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Corrieron solos y llegaron primero. Conocemos titulares del estilo de otros países en otras épocas, pero al final la historia es la misma: una dictadura, porque no existen las dictablandas, aunque algunas quieran parecerlo, que escenifica una pantomima de elecciones donde es imposible competir de manera justa.

Así, no es gran cosa que los candidatos del oficialismo en Venezuela hayan ganado. Son elecciones con un 70% de abstención, cuando en el 2015 la participación fue del 70%.

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Pero eso no es lo más relevante, porque de participaciones bajas sabemos también los chilenos. El punto es por qué no concurrieron a votar y quiénes podían postular y quiénes no. Ciertamente, no dos de los principales líderes opositores.

Es cierto que durante años de años el chavismo ganó en las urnas, con el aparato benefactor del Estado de su lado, pero ganaron, casi siempre.

Sin embargo, cuando Maduro perdió el control de la asamblea nacional, en ese momento comenzó a ponerle trabas, hasta que hizo imposible su trabajo y se coronó dictador en 2017, cuando echó a andar en paralelo una asamblea constituyente en medio de la ola de protestas y usurpando las atribuciones del Poder Legislativo.

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Porque demócrata no es sólo el que llega al poder por las urnas, sino el que ejerce su mandato como tal. No el que como Diosdado Cabello no invita sufragar, sino que amenaza diciendo ‘el que no vota, no come’, porque bien sabe que gran parte de la población requiere la ayuda alimenticia.

Suerte para Maduro, que cuenta con una oposición dividida que en su momento, como también Chávez en su momento, apoyó un intento de golpe y que ha sido incapaz de articularse.

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