Por Patricio Pérez
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El humo circula en medio del silencio de dos personas, en una distancia cómplice. Gustavo Cerati ponía de manifiesto un proceso único en su vida. Lo nuevo y lo viejo se mezclaba y transformaba todo lo que tocaba, incluso su propia vida.

Hace 20 años, un 28 de junio de 1999, llegaba a las tiendas Bocanada, el segundo trabajo solista de uno de los músicos más inquietos de la música argentina que, desde la portada, se defendía por primera vez solo con nombre y apellido, ya quemado hasta el último fusible de la energía de Soda Stereo.

“Yo sé cuál es mi lugar (…) y creo que ninguno de los solistas que uno podría considerar papis o hijos de los papis del rock argentino puede hacer lo que yo hago” (Página/12, junio de 1999).

Ahora era un hombre de familia, aunque siempre con una parte de su cabeza puesta en horizontes paralelos. Sus tiempos se repartían entre la vida doméstica, la crianza de sus hijos y las horas que pasaba en el estudio que armó en el subterráneo de la casa, el cual bautizó como Casa Submarina.

En esos días de plena creación de material, a veces se colaba de sorpresa su hijo Benito, quien fascinado con las máquinas de papá, jugaba armando loops y filtrando su voz dando forma a sus primeras canciones, tal como quedó registrado en un íntimo reportaje que realizó el programa “El Triciclo” de Canal 13 en aquellos días.

En el verano de aquel último año del siglo XX, Gustavo se tomó el tiempo para zapar y dar forma al sucesor de Amor Amarillo (1994). A diferencia de aquella primera experiencia en solitario, sintió la necesidad de rodearse de otros músicos para llevar su material a otro nivel. Así fue como sumó a Fernando Nalé, al baterista Martín Carrizo, Flavio Etcheto y Leo García, todos músicos más jóvenes que él con los que entabló una conexión musical inmediata.

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“Teniendo en cuenta que era el compositor y la voz cantante de Soda Stereo, era lógico que muchos esperaran otra cosa de mí después de la separación. Pero no tenía ganas. Hice lo que quise. Y no me hago cargo del peso que signifique el parnaso de los solistas argentinos. Yo sé cuál es mi lugar. En este disco, musicalmente me fui al carajo. Y creo que ninguno de los solistas que uno podría considerar papis o hijos de los papis del rock argentino puede hacer lo que yo hago”, confesó Cerati en una entrevista a Página/12.

Las ideas fluían rápidamente. Junto a las lecturas sobre meditación, metafísica y textos de Deepak Chopra, circulaban en el estudio los viejos vinilos de su adolescencia, discos de bandas como Focus, Electric Light Orchestra, XTC, The Spencer Davis Group, Gary Glitter y Los Jaivas que sirvieron como fuentes para decenas de samplers que se escondían en las 15 creaciones de Bocanada.

Se trata de un trabajo que supo mezclar la electrónica más sofisticada que alimentaba las radios de aquellos días, con cierto pulso funk y las guitarras aventureras de siempre. Un tira y afloja del presente y pasado.

Veo a Bocanada como una película. No porque haya un argumento -el disco no habla de una sola cosa; es más bien ecléctico- sino porque manejamos los moods, los climas de una manera fílmica. Por ahí pasa el hilo conductor, por cómo se entrelazan las canciones con los momentos instrumentales“, definió Cerati en una entrevista de la época para la revista Rolling Stone.

“Es un álbum en el que la melancolía juega un papel muy importante, pero intento que nos lleve hacia una situación eufórica a través de la música” (Rolling Stone, julio de 1999).

La mezcla andino-electro de Raíz, el primer single del álbum, no preció ser suficientemente atractiva para el público en esos días. Por eso, poco tiempo después se impuso en los medios Puente, una canción más cercana al pop, con un coro expansivo que parecía jugar con ese recordado mensaje que lanzó en su último concierto junto a Soda Stereo, pero desde otra perspectiva: “Gracias por venir”.

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Visto desde el presente, Bocanada sigue luciendo ambicioso y de largo aliento. De los tambores machacantes de Tabu hay un solo paso hasta el tema que da nombre al álbum, una extraña balada mid-tempo que retrata la silenciosa descomposición de una relación de dos personas. De golpe, el sonido de copas sampleadas conecta con el hit del álbum, Puente, y el costado más pop y juguetón del disco (Río Babel, Beautiful, Perdonar es divino).

Comenzando el lado B surge Verbo carne, un desesperado pedido de salvación a un “Cristo 3D” en el que se hace acompañar por la London Session Orchestra, una orquesta sinfónica de 48 músicos que fue grabada en el estudio 1 del mítico Abbey Road. A continuación, las noches de electrónica y las experiencias de Cerati con sus proyectos Plan V y Ocio toman forma en Y si el humo está en foco y las dos partes de Aquí y ahora, entre los que se cuela un electrificado rock (Paseo inmoral). El vuelo concluye con un emotivo pasaje dream pop (Alma) y una atmosférica y circular pieza que cierra la cortina lentamente (Balsa).

En definitiva, un disco ecléctico y generoso en emociones. Así lo definía Gustavo a la Rolling Stone ese ’99: “Es un álbum en el que la melancolía juega un papel muy importante, pero intento que nos lleve hacia una situación eufórica a través de la música. Que vos percibas la melancolía de las melodías, de los arreglos y de las letras, pero que el todo tienda hacia la felicidad. Eso es lo que intento conseguir con mi música”.

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