Por Fernando Paulsen

¿Qué ha pasado desde las elecciones más inéditas de nuestra historia reciente hasta ahora?

Varias cosas: una derrota histórica a las ideas de la derecha, encarnadas en la coalición de gobierno. Digo a las ideas de derecha, más que a personas o partidos, porque una de las elecciones –la más importante de todas- tenía un componente mayoritariamente ideológico, porque iban a ser ideas de país y sus instituciones y las facultades de éstas, las que serían decididas. Y esa elección, la de constituyentes, encargados de redactar y ofrecer al país una nueva Constitución, se basa en una discusión sobre ideas. Ideas de organización del territorio, de las instituciones y sus facultades, de los derechos que corresponden a cada habitante, de la forma de organizar los distintos sistemas de gobierno: el presidencial, el parlamentario, el judicial y sus departamentos anexos.

Por la profunda naturaleza ideológica de la redacción de una Constitución es que esa elección, inédita –repito- en el país, afectó tan profundamente al bando perdedor: la derecha chilena. Estaba la posibilidad de que muchas de las cosas sacrosantas que ese sector estima no deben cambiar en la futura Carta Magna, hubiesen podido estar protegidas por el alto quorum de 2/3 exigido para aprobar su contenido. Pero, ya sabemos, la derecha no logró obtener el tercio que le podía dar una maniobra protectora y ahora, si tiene que defender articulados considerados vitales, va a necesitar apoyo de otros constituyentes, de la oposición, para conseguir el tercio necesario.

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Varios en el oficialismo han reparado en esta situación y en la magnitud de la derrota, a la hora de defender ideas que se consideran claves para su sector. En la búsqueda de culpables, el primero y más recurrido ha sido, con razón, el gobierno. No habían terminado de contarse los votos y ya había candidatos presidenciales de Chile Vamos apuntando con el dedo a La Moneda, para decir que meses de no escucharlos derivaron en el peor descalabro desde el retorno a la democracia. Por cierto, hay bastante de oportunismo en esto. Muchos de esos candidatos fueron ministros y funcionarios públicos y aplaudieron a rabiar lo que ahora se estima como desatenciones oficialistas de la gente en su momento más vulnerable.

¿Qué sigue entonces? ¿Un descalabro gigantesco en la derecha, lleno de recriminaciones y “yo te dije”, “por qué no me hiciste caso” y cosas por el estilo? No necesariamente. Porque la oposición, esta oposición desde hace 10 años, tiene la capacidad infinita de no saber captar los momentos y oportunidades que la política les entrega para instalar ideas propias –ideas que duran mucho más que las personas que las representan- a la hora de ver, estratégicamente, cómo se capitaliza la victoria obtenida.

Hoy estamos en un mare magnum de acusaciones de allá y acá sobre quién fue el primero en ningunear las posibilidades de primarias conjuntas con el otro. “Ustedes nunca dijeron claramente que querían hacerla con nosotros”; “ustedes aplicaron un veto indecente a la posibilidad de hacerlas con nosotros”. Y la victoria más apabullante de la oposición desde 1990 empieza a parecerse a un fogonazo de luz, que iluminó lo que podría ser, pero que dura lo que dura la bengala.

Alguien podría argumentar que la Constituyente es distinta a las elecciones generales de presidente o parlamentarias. Y que lo que pase en estas últimas no van a afectar lo que ocurra en la redacción de la Constitución. Pero nadie que conozca bien la política, especialmente la chilena, puede ignorar las condicionantes anímicas que prevalecen en ella. Las decisiones traen consecuencias, a veces dilatadas en el tiempo, como ese proverbio árabe que dice: “me vengué 20 años después… y me apresuré”. Y entramos ahora a una etapa de pasada de cuenta, incomprensible para muchos, donde las posibilidades de unir fuerzas en un solo candidato o candidata, por los dimes y diretes de hace tiempo -de lado y lado- disminuyen sus posibilidades, dándole al derrotado la posibilidad de volver a creer en el tercio protector. No el tercio para los artículos de la Constituyente, sino el tercio de ir a tres bandas en las elecciones regulares, como era históricamente la situación previa a la dictadura, donde tantas veces los menos ganaron lo máximo, por dispersión de votos.

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Es cierto que ahora hay segunda vuelta y antes no. Pero esas segundas vueltas pueden estar llenas de recriminaciones por cómo se actuó antes, como está ocurriendo ahora.

Resulta paradójico que parezca que se puede tratar de llegar a “mínimos comunes” con quienes se piensa diametralmente distinto, con quienes desde la dictadura hasta acá siempre se han considerado el adversario, pero no haya mínimos comunes entre actores que incluso han sido parte de un mismo gabinete y que permitan garantizar a la oposición que sus ideas llegan al próximo gobierno.

El arzobispo de Recife y uno de los precursores de la Teología de la Liberación, Dom Helder Cámara, decía que “cuando uno sueña solo, es sólo un sueño. Pero cuando uno sueña con muchos es el comienzo de la realidad”.

En el caso de la política profesional chilena, soñar con muchos es solo para discursos. Cuando llega la hora de testear las palabras, ese individualismo que permea todo en Chile -humanidad y economía- toma el control y cobra la deuda de rencillas pasadas, en medio de la embriaguez de un buen resultado, convencido que la venganza es sinónimo de victoria.

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