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Dina Rendic es hija de madre chilena y papá croata. Tal como muchos de los inmigrantes que llegaron a Chile, su padre, Yerko Rendic Harasic, venía de la isla de Brac y Antofagasta fue la primera ciudad que lo recibió antes de radicarse en Santiago.

Desde muy joven, Drina comenzó a demostrar que se salía de los moldes y que era capaz de cumplir con las altas exigencias de su padre. Jugaba tenis, tocaba piano, era excelente alumna y tenía un gran espíritu independiente.

En conversación con CNN Íntimo cuenta que parte de esta independencia se debe a las exigencias en su hogar: “Mi padre era muy exigente con lo que cada uno de sus hijos hacía y si uno hacía algo debía hacerlo perfecto, casi demasiado perfecto, y eso va permeando dentro de la personalidad”.

Con tan solo 17 años logró convencer a sus padres de irse a estudiar a Estados Unidos, y al poco tiempo de estrenarse en la sociedad santiaguina, como era la costumbre en las familias acaudaladas, partió a la Universidad de Portland a estudiar Ingeniería Comercial.

Ahí conoció a Humberto Becerra, con quien se casó y tuvo tres hijos. Hoy, confiesa que fue su “capacidad de trabajo” lo que le gustó: “él estaba becado, pero era media beca (…), por lo que trabajaba en la universidad y afuera, y eso me encantaba, ya que encontraba que alguien con esa capacidad de trabajo debía ser un buen marido“.

Gestionando la cultura

El tercer hijo de Drina lo tuvo a los 41 años, cuando ya comenzaba a brillar como gestora cultural y socialité, lo que le sirvió como una potente herramienta a la hora de conseguir fondos para el desarrollo del arte y la participación de las mujeres en un campo donde los que mayoritariamente han brillado han sido los hombres.

En los ’80 comenzó a desplegar sus conocimientos de marketing, evaluación de proyectos y manejo de recursos, primero en Amigos del Teatro Municipal, luego en la Corporación Cultural de Lo Barnechea y en 2004 el presidente Lagos la nombró integrante del primer Consejo de las Culturas, que antecedió al Ministerio de las Culturas.

“Con Humberto volvimos a Chile el ’81 y pensé que aquí había tantas otras carencias, por lo que decidí contribuir de alguna forma y empecé a trabajar probono. (…) Aquí la gestión cultural profesionalmente no existía, había un grupo de señoras que se juntaban, los maridos le aportaban un poco de plata y ayudaban a niños artistas, pero súper poco profesional y efectivo”, afirma.

—Tú también fuiste parte de la Fundación de las Orquestas Juveniles y en el Consejo de las Culturas estuviste 8 años, ¿qué significó para ti ese nombramiento y ese trabajo en ese tiempo?

Fue un trabajo maravilloso. El presidente Lagos me nombró el año 2004 y tuve que ser ratificada por el Senado y me sentí muy orgullosa cuando pude integrar el consejo, donde trabajábamos intensamente (…) Trabajé bajo tres ministros, empecé con Pepe Weinstein, que fue el que instaló el consejo, después Paulina Urrutia y Luciano Cruz-Coke. Fue una experiencia distinta en cada uno de ellos, pero la gran gracia que tenía el consejo era que las decisiones que se tomaban ahí eran vinculantes, o sea, ni siquiera el Presidente de la República te podía cambiar eso.

Volver a estudiar a los 68 años

Dueña de una energía inagotable, a los 68 años decidió partir nuevamente a Estados Unidos, específicamente a la Universidad de Harvard a estudiar Relaciones Internacionales, por un motivo muy específico. Ahí, logró llegar a ser la mejor alumna de su clase.

Después decidiste partir a Harvard sola y estudiar relaciones internacionales, tenías 68 años, por qué

Eso fue por un motivo puntual. Yo toda la vida había sido gran admiradora de la educación americana (…) y yo siempre había querido que un hijo mío estudiara en Harvard, pero no había interés en eso y en fin, de repente me pasó algo muy puntual.

Hablé con el presidente Piñera, después de toda esta experiencia, que me hubiera gustado mucho ser embajadora de él -del primer gobierno- en algún país, yo buscaba el sudeste asiático (…). Postulé, fui a hablar con el ministro Moreno (…) sentí que conocía como estaban funcionando las nuevas políticas que el presidente estaba teniendo, y confíe en que ese nombramiento iba a llegar y al final no llegó nunca, entonces yo pensé ‘qué les pasa conmigo, deben creer que soy una socialité que no sirve para nada'”, sinceró.

“Entonces dije ‘voy a ir a demostrarme a mí misma y ellos que yo podría haber sido embajadora’, yo ya sabía que ya no se podía porque estaban todos nombrados, pero voy a irme a Harvard y fui a estudiar relaciones internacionales y tomé dos cursos con créditos que me hubiera eventualmente para tener un máster en RR. II. y me saqué las mejores notas del curso, porque yo era mayor, entonces yo sabía mucho más. (…) Para mí fue un hito tan importante en mi vida, de valoración propia, de sentir que a los 68 años podía estudiar, y no solo eso, sino que también ser importante en ese curso y aportar”, agregó.

Sientes que has tenido que demostrar muchas veces que no eres lo que la gente piensa de ti por la apariencia

Yo ser socialité lo considero una herramienta, considero que gracias a ser socialité logré el networking que se necesita para ser una buena gestora cultural. ¿Qué es una socialité?, una persona que lleva una intensa vida social (…), pero esa vida social se transforma -y trasciende- en aportes en las diferentes networkings que yo puedo hacer en esta vida social, entonces estoy feliz de ser una socialité.

Nunca quiso inmiscuirse en la política y era bastante más liberal que su sector, pero en el 2018, convencida de que tenía más poder de influir a través de un colectivo, fichó en Evópoli. Pensó incluso en presentarse a la elección de constituyentes para defender en la constitución los derechos de las mujeres mayores.

Fichaste hace poco por Evópoli y pensaste en ser constituyente

Yo traté de serlo en el primer proceso y estoy muy contenta de no haber llegado a eso, ni siquiera competí porque me di cuenta de que no había cupo.

Sobre el actual proceso, ¿crees que pueda salir un texto que genere consenso?

Tengo esperanza de que al final el Apruebo va a resultar con un texto que va a interpretar a la mayoría de los chilenos. (…) entiendo que es un progreso, yo soy liberal y ha sido el sector conservador el que ha estado predominando, pero yo tengo la esperanza de que ellos se den cuenta y se están dando cuenta.

Hoy su cruzada es el gerofeminismo, que lucha contra la doble discriminación que sufren las mujeres cuando envejecen. Está convencida de la máxima de Eleanor Roosvelt, que cuando una persona deja de contribuir, comienza a morir, y hoy, a sus 80 años, que confiesa con orgullo que quiere seguir siendo un agente de cambio.

—¿Qué significa para ti ir cumpliendo años?

Es un aprendizaje diario que uno tiene y siento que cada año que avanza sé más, aprendo más, tengo más empatía. Yo no nací empática, pero que he ido adquiriendo empatía. No soy la típica mujer cariñosa, aunque me he puesto así porque todos los años aprendo algo nuevo y progreso en mi espiritualidad y conocimiento, por lo que es una bendición ir cumpliendo años.

“Ha sido muy interesante mi vida, siento que he podido dejar huella en algunas cosas y tengo la esperanza de ser longeva (…). Estoy esperanzada de que voy a seguir aportando de aquí a bastante tiempo más. Yo no miro lo que he hecho, sino que estoy mirando para adelante“, cierra.

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