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Rafael Andrés Gumucio Araya debe ser de las pocas personas que se atreve a reconocer que no tiene un buen recuerdo de París. Llegó ahí a los tres años, de la mano de una familia de izquierda, pero de buena clase social, que salió de Chile tras el golpe de Estado.

Es el mayor de sus hermanos y el sexto Rafael Gumucio en la línea familiar. Su bisabuelo fue diputado y senador, su abuelo fundó la Izquierda Cristiana y su padre es historiador, por lo que aprendió entre su familia, ya que en el colegio no le iba bien.

Fue en esos años que se separaron sus padres y que su abuela paterna, Marta Rivas, se convirtió en la figura fuerte de su infancia. Fue ella, profesora de la Universidad de la Sorbone, quien despertó su interés por la literatura, por el debate de ideas y el cine.

“Lo pasé mal en París, aunque la infancia no creo que lo hubiera pasado bien en ninguna parte“, confiesa a CNN Íntimo. “Siempre he sido payasesco, he hecho espectáculo. Nunca hubo un momento en el que estuviera retraído, pero lo hacía para que nadie supiera lo que realmente me pasaba“.

Pese a no ser una buena etapa, fue en Francia donde tuvo su primer acercamiento hacia la literatura, los escritores y el arte. “Me hizo pensar que era posible cualquier cosa en el mundo de la literatura y el arte (…). Siempre pensé que era posible o creíble y que, al final, la literatura y el arte no estaba hecha de gente distinta”.

El hombre y el padre

A los 14 años un joven Rafael volvió a Chile, a un colegio subvencionado de Ñuñoa, donde no lo pasó mejor que en Francia. Al egresar se matriculó en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación para ser profesor de castellano, pero no tenía la vocación para hacer clases, sino para escribir, debatir y cuestionar.

En eso estaba a principios de la década de los ’90 cuando se sumó a Rock & Pop, donde su ingenio y la ironía fueron los ingredientes protagónicos de Plan Z y Gato por Liebre. Se hizo conocido por sus provocadoras columnas y es en el campo de la escritura, en los más diversos géneros, donde se ha hecho un nombre relevante.

Durante años se radicó en España, donde conoció a quien se convertiría en la madre de sus dos hijas: Beatriz y Carlota. No es exagerado decir que la paternidad lo fascinó y que hay mucho de él en estas dos adolescentes que transitan entre Nueva York y Santiago, porque Kristine, hoy su exesposa, es estadounidense.

¿En qué etapa o momento de tu vida has sido más feliz?
—Fui bastante feliz en la época de la Rock & Pop. No me daba cuenta entonces porque no estaba muy preparado para la felicidad. Creo que también los primeros años en España fueron felices, ya que acababa de publicar mis primeros libros y de conocer a la que sería mi esposa, por lo que fue un momento de mucha felicidad y plenitud.

En esa época te vestías como un señor grande y hasta escribiste tus memorias de forma prematura, pero ahora te soltaste las trenzas.
—Me lo decía la gente en esa época, pero yo no quería hacer caso de que me iba a pasar esto, de que me iba a rejuvenecer. Quería que me dijeran don Rafael, que me dejaran el asiento en la micro, pero es que tenía una gran sed de definiciones, quería definiciones, quería saber el final, entonces empecé escribiendo mis memorias, el final.

—¿Te gusta ser de la aristocracia o haber sido de la aristocracia?
—Me entretiene porque es completamente ficticio; no tengo ninguna responsabilidad, ningún fundo que cuidar ni ningún honor, así que es agradable. (…). Lo que me interesa y entretiene es estar ligado a la historia. Como la historia me gusta y apasiona, que sea un problema personal o familiar, me resulta muy entretenido, interesante y novelesco, pero sigue siendo una cosa artificial.

Volviste a vivir en la casa de tu mamá, ¿Qué significa eso a los 53 años?
—Un placer. En muchos sentidos mi vida es más parecida a la de un adolescente, un joven, que lo que fue mi vida de adolescente misma, pero lo que te caga la juventud y adolescencia es la incerteza, es no saber en dónde va a parar uno.

Lo que te quita esta adolescencia es que ya eres padre, ¿cómo te envolvió la paternidad?
—Conmueve y te remueve en lo más hondo. Fue también muy natural, porque antes que nacieran mis hijas tuve dos hermanos mucho más chicos que yo, con los que tengo una relación un poco paternal, entonces no fue totalmente sorprendente. Es un rol que me parece muy agradable, me gusta, me siento bien y es evidentemente el lugar donde yo más en calma me siento.

¿Te hace vulnerable la paternidad?
—Sí, es lo más vulnerable que hay. Cuando uno tiene hijos resulta que todo lo otro parece muy poco importante. Eso es un tiempo, después ya crecen y uno vuelve a ser el imbécil de antes.

¿Eres un hombre de vivir en pareja o uno al que le gusta la soledad?
—Soy una persona bastante sola, me encierro mucho a hacer mis cosas, pero no me gusta estar solo, me gusta estar con mucha gente acompañándome (…). Me gusta estar solo, pero también me gusta tener mucha gente a quien contarle lo solo que estoy.

