Por Sebastián Flores
Foto: Bruno Córdova Manzor

La oficina se ve amplia, pero sobre todo sencilla. Una mesa de madera que combina con el parquet, su silla bajo el cuadro de un orgulloso perro de raza fina y una pared semi-curva con una bonita vista que llena de luz la habitación.

—¿Estái contenta?
—Estoy contenta, estoy expectante, estoy nerviosa, estoy ansiosa.

Las cuatro sensaciones se dejan entrever constantemente a lo largo de la conversación. No aparecen todas al mismo tiempo -se van intercalando dependiendo del tema-, pero la que sí es transversal es una que ella no menciona: seguridad en sí misma.

Son las 14 horas de un viernes de septiembre. La sala de redacción, que cuenta con un gran ventanal hacia el Parque Forestal, está casi vacía. La mayoría de los periodistas están almorzando, pero ella no lo hará hasta después de esta entrevista. Se le escucha contenta, expectante, nerviosa y ansiosa, pero también segura.

—Es un desafío enorme. Imagínate, tomar la dirección de un buque así de enorme. Ha sido intenso, sobre todo ha sido intenso, pero también muy gratificante. La noticia de “la primera directora” fue bien recibida por los mercados —cuenta entre risas.

—Es que fue sorpresivo que una mujer asumiera la dirección de The Clinic.
—La gente reaccionó bien y eso me da ánimos, pero igual no soy la “Soa” Bachelet del Clinic. No vengo en esa situación. Es bacán ser la primera directora mujer, pero no estoy en este puesto por ser mujer. Estoy en este puesto básicamente porque soy súper buena.

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“Yo no compito con La Tercera, con CNN o con El Desconcierto, yo compito con toda la gente que tiene un celular, contra los memes o contra cualquier persona que sea graciosa”.

Demasiado engrupida

Lorena del Pilar Penjean Cárdenas (40) es un nombre respetado y querido dentro del mundo periodístico chileno. Su primer trabajo fue en The Clinic, a los 21 años, mientras estudiaba Periodismo en la U. de Chile. Llegó como una novel colaboradora cuando el pasquín llevaba apenas 8 números y rápidamente se ganó un espacio dentro de él.

Apadrinada por el fallecido editor Guillermo Hidalgo -a quien reconoce como su mentor- y por el mismísimo Patricio Fernández -a quien reconoce como “un hueón valiente, un hueón jugado”-, Lorena estaba fascinada siendo parte de este nuevo medio que -en sus palabras- era un “dream team”.

—Nunca vi tanta gente tan talentosa reunida en un sólo lugar. Cuando yo llegué, la Andrea Lagos hacía las entrevistas y me encantó —recuerda.

—¿Qué te encantó?
—Me gustaba la sátira y este lugar como experimental. Imagínate que lo primero que hice en el Clinic fue “La historia de la tortura”, en tiempos sin Internet, y me fui a la Biblioteca Nacional y era como “¡qué bacán poder escribir esto!”. Después empecé a hacer críticas de santos. ¡Cáchate lo chifleta! Iba por las iglesias, firmaba con el nombre de mi abuela, Úrsula Díaz, y escribía de Santa Rita y San Expedito. Mi primera entrevista fue a Enrique Krauss. ¡Imagínate! ¡Era otro país! Cuando pienso en el Clinic, pienso en ese momento. Pienso en las portadas, que a mí me alucinaban. Acuérdate que en ese tiempo Pinochet estaba vivo, había senadores designados y recién se había terminado la discusión que dejaba de hablar de los hijos ilegítimos. Ese era el país en que nosotros vivíamos, y por eso para mí estar en el Clinic era un sueño. Me sentía realizada.

