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Pese a contar con una población acotada de sólo 3 millones y medio de habitantes, Uruguay es un territorio plagado de buenos futbolistas a lo largo de su historia: Luis Suárez, Cavani y Diego Forlán entre los más recientes; Rubén Soza, Francescoli, Álvaro Recoba yendo un poco más atrás. Y así la lista sigue en cada generación y no termina.

Los uruguayos, a su haber, como selección, han conquistado 15 copas América, dos copas del mundo, otras dos medallas olímpicas de oro, además de contar con figuras, en un alto índice, que juegan en las mejores ligas del mundo.

Los pergaminos están ahí, son irrefutables. ¿Pero cómo lo logran? ¿Cuál es el secreto de su fórmula del éxito para competir y ser buenos en el deporte más popular del orbe?

La respuesta parece estar en el día a día del uruguayo y desde muy pequeños, no hay más truco que eso. Son más de 65 mil niños de todo el país los que juegan campeonatos de fútbol a lo largo de todo el territorio. Eso arroja que 4 de cada 10 pequeños que aman este deporte, además lo practican a nivel competitivo desde la infancia.

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“Cuando en Uruguay nace un barón es muy raro que no juegue al baby fútbol”, explica Nicolás Martínez, padre de un jugador de la categoría 2012 del club La Rinconada.

El resto de los niños también juega, pero fuera de la organización de los torneos para menores. En el país oriental se vive y respira el fútbol, a lo que le agregan la competitividad desde los inicios, algo que los prepara para lo que viene.

El sueño de estos niños no es otro que llegar a ser futbolista profesional y, de paso, mantener esa tradición intacta de un país que parece ser una verdadera fábrica de buenos jugadores.

Los padres de estos niños, que son los primeros en motivarlos, saben que por esas canchas de baby fútbol también pasaron las estrellas del presente y lo seguirán haciendo. No hay otra manera, al menos en Uruguay.

Ante todo, el caracter competitivo

“Es una competencia temprana, una organización que tiene muy bien diagramada su pirámide. Tenemos más de 600 clubes a lo largo de todo el país”, señala Eduardo Mosegui, presidente de la Organización Nacional de Fútbol Infantil.

“Tenés que correr todas las pelotas”, le dice un padre a si hijo, en un diálogo que seguramente él también tuvo con su progenitor y así lo replican de generación en generación.

“El fútbol infantil es competitivo desde el momento en que comienza. Tiene muy poco de carácter recreativo, como pueden tener otras disciplinas”, agrega Mosegui, quien reconoce que esa característica es distintiva de los charrúas.

Árbitros para cada división y con los familiares a un costado de la cancha alentando a los niños.

Por su parte, Pierre Sarratia, entrenador formativo del Club Nacional, uno de los más populares de la nación, comenta que: “El chico está acostumbrado a una presión que le sirve para el futuro. Eso genera muchas ventajas porque le dan al niño una personalidad bastante fuerte”.

Este fenómeno se repite casi en cada familia de este país, tal como lo retrata el periodista Ricardo Piñeyrúa: “La sociedad uruguaya al jugador de fútbol le da un valor muy alto. Es una situación difícil de explicar al mundo ya que es un movimiento absolutamente voluntario, donde padres y personas que simplemente quieren divertirse, arman equipos y campeonatos de fútbol”.

Un mate y a la cancha. Así viven las familias el fútbol día a día en Uruguay.

Las familias, sin excluir a las madres, acuden con sus hijos a los torneos, sin importar que haya lluvia, frío, sol o calor. Y precisamente las mujeres suelen ser las más apasionadas, acompañadas incluso por las abuelas de los menores que también disfrutan de la competencia.

El combustible de esta fábrica de jugadores no es otro que la pasión por el fútbol. “La gente acá en Uruguay vive fútbol, duerme futbol… está casi en la sangre”, sentenció el entrenador Sarratia.

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