Por Paula Aguilera

“La extrañeza lo atraviesa todo en estos tiempos”, observa Rosabetty Muñoz (60) por el teléfono al comentar los días fríos que han marcado el inicio de febrero, tanto en su casa en Ancud como en la capital.

Esa mirada poética para referirse tanto al tiempo como a la vida en el último año es la que la escritora y profesora de Lenguaje de la Universidad Austral busca plasmar en la nueva Constitución.

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Autora de libros como Canto de una oveja del rebaño (1981), En lugar de morir (1987), Hijos (1991), Baile de señoritas (1994) y En nombre de ninguna (2008), la poeta ha sido galardonada con el Premio Pablo Neruda (2000), el Premio Altazor (2013) y en 2020 fue candidata al Premio Nacional de Literatura.

La isla de Chiloé ha sido siempre su hogar y ahora, de cara al proceso constituyente, aspira a integrar la Convención Constitucional como independiente con un cupo del Partido Liberal en el Distrito 26, que se compone por las comunas de Ancud, Calbuco, Castro, Chaitén, Chonchi, Cochamó, Curaco de Vélez, Dalcahue, Futaleufú, Hualaihué, Maullín, Palena, Puerto Montt, Puqueldón, Queilén, Quellón, Quemchi y Quinchao.

Escribir es un acto político

Además de su trabajo intelectual, Muñoz hace clases en la isla a estudiantes de enseñanza media desde que se tituló. “Sólo en colegios públicos, eso sí que ha sido una ley para mí”, aclara. 

Por eso, a pesar de que competir por un escaño para redactar la nueva carta fundamental podría parecer un giro en su trayectoria, para ella significa todo lo contrario.

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“Yo creo que hay un error de base en considerar que la cultura está alejada del territorio de la política, escribir es un acto político, yo creo que quedarse en la provincia a desarrollar un trabajo cultural como yo he hecho también es un acto político”, dice.

Esto último, explica, se traduce en “venir a nuestros lugares de origen y desde aquí, no solamente hacer el trabajo creativo personal, sino que también intervenir en la densidad cultural, en lo que se va desarrollando desde la educación y otros espacios para mejorar o más bien hablar de cómo desarrollar cultura acá“.

La Constitución y nuevas palabras para sanar

La vandalización del mural donde Víctor Jara vivió en Las Condes, la polémica por la obra de Mon Laferte y la muerte de Francisco Martínez, el malabarista que fue baleado por un carabinero en Panguipulli, son para Rosabetty Muñoz muestras del “lugar marginal en el que está puesto el artista en general, como sacado del centro de donde ocurren realmente las cosas”.

Por eso, cree que en la necesidad de “un espacio en la Constitución que declare la cultura como un derecho fundamental“. “Pero la cultura entendida en términos amplios, no solo en términos del arte, sino que de lo que construimos todos los ciudadanos, todos los quehaceres. Ojalá quedáramos muchas personas que militan en el espacio de la cultura, así vamos a poder resguardar mejor esos elementos que son sustanciales para nuestra vida ciudadanas”. dice.

En ese sentido, considera que en el proceso constituyente “un papel de un intelectual es poner mesura, no por controlarse, sino porque en nuestro idioma hay una gama de palabras que pueden decir mucho mejor lo que nos está pasando, expresarnos de manera distinta y que pueden servir para que mejoremos”.

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“Las palabras también tienen ese efecto sanador, como saben las culturas ancestrales, quienes han construido una relación con las palabras más vitales. Las palabras sanan, así como hay otras que hieren y que pueden quedar incrustadas peor que si fueran como un cuchillo en la carne de otro. Entonces así como hieren, las palabras también pueden salvar y yo creo que esa es una misión que tenemos la gente de cultura, es ir poniendo palabras que sirvan para mejorar el mundo, no para empeorarlo“, dice.

Por eso, cuenta que un concepto que le parece fundamental, y que ha escuchado de los pueblos originarios, es el del “buen vivir”: “Para mí supera el bien común porque abarca también esta instalación de nosotros como seres humanos en un todo que tiene que ver con la naturaleza y con otros habitantes de la naturaleza, esto de tener un trato de respeto y retribución con la naturaleza y con el otro, es mirar al otro y respetar profundamente el sentido de comunidad, el que lo que le pasa a uno le pasa a todos”.

“Me parece de una belleza no solamente estética, sino también de una belleza interior muy grande que nos puede beneficiar mucho como seres humanos“, agrega.

La pandemia para recuperar lo cotidiano

Sin duda la pandemia ha afectado todas las esfera de desarrollo y el ámbito cultural no ha quedado ajeno. Y a pesar de las consecuencias más amargas, Rosabetty se mantiene optimista con respecto al impacto que tendrá en la actividad.

“En lo personal, yo pienso que tiene que ver con cómo cambia el mundo alrededor, el entrar de nuevo a las casas, el ingresar otra vez a un espacio que había sido abandonado cada vez más por la vida, las exigencias del trabajo. Volvió y estamos recuperando espacios que son preciosos, como el entorno familiar, los aromas, las fragancias de las cocinas, los encuentros o desencuentros entre quienes viven en las casas, todo lo que construyó nuestro imaginario, sobre todo acá en Chiloé, donde antes todo ocurría alrededor de la estufa y dentro de las casas”, dice.

Como ejemplo, menciona que “a mis nietos, que tienen 3 y 4 años, les están enseñando a hacer pan, a hacer sus camas, ayudan a hacer el aseo, envuelven calcetines, todas esas cosas que hacíamos nosotros de niños y que son parte de los tránsitos de una casa que ya no estaba haciendo ningún niño entre las salas cunas, los jardines infantiles, los colegios y esas jornada escolar completa, que es un horror porque viven adentro de la escuela los niños, han recuperado esos antiguos avatares que yo creo que son buenos“.

Si bien existen matices, como la cantidad de contagiados, muertes y quienes han debido pasar el confinamiento en espacios reducidos, cree que el lado bueno será “la recuperación de espacios perdidos que están llenos de sentido”. 

“He vuelto a pensar mucho en la escuela que soñaba Gabriela Mistral, estas escuelas con cultivos de tierra, que estén relacionadas con los ejercicios más vitales de producir o de cuidar las plantas para tener cosechas y que nos enseñen a llevar una economía que es más humana, más especial con la naturaleza, todas esas que se han estado dando mucho. Acá lo vemos mucho“, cuenta.

“Definitivamente yo soy una optimista, yo creo que la esperanza es absolutamente necesaria, ni siquiera es un lujo, es que la necesitamos como nunca. Aquí ya es patente la falta de agua por el cambio climático, el abuso que se ha hecho de la tierra, de sacar árboles y yo creo que estos nuevos niños van a ser generaciones que van a tener más cuidado con lo que viene o con el futuro que nos quede, sea poco o mucho”, cierra.

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