El año pasado fue, sin duda, uno de los más difíciles para todo el planeta. Hasta esa fecha, la vida era relativamente normal para la mayoría de los habitantes de la Tierra.

Algunos estudiaban, otros trabajaban, otros hacían actividades al aire libre, otros exploraban nuevos territorios, muchos viajaban y hacían turismo.

Todo se terminó a comienzos del 2020 con la expansión del COVID-19 desde China a Europa y después al resto de los otros continentes.

Las actividades normales de cada día cesaron y se estableció un nuevo orden: los padres tenían que preocuparse de las tareas de sus hijos y orientarlos en materias que muchas veces desconocían, las personas se quedaron en sus casas trabajando de manera remota.

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Se cerraron parques, se clausuraron juegos infantiles, cines y gimnasios. Todos los espacios de diversión fueron focalizados a las pantallas que teníamos en nuestras casas: celulares, tablets, notebooks y computadores.

Fuimos confinados a nuestros hogares. La brecha social se hizo más evidente cuando unos pudieron mantenerse encerrados, pero con acceso a un patio, una terraza o una piscina. Mientras otros tenían que compartir espacios más pequeños con cinco o más personas.

Todos estos factores afectaron gravemente la salud mental de las personas y nos llevaron a desarrollar hábitos que a la larga podrían ser un gran problema.

Nos referimos principalmente a la obesidad. Chile es uno de los países con mayores tasas de obesidad en Latinoamérica, según organizaciones como la OCDE.

Estas cifras seguramente aumentaron de manera exponencial en el último año producto del encierro y el estrés de la pandemia.

Por ejemplo, la Sociedad Española de la Obesidad informó que la mitad de los españoles confinados experimentaron un aumento de peso. Un 73 % dijo haber subido entre 1 y 3 kilos.

El peligro de “los kilitos de más”

“El estar encerrados promueve sentimientos de aburrimiento, ansiedad, lo cual muchas veces se combate a través de la ingesta”, explica el psiquiatra Otto Dörr Zegers, Premio Nacional de Medicina 2018.

Para el profesional, la obesidad no significa solamente unos kilos de más, sino que puede llevar a consecuencias peligrosas para la salud de las personas.

“Existe abundante evidencia científica que indica como la obesidad conlleva a formas más graves de enfermedad por coronavirus, incluso mayor porcentaje de intubación y muerte”, comenta el médico.

En situaciones extremas como en las que nos encontramos, es normal que surjan algunos trastornos producto de la ansiedad provocada por factores exteriores.

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“Estudios realizados anterior a esta situación de COVID─19, ya sea en contexto de incidentes terroristas o desastres naturales, señalaban un aumento en conductas adictivas, tipo alcohol, tecnología, tabaquismo, lo que además debilita la respuesta inmune del organismo, aumentando la vulnerabilidad a infectarse por COVID”, asegura el doctor Dörr.

Y a medida que pasan los meses, mejorar los hábitos de alimentación se hace cada vez más difícil, ya que comer en exceso se transforma en la nueva realidad.

El problema es que finalmente esta solución se vuelve paradojal, en el sentido que se convierte en otro problema más”, afirma el psiquiatra.

Niños y adolescentes

La obesidad infantil en Chile era un problema antes de la pandemia. Ahora podría haberse complicado aún más.

A finales del 2020, la revista Journal Of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry publicó una revisión de 63 estudios con un total de 51.576 participantes y encontraron una asociación clara entre soledad y problemas de salud mental en niños y adolescentes.

“La soledad se asoció con futuros problemas de salud mental hasta 9 años después, siendo la asociación más fuerte la depresión”, explica el doctor Dörr. “Otro de los hallazgos reportados fue que las niñas mostraban más síntomas de depresión en comparación con los varones, y que estos tenían indicadores más elevados de ansiedad social”.

Sin comunicación directa por el cierre de escuelas y universidades, los menores de edad y adolescentes pueden comunicarse sólo online con sus amigos y profesores.

Ellos no son los más afectados por el virus del COVID-19, pero sí podrían serlo desde el punto de vista de la salud mental a largo plazo.

Mejorar los hábitos

¿Qué hacemos entonces? El profesional asegura que no existe una fórmula milagrosa para llegar a los resultados que queremos.

Incluso, dice que es difícil volver a los hábitos anteriores, porque la situación cambió radicalmente.

“Debemos reflexionar y meditar sobre cómo, con nuestras características particulares, tanto positivas como negativas, nos enfrentamos a esta nueva realidad, y aportamos a nuestro sistema familiar para que resista este difícil y desafiante momento”, sugiere el doctor Dörr.

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Hay que considerar que en cada familia existen personas con distintas necesidades: adultos mayores, profesionales jóvenes, niños y adolescentes.

“El desafío es el poder soportar este cambio y lograr una adaptación sana a través de la creación de una nueva rutina en que el ocio, el trabajo, el ejercicio, la comida y la sociabilidad tengan un justo y equilibrado espacio”, asegura el psiquiatra.

Pero la pandemia aún no desaparece y no lo hará hasta que la mayoría de la población esté vacunada, así que estos cambios podrían ser difíciles de llevar a cabo.

“A algunos miembros de la familia les será más difícil que a otros, es ahí donde las fortalezas de unos deben ponerse al servicio de aquellos a quienes les cueste más lograr una nueva rutina y por ende, un equilibrio”, indica el doctor Dörr.

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