—¿Qué llegaste a hacer en The Clinic en todos esos años?
—Hice un montón. O sea, olvídate. Estuve un buen rato haciendo las entrevistas, reporteaba y trabajábamos en un dossier. Fuimos la primera generación de practicantes donde éramos puras mujeres y hacíamos El Merculo y La Zorrunda. Una vez la Zona de Contacto nos tildó de “The Cinic” y nosotros hicimos un suplemento que se llamaba así. Era como “riámonos, si tampoco nada es tan grave”. Las vidas sociales eran una locura, eran lo que hoy es History in Tofo. Las portadas eran los memes que hoy se masificaron. Hicimos entrevistas increíbles. Entrevisté a Hermógenes Pérez de Arce, a Huaiquipán en La Legua, a Felipe Berríos y terminé rezando con él. Era demasiado engrupida. Ahí yo tenía doble militancia: estaba en el Clinic y en Aplaplac.

—Trabajaste en 31 Minutos.
—Yo en 31 Minutos era productora, era ghost writer de Bodoque y después derivé en la ghost writer de todos los monos. Todas las entrevistas que daba Tulio, todas las acciones de prensa, las hacía yo. También escribí los libros de Bodoque y en la última temporada -la que salió hace poco- ya estaba de frentón como guionista.

—¿Hasta cuándo estuviste en el Clinic?
—Me fui cuando nacieron mis niñitos, pero permanecí en Aplaplac y ahí ya me empecé a profesionalizar. Tenía que pagar cuentas, no podía seguir así.

Sus niñitos nacieron en 2005 (son mellizos y se llaman Mateo y Clemente). Tras ello, Lorena Penjean, ahora madre, exploró un largo camino profesional lejos del pasquín.

—¿De ahí que hiciste?
—¡Yo escribí El blog de la Feña pa que sepái! ¡Yo escribí Amango! El “piensa, Feña, piensa” soy yo. ¡Me encantaba! ¡Me encantaba y lo pasé bien! ¡Y además paraba la olla! Trabajé en Canal 13, en el área de ficción y en el área infantil. Empecé a escribir en Paula, seguí en Aplaplac y terminé en Fábula.

—¿Cómo llegaste a Fábula?
—Era raro porque Fábula estaba partiendo. He tenido súper suerte. A Fábula me llevó Pedro (Peirano) cuando los niños estaban haciendo “NO”. Pedro era el guionista y puso como condición que yo hiciera la investigación. Después derivé en producción y luego en prensa. Era todo bien orgánico, no era que yo llegara y tomara una película como si fuera a vender papas fritas, estaba súper involucrada con el proyecto. Hice un montón de películas, con Pablo (Larraín) las hice casi todas. Estuve con Sebastián Leilo en “Gloria” y en “Una mujer fantástica”.

—¿En qué estabai justo antes de volver a The Clinic?
—No me acuerdo bien. Cada cierto tiempo me da por renunciar a todo. Yo estuve en Cinema Chile, me hice cargo de las comunicaciones para apoyar el cine chileno afuera. Vi muchas películas, participé de festivales, entiendo el circuito. También tiene que ver con contar historias, y en eso soy súper buena. En fin, parece que estaba en Roma. Mi marido (Gabrielle Persanti) es de Italia y cuando Pato (Fernández) me lo ofreció yo estaba allá.

Volver al origen (1998)

En abril de este año, Lorena Penjean regresó a The Clinic tras 13 años, pero esta vez en un puesto de poder: regresó como editora general. Aceptarlo implicó asumir un cargo que nunca se esperó ni menos buscó. Eso sí, puso condiciones: que el medio volviera a sus orígenes.

—Esta es la primera vez que tomo un proyecto de esta magnitud. Yo siempre he sido súper second best. Soy súper buena haciendo que las cosas pasen. Trabajé muy bien en Fábula, siempre al lado de Juan (de Dios Larraín). Siempre trabajé al lado y atrás del Álvaro (Díaz) y el Pedro (Peirano). Esta es la primera vez que tengo un rol visible y que me hago yo sola cargo de algo —dice.