“Nunca votaría por alguien de derecha”

Autor de 16 libros, entre novelas, ensayos, cuentos, guiones de teatro y hoy biografías, es también fundador del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales (UDP). Crítico de lo que él mismo bautizó como octubrismo, nunca le ha rehuido a la polémica ni al debate, que por estos días se ha vuelto una acción riesgosa.

¿Qué tan difícil se ha vuelto opinar en Chile para un hombre como tú?
—Pasa en todas partes, es peligroso. (…). Es peligroso en el sentido de que hay una cierta aversión al riesgo, entonces mucha gente dice ‘estoy de acuerdo contigo, pero prefiero que no nos vean juntos en el mismo lugar’. Eso laboralmente también a veces es complicado, ya que hay una cierta aversión a la persona que pueda traer riesgo, aunque traiga más audiencia.

Según el escritor, en la sociedad, tanto la chilena como en otras, está lleno de “personas que no molestan, de gente que está ahí, un poco tofu, al que cualquier salsa le queda un poco bien. A esas personas les va mejor, pero es un riesgo que uno asume porque o si no no sería divertido si no estuviera el riesgo“.

Hay polémicas que te han resultado más difíciles que otras, ¿cuál es el tema que en Chile hoy genera mayor sensibilidad?
—La vez que tuve más exposición en el sentido delirante o extraño fue con el tema de los animales, el animalismo o veganismo, que en esa época estaba más en boga de lo que está hoy. En veganismo fue lo más raro, pero lo más peligroso es el feminismo, porque es un tema importante, de verdad, peligroso, complejo. Atacar a una minoría no tiene dificultad, pero las mujeres no son minoría.

Gumucio confiesa que los artículos que ha escrito sobre la expresidenta de la Convención Constitucional Elisa Loncon “han sido mucho más peligroso que cualquier otro que yo haya escrito. Puedo insultar a Gonzalo de la Carrera de la manera más oprobiosa, pero hay a ciertas personas a las que no se puede tocar porque es de mal gusto hacerlo“.

¿Y qué sigues pensando de las feministas?
—Es que yo soy hijo del feminismo. El feminismo es la única revolución que realmente funcionó, de todas las que se han hecho, y yo soy parte de ella, no diré que soy líder de nada, pero sí siento que la sensibilidad posmoderna es lo que realmente me ha molestado o llamado la atención.

Una de las peleas que tuviste dentro de tu propio sector o núcleo más cercano fue con el octubrismo. Tú acuñaste el término octubrismo.
—El octubrismo no es la gente que estuvo en la calle, sino que es un concepto intelectual muy precario. Desde mi generación se defendía el octubrismo, o sea, lo que estaba pasando en la calle, desde una cierta indigencia intelectual, desde una especie de enojo contra una elite que nunca logró acuñar ninguna razón de fondo (…). Un movimiento sin líderes, petitorio o acción política termina en nada o termina favoreciendo a los poderes establecidos, que es lo que resultó al final.

El octubrismo se manifestó en la Convención Constitucional, pero se desarticuló rápidamente.
—Eran ideas ajenas. Había muy pocas cosas que habían surgido realmente de la base o realmente de la historia chilena, eran cosas totalmente ajenas, eran posgrados no terminados, eran proyectos de tesis. Había cosas legítimas e importantes mezcladas y sobre todo en un ambiente de confusión lingüístico-literario muy grande que, por lo demás, se enredó en la Constitución nueva.

Ahora, tú votaste Apruebo en el pasado plebiscito de salida.
—A veces, pero me alegré profundamente de haber perdido, no tenía ninguna esperanza, simplemente voté con mi tribu, porque me cuesta mucho salirme de mi tribu, porque mi tribu es una tribu histórica, pero me alegro de haber perdido.

Las tribus reaccionan distinto ante distintos escenarios, por ejemplo, ante el surgimiento de la extrema derecha. ¿Tú votarías, por ejemplo, por Evelyn Matthei?
—No, no votaría nunca por alguien de derecha, me costaría mucho. Tengo un enorme aprecio por Evelyn, la creo muy capaz y tengo la mejor opinión de ella, pero no puedo votar por la derecha, quizás votaría blanco o nulo. Pero yo voté por Alejandro Guillier, eso habla de lo profundamente enfermo que estoy de mi tribu.

¿Ahora qué vas a votar?
—Voy a votar Rechazo (En contra) y ahora sí voy a estar feliz de ganar. Me parece que todos los defectos de la Constitución anterior se repiten en esta y ninguna de sus cualidades. Creo que lo que prevalece es una enorme confusión intelectual, una enorme incapacidad verbal que habla de una generación intelectualmente muy extraviada -no solo en Chile- que no es capaz de detenerse ante la glotonería verbal, o sea, no es capaz de decir las cosas de manera sencilla.

¿Esta Constitución, la actual, es la del 2005 o la del ’80?
—Esta es la Constitución de (Ricardo) Lagos, yo voy a votar por la Constitución de Lagos.

Hay un vance extrema derecha. ¿Crees que sería una buena idea recurrir a Michelle Bachelet?
—Yo creo que el bicicleteo Bachelet-Piñera fue una de las causas de decadencia más grande de la política