mujeres como tú en la tele o en las revistas? ¿Odiarías tu piernas tanto?’ Yo estoy 200% segura que no. Que verte representada dice ‘no estoy sola, no soy la única’, y te quita una angustia y una ansiedad tremenda”.

También cree que es un tema económico. “¿Cómo es posible que, habiendo estado en cuatro colegios, no haya gordos? Tuve compañeros gordos alguna vez, pero todos bajaron de peso. La gran mayoría se corcheteó la guata. Tenían buena situación económica, ‘el problema’ y la plata para solucionarlo. Para el nutricionista, el psicólogo, los productos light. Una serie de cosas que una persona común y normal no tiene. No sirve de nada que te operes la guata si no tienes esa red de apoyo. Tiene que tener una serie de cosas a las que solo puede acceder gente con ciertos ingresos económicos. En este país, la salud es un bien de consumo”, afirma.

Sin embargo, no siempre tuvo la palestra mediática que hoy la alza como uno de los primeros nombres locales a mencionar cuando se habla de rebelión de los cuerpos.

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El comienzo de su historia se remonta a febrero de 1993. Pese a haber nacido en la capital, se reconoce de Talagante, ya que vivió en la ciudad desde los 4 hasta los 13 años. En el colegio destacaba por ser una alumna brillante, pero fueron sus constantes cuestionamientos a los profesores y problemas de concentración los que la llevaron por primera vez, y a edad muy temprana, a terapia: “Era muy depresiva, desde muy chica. Me ponía a filosofar de la existencia y el ser humano, y mis amigas no estaban ni ahí. Tomé Ritalín a los 10 años, aunque nunca me hizo mucho efecto y nunca me dijeron lo que era, porque no querían que creciera con el estigma de ser una ‘niña Ritalín’”.

Viajaba una vez por semana a Santiago para sus sesiones con la psicóloga, hasta que sus papás tomaron la decisión de irse a Lo Barnechea y se vio enfrentada a un mundo completamente nuevo. Tanto ella como sus tres hermanos menores fueron matriculados en un establecimiento que en 2018 estuvo dentro de las 60 mejores PSU de Chile, pero Antonia jamás logró adecuarse al ritmo y al entorno.

Con tres promedios rojos, la situación era alarmante. “No me adapté nunca. Tenía insomnio, iba a la psiquiatra y tenía clases particulares dos veces a la semana porque me estaba yendo pésimo. Era un colegio muy exigente, súper poco humano”. Tras mucho esfuerzo, logró pasar de curso ese año, pero aún así, sus padres optaron por sacarla.

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El bullying que casi la mató

Sin embargo, el cambio abrió paso a una época aún peor. Relata que, cuando llevaba apenas un día cursando segundo medio en un nuevo establecimiento, le dijeron que debía cuidarse de una compañera, porque era “peligrosa”. Precisamente fue con el grupo de amigas de ella con el que comenzaron los problemas.

El peor bullying es cuando uno no sabe por qué te molestan. No sé qué hice mal. Nunca les dije algo. Ser gorda era una de las miles de razones por las que me insultaban. Me molestaban porque era demasiado alta, demasiado gorda, por ser rara. Eso era lo que más me decían. Que era rara, que me vestía mal. Me hacían pitanzas por teléfono. Una vez estaba comiendo sola y me tiraron un puñado de comida”, dice. Además, los profesores no se daban por enterados del problema.

Con el paso de los meses, el acoso llegó a un punto casi sin retorno. Anto cuenta que, un día, no aguantó más y se tomó el frasco entero de pastillas que le había indicado el psiquiatra para tratar la depresión. “Me dio una sobredosis en el colegio”.

Y aún en la vulnerabilidad de ese estado, el grupo de compañeras que la acosaba marcó presencia. “Vinieron a reírse de mí. La única que les paró los carros fue una cabra de cuarto medio que sigue siendo íntima amiga mía hasta el día de hoy. Yo no me acuerdo, pero ella me contó que les dijo: ‘Cállense. Ustedes hicieron esto’ y ellas muertas de la risa tirándome tallas, onda: ‘Oye, ¿te sentís mal?”. Así”.

Permaneció tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Posteriormente, por protocolo, fue derivada una semana a una clínica psiquiátrica. “Quería doparme, quería no estar ni ahí. No sé si en ese momento pensaba en el suicidio mucho”, recuerda de ese entonces. Sin embargo, confiesa que, con el tiempo, se ha preguntado si lo que realmente buscaba en ese momento era morirse. Aunque fuese de manera inconsciente.

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“Pintá pa’ la tele”

El docureality de Canal 13, “Amor Sin Banderas”, estrenado en marzo de 2015, fue su primer guiño con la exposición mediática. “Era un programa de teatro musical donde teníamos clases de canto y baile y éramos ocho chicos, todos de realidades distintas, y nos uníamos para llevar a cabo nuestro ‘gran sueño’”, resume en sus propias palabras.

Y todo comenzó como una confusión: Antonia estaba ad portas de iniciar la carrera de Comunicación Audiovisual y le pidió a una amiga de su mamá, que trabajaba en dicho canal, poder ir a conocer el funcionamiento del ambiente durante el verano ayudando en lo que fuese y sin remuneración de por medio.