—¿Qué te dijo Patricio Fernández cuando te llamó para ofrecerte ser editora?
—Cuando me llamó le dije “te equivocaste de persona, no leo el Clinic desde que me fui, lo encuentro una lata soberana”. Le hice harto bullying, pero Pato me dice “es perfecto, es justo lo que andamos buscando. Vamos a cumplir 20 años y te necesito. Tú además participaste en el origen del proyecto, tú sabís de lo que estamos hablando y además te diste una vuelta por el mundo”. Yo le dije “pero es que lo haría tan distinto” y me dijo “bueno, eso es justamente lo que necesito, pensarlo de otra forma”. Así acepté ser editora.

—¿Qué no te gustaba del Clinic?
—Me aburrí un poco de ese ánimo medio odioso. Y bueno, ni hablar de las portadas machistas.

—Pero ese machismo siempre estuvo.
—Sí, pero pasa que el mundo cambió.

—Pero tú hablái de que el medio tiene que volver a sus orígenes, y en esos orígenes estaba ese machismo.
—Sí y sí, y sí y no. Por qué te digo el sí: entiendo a todas las mujeres que dicen que este es un medio machista, lo ha sido porque este país ha sido un país machista. The Clinic además ocupa el humor, pero no vengamos tampoco a ser tan taxativos en esos diagnósticos: este país ha sido un país machista. Nosotros crecimos ahí, por eso las discusiones de hoy son tan bacanes y sorprendentes y sofisticadas, porque yo crecí en la tele con los chistes ofensivos contra los homosexuales, como el “soapisa” o Tony Esbelt. Y nos reíamos todos de eso. Nosotros crecimos cuando se hacían los chistes de la suegra, la vieja, la hueona… no es fácil. En ese sentido, sí, el Clinic era machista como este país era machista. Los tiempos cambiaron y nosotros estamos obligados a ser un medio moderno. El Clinic fue vanguardia y ese es el camino que hay que retomar.

—¿Volver a 1998?
—Te digo que hay que volver al origen porque me gusta mucho pensar en ese momento, aunque el país haya cambiado. Nosotros tenemos pilares inconfundibiles. El humor. El humor es un sello de esta marca. Yo no compito con La Tercera, con CNN o con El Desconcierto, yo compito con toda la gente que tiene un celular, contra los memes o contra cualquier persona que sea graciosa. Lo otro es la calle. A nosotros sí nos gusta salir de los bordes y eso quiero recuperarlo: me encanta la calle y las historias de marginalidad. Y además tenemos periodismo. Y tenemos un periodismo bacán, y eso lo estamos recuperando con la Ale (Matus). A eso me refiero con volver al origen, pero con esta mirada actual.

—¿Habíai sido editora antes?
—Yo nunca antes había sido editora. Primero me asombré, era como “¿me estái hueando?”, pero al poquito andar lo encontré un honor, lo encontré un desafío increíble. Por eso acepté, porque el Clinic cumple 20 años y porque es bacán. Tengo un montón de ideas y sueños, aunque cueste concretarlos por el estado del periodismo en Chile y el mundo. Mira lo que pasó con Paula, con Qué Pasa, con La Hora y con todos los medios que están en la cuerera. Nosotros también lo estamos. El panorama es muy complejo, pero yo soy una convencida de que el Clinic no debe morir.

Calle, rock y chispeza

Cuando Lorena se instaló como editora general, lo hizo durante la mayor crisis económica y editorial de la historia de The Clinic. Su director Patricio Fernández había vendido un tercio de la propiedad del medio al empresario Jorge Ergas y acababa de crearse un sindicato a causa de la precaria situación de sus trabajadores.

