Por Mónica Rincón
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Gabriela Alcaíno tenía 17 años. Ella y su madre, Carolina Donoso, fueron asesinadas por el ex pololo de la joven. Por eso hoy la ley que amplía el femicidio no sólo a las relaciones de matrimonio, se llama Ley Gabriela.

La desafortunadas declaraciones del presidente, que posteriormente tuvo que explicar dos veces, no deben opacar la buena noticia que implica esta ley. Es una señal que se le da al país al reconocer que a ellas se las mata por el simple hecho de nacer mujeres. Sólo por nacer mujeres.

Último paso de una cadena de violencia que empieza en una cultura machista, pasa por el maltrato y termina muchas veces en asesinatos. El machismo mata. Sí, y desde ahora estos crímenes tendrán penas más altas.

¿Es suficiente? No, porque aún hay que garantizar que el sistema judicial acoja a las víctimas de violencia, que no haya ningún juez como aquellos de Ovalle que considere como una atenuante que un hombre se entere de una supuesta infidelidad. O como los de España, que en el caso La Manada dijeron que la víctima no se resistió lo suficiente.

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Falta que nadie crea que si usaba mini o andaba sola de noche, se lo buscó o lo provocó. O que se titule: “la mataron por amor”. No, la mataron por machismo.

Y falta que cambiemos esa cultura que nos desvaloriza, que le da desde pequeñas más trabajo domésticos a las niñas que a sus hermanos, esa cultura que permite que se les pague menos, donde no hay trabajo parejo ni cocrianza puertas adentro y sí menos oportunidades para ellas puertas afuera.

Donde un día un hombre decide que esa mujer es de su propiedad y que puede hacer con ella lo que quiera, incluso matarla.

Nunca más solas, cuidarnos, pero en cada caso la víctima es sólo víctima; nunca responsable de lo que le sucedió.

La culpa no fue nunca de ellas, ni dónde andaban, ni cómo vestían. Ni de las que sobrevivieron, ni de las que no pueden denunciar, ni de las que ya no están.

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