Ella creyó que estaba buscando una oportunidad televisiva y la recomendó a un productor. “El gallo me dijo: ‘Estái pintá pa’ la tele, voy a guardar tu archivo’. Año y medio después, me llamó para que lo ayudara a hacer un piloto musical para presentar a los ejecutivos. Ellos tenían la idea, querían distintos personajes que cantaran y hablaran de sus problemas. Como Glee, pero de la vida real. Algo que es imposible, pero no importa”.

Una vez lanzado el programa al aire, no pasó mucho tiempo antes de que su presencia acaparara las miradas de quienes se sentían como ella. “Yo era la gorda del grupo, ese era mi papel. Yo era como la gorda friki. Salía con mis poleras de Harry Potter y American Horror Story”, acota.

Dadas las lecciones de baile grupales que tenían los participantes del musical, muchas veces los ejercicios la incomodaban. Recuerda, por ejemplo, una ocasión en la que los hombres debían tomar en brazos a las mujeres y sostenerlas en el aire durante unos segundos. La especial atención que la cámara posó en su esfuerzo y reacciones fue morbosa, porque se dificultaba con su peso. Ese episodio, en particular, terminó con ella llorando sobre unas escaleras.

Me empezó a escribir mucha gente diciéndome que se sentía igual, y me di cuenta que no estaba sola, que la gran mayoría de la gente se siente como yo, que todo el mundo tiene inseguridades. Tenía la responsabilidad de tener una vitrina y debía dar el ejemplo. Pensaba: ‘Si me dejo llevar por la inseguridad y no intento hacer las cosas, me está viendo una niñita que se siente igual que yo, y tengo que demostrarle que lo voy a hacer’. Hay un capítulo donde me pongo a llorar enojada, y le digo al profe: ‘Yo voy a hacer esto, pero lo voy a hacer mí y por todas’”.

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Body positive

“Mucha gente me dice: ‘Tú hablas de body positive ahora, porque está de moda’. Y no, yo vengo hablando de esto mucho antes. Vengo marchando en el Gay Parade desde primero medio”, cuenta. El verano de 2017, protagonizó un video publicitario de Dove, en el que se buscaba realzar la utilización de modelos con figuras más representativas.

“Todos los comerciales de verano muestran a las mismas mujeres, todos muestran cuerpos perfectos, como si fuera lo más normal. Todos hacen sentir a las mujeres que su cuerpo no está bien. Todos, menos este”, recitaba frente a la cámara mientras posaba a las orillas de la playa con un bikini negro puesto.

“La gente me decía: ‘Ay, si tú no eres gorda, eres linda’. Como si no se pudiera ser gorda y linda al mismo tiempo”. El video hoy suma más de un millón y medio de reproducciones, y apenas fue lanzado, provocó que su nombre explotase en las redes sociales. Todos querían saber quién era. Y si bien, la mayoría de los comentarios gozaba índole positivo, tampoco faltaban quienes le daban una segunda interpretación. “Decían ‘están promoviendo la obesidad’. Y yo sólo por salir en bikini a la playa se supone que estoy promoviendo la obesidad en este país. Nada que ver”, aclara.

Y se le viene a la cabeza lo polémica que fue una portada de Tess Holliday, una de las modelos de talla más grande de la industria internacional, en la revista Cosmopolitan a mediados del año pasado. “La gente decía ‘están promoviendo la obesidad’. Nadie mira a la Tess Holliday y dice ‘qué ganas de ser gorda como ella’. Dicen ‘qué ganas de tener esa actitud, qué ganas de sentirme así de cómoda, qué ganas de sentirme sexy, ponerme un traje de baño e ir a la playa y que me importe un pepino todo’”, aclara.

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Visibilizar el mensaje

“Hay que hacerse responsable del mensaje que se envía como marca, como medio de comunicación, y tiene que ver con la visibilización de los cuerpos. Si existe, tiene los mismos derechos que el resto. No importa si es diabético, el gordo más gordo del mundo, pesa 300 kilos o tiene anorexia. Tiene los mismos derechos que tú. Hay que entenderlo y educar a la gente”.

Antonia fue parte durante dos años de una firma de modelos. Este año, renunció y se focalizó en impulsar la campaña “Tallas para todes”, entre cuyos principales fines está la no discriminación de la industria de la moda y el adiós a las tallas únicas, pues todos los físicos son diferentes. Sin embargo, la propuesta tampoco ha estado exenta de críticas, sobre todo por el uso de la palabra “todes”.

“Lo uso por ser un lenguaje que a mí me hace sentir cómoda y es inclusivo, porque dentro de la campaña había una chica trans y una persona que es no binaria. A mí no me cuesta nada cambiar una letra para que otra persona se sienta más cómoda. Creo que la gente se olvida que el lenguaje, lo mismo que la ropa, viene desde las personas y no al revés. El humano crea al lenguaje y al igual que en la sociedad, que en las leyes, y que en todo en esta vida, el lenguaje evoluciona, crece, aumenta, varía, se enriquece, se transforma. La campaña sigue diciendo algo que es verdad y afecta a muchos. ¿O vamos a ignorar todo eso porque hay una letra, una palabra o una gorda que no te guste?”.

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