—Cuando asumiste había justo un fuego cruzado entre el sindicato y la anterior dirección. ¿Cómo fue llegar a un lugar así?
—Fue espantoso. Muy doloroso. Lo padecí. Lo encontré triste. Me afectó ene. Sufrí harto. Llegái, imagínate, con ene sueños y de repente te cachái que la casa linda que conociste y que querís venir a pintar de nuevo se está incendiando. Fue súper triste, y por todas las partes. Me dolió mucho por Pato (Fernández). Él es mi amigo y se lo mostró como que el Clinic era Colonia Dignidad y Pato era Paul Schäfer. Eso me parecía tan injusto y lo sufrí, sufrí mucho. Quería mucho que se solucionara.

—Y se solucionó.
—Por supuesto, gracias a la voluntad de todas las partes. Me hubiera gustado que la noticia del avenimiento y entendimiento hubiera tenido la misma repercusión que tuvo el conflicto. Pero claro, no vende y es una pena, porque acá no sólo estamos todos estamos en paz, sino que nos apoyamos y queremos que el Clinic salga adelante. Demás está decir que valoro al equipo y que le agradezco a Pato que me haya entregado la dirección de un proyecto que a él le ha tomado 20 años de su vida. A Pato no sólo le agradezco su valentía, su talento y que haya creado el Clinic, sino que también su amistad.

—¿Cómo te llevái con el equipo?
—Esta redacción, desde que yo llegué y asumí la dirección, es un súper buen lugar. Mis periodistas me apoyan y me quieren. Yo los apoyo, los quiero, lo pasamos bien y nos sacamos la cresta.

Luego de lograr acuerdos con el sindicato y crear una sana convivencia, Penjean daría otro gran salto. A principios de agosto, Patricio Fernández renuncia a la dirección y se la entrega a quien fuera su practicante a fines de los ’90. Al mismo tiempo, Alejandra Matus llega como editora y jefa de investigación del diario, conformando la dupla femenina que hoy lidera The Clinic.

—Pasaste de editora a directora en apenas cuatro meses. Y no sólo eso, sino que llegó a tu lado un tótem del periodismo nacional como lo es Alejandra Matus.
—Imagínate, es un sueño. Yo soy súper buena trabajando en equipo. Yo sé hacer que las cosas pasen. Yo soy buena articulando energía, entonces cuando llega la Ale a mí me da un respiro, porque yo sé que ella representa periodismo.

—¿Tú pediste que llegara?
—La verdad fue Pato (Fernández). Pato fue un crack al dejarnos a nosotras dos el Clinic. Eso es mérito de él. Yo a la Ale no la conocía, la admiraba. Yo vengo de un lugar, si tú querís decirlo, más frívolo. La Ale, aunque no la conocía, la admiraba, había leído sus libros. Pato nos juntó y ha sido una alianza súper virtuosa, súper de compañeras. Las dos somos trabajadoras y las dos nos quemamos las pestañas y la guerreamos y la guerreamos.

—¿Se llevan bien?
—¡Me encanta, me encanta! La Ale tiene súper sentido del humor, es muy graciosa, al contrario de todo lo que se pueda pensar. Y es muy sabia, la Ale sabe de periodismo y trabajar con ella te da esa seguridad que te permite articular otras cosas que a mí me interesan. Tiene que ver con la vanguardia de la que te hablaba. Nosotros estamos llamados a ser el medio más vanguardista de Chile y de Latinoamérica. Tener a la Ale es un respiro, porque lo que yo necesito hoy día, aparte de renovar el espíritu, es calle, rock y chispeza.

Que The Clinic no muera

Sobre el escritorio de Penjean hay varias de las últimas ediciones de la revista, las cuales pese a las bajas en las ventas, siguen luciendo estoicas en los kioskos a lo largo del país. Los últimos números, particularmente, han tenido golpes como la entrevista exclusiva a Michelle Bachelet y trabajos como el Especial Memoria del 11 de septiembre.

Pero esos aciertos editoriales no necesariamente se reflejan en bonanza económica. Hace un año, The Clinic fusionó su área digital con el impreso para abaratar costos. Sin embargo, la actual directora asegura que la situación financiera sigue siendo riesgosa.

—¿Cuál es el modelo de negocios que tiene actualmente el medio?
—Estamos trabajando súper en eso. Piensa lo que ha pasado en otro lado: The New York Times te cobra 6 dólares por 12 semanas. Hace 50 años, si tú queríai comprar un diario pasabai una moneda y te pasaban un diario. ¡Tenís que pagar! No podís pretender que el periodismo se haga gratis. Es irresponsable. Nunca tuvimos tanto acceso a la información y nunca estuvimos más desinformados.

—Es que Internet cambió todo.
—Este es un debate que a mí me encanta. ¿Cuánto daño le ha hecho la publicidad al periodismo? ¿Por qué estamos tambaleando? Tal vez porque pusimos mucha esperanza en la publicidad y nos dimos cuenta que la publicidad nos coarta libertad. Es una ecuación que tú o cualquier periodista la tiene. ¿Cuál es la lucha del estudiante de Periodismo? No responder a ningún poder. Esa lucha nosotros la dimos y tuvimos suerte, porque llegamos a vender 80 mil ejemplares. Y nosotros, sin auspicio, vivíamos porque la gente nos compraba. Chao publicidad, aunque igual entraba, porque quién no quería estar en el Clinic. El punto es que cuando el impreso empieza a colapsar tenís que vivir en la web, y en la web tenís que vivir con otros medios que tienen dos personas y un celular. Tenís que vivir con Pictoline, que son cuatro diseñadores, niñitos que podrían ser mis hijos, y que hacen todo en 200 caracteres y dibujos. ¡Eso es el mundo hoy!

—Una cosa es el modelo de negocios, pero otra es lo editorial.
—Bueno, en la parte editorial nosotros estamos convocados de nuevo a ser vanguardia.

—¿Qué es ser vanguardia en 2018?
—Eso también es parte de la complejidad de la conversación.

—Te lo digo porque este año, en plena explosión del feminismo, el Clinic seguía tirando las mismas tallas machistas que tiraba en 1999. Ahí no había nada de vanguardia. Es más, era todo lo contrario.
—Te encuentro toda la razón.

—¿Entonces?
—Primero, yo creo que en algún momento vamos a terminar siendo audiovisuales. Yo soy de las que leo, a mí me gusta leer, yo leo reportajes de 30 mil caracteres. El mundo ya se dividía entre la gente que leía y la que no leía, pero ahora se divide en los que leen y los que leen 5 mil caracteres. Y tú lo sabís muy bien, porque erís editor. ¿Qué hago yo entonces? ¿No tengo que entrevistar a la presidenta?

—Sí, ¿por qué no?
—Obvio que sí, porque nosotros tenemos humor, tenemos visitas y además somos influyentes. Y eso no me lo podís quitar. Nosotros somos súper influyentes. Y nosotros en un mes sacamos la entrevista a la presidenta, que ya se la hubiese querido cualquier medio, pero nos las dio a nosotros. ¡Toma! El reportaje de Villegas. ¡Toma! La investigación de la Ale Matus. ¡Toma! El Especial Memoria del 11 de septiembre. ¡Toma! Nosotros somos súper influyentes y tenemos que convivir en eso.

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“Me dolió mucho por Pato (Fernández). Él es mi amigo y se lo mostró como que el Clinic era Colonia Dignidad y Pato era Paul Schäfer. Eso me parecía tan injusto y lo sufrí, sufrí mucho”.

—¿Cómo se es vanguardia hoy, entonces?
—¿Cómo se es vanguardia hoy? Al tiro hay que sincerar que no tenemos las respuestas. Nosotros tenemos preguntas. Nosotros no leemos al país, nosotros le hacemos preguntas. Esa arrogancia de tratar de interpretar encuentro que es súper old fashioned. Nosotros vamos buscando historias, queremos marcar pauta, queremos hacer periodismo, pero eso es súper importante. Cuando tú ya sincerái eso, estái condenado virtuosamente a buscar más voces.

—Pero al mismo tiempo que hay que buscar voces, hay que buscar audiencias.
—Yo aquí tengo tanto para crecer. Todos los millennials van a volver pa’ acá. Pa’ que veái que soy ambiciosa. Nuestro público va a seguir siendo el mismo. ¿Quién nos leía tradicionalmente? Hombres entre 20 y 45, de Santiago, Valpo y Conce. Imagínate todo lo que puedo crecer. Montón. Puedo crecer para todos lados. En rango etario, en género… pa’ mí esta cuestión es una mina de oro. El punto es que necesito que sobreviva ahora en el corto plazo, necesito que no se acabe.

—¿Tiene sentido que siga existiendo The Clinic en papel?
—Yo tengo dudas con el papel. Básicamente porque tenemos un equipo muy pequeño y porque nos demandas mucha energía. Nosotros tenemos un impreso y una web. Hazte esa. Es ene pega que mi equipo hace y que no estamos haciendo solos. Hay ene gente que se ha acercado y que quiere colaborar. Te morís la cantidad de buena onda. Vengan, vengan, vengan. Vengan todos. Tómenlo. Intervénganlo. A mí me gustaría tener un TheClinic.lab, súper experimental. Este es un espacio comunitario. Yo creo en el periodismo colaborativo. Me interesa la descentralización. Sería tan feliz de tener una alianza con las radios regionales. Me encantaría porque ahí hay historias que son la raja, ¿cachái? El centralismo me tiene chata. Esas son luchas que me gustaría dar.

—¿The Clinic es un medio de izquierda?
—Por supuesto. De acuerdo a lo que implica ser de izquierda hoy.

—¿Y qué implica ser de izquierda hoy?
—Nada. No implica nada. Las izquierdas fracasaron. En el sentido del corazón soñador, sí somos de izquierda, pero nosotros sabemos lo que está pasando en Venezuela y en Nicaragua. Nosotros somos bien sensatos en ese sentido. Obvio, no somos de derecha. Somos de izquierda porque no somos de derecha, y esa cuestión creo que la sabe todo el mundo. Hay que reconocer que la izquierda fracasó. Estos días he estado viendo lo que pasa en el Frente Amplio y es muy interesante esa discusión.

—¿Qué opinái del Frente Amplio?
—Me encanta. Creo que somos muy hermanos. Es natural. Por edad, por energía. Lógico. Si tú me lo ponís en términos de marca, somos primas o hermanas. Porque no po’, no somos la UDI.

—Pero al Clinic mucho tiempo se le asoció a la Concertación.
—Sí. ¡Sí! Y no tengo ningún pudor en eso. Encuentro que es bacán sincerar la línea editorial. Porque tampoco estoy diciendo que sea frenteamplista, estoy diciendo que me encanta que pasen cosas…

Se cumple casi una hora de conversación cuando, de improviso, la puerta de la oficina se abre y aparece Alejandra Matus. “¡Estabai acá! ¿Cuándo llegaste?”, dice al tiempo que se da cuenta de que está ocurriendo la entrevista.

“Llegué hace rato, po’. ¿Almorzaste? ¡Almorcemos!”, responde la directora antes de continuar con la conversación que, en cualquier caso, estaba a punto de llegar a su fin.

—¿The Clinic va a sobrevivir?
—Yo necesito que sobreviva, pero es difícil porque el panorama es desolador. Cuando el periodismo tambalea, la democracia tambalea. Mira todos los periodistas que están sin trabajo. Me muero. Toda la revista Paula, te morís lo que chillé por la Paula. Estaban todas mis amigas ahí, secas, bacanes, temas de vanguardia, bien tratados. Y ahora no están en ningún lugar. Eso me preocupa ene y no quiero que nos pase a nosotros. Ese es un fantasma que está atrás mío todo el rato: cómo sobrevivimos sin dejar de hacer la pega que tenemos que hacer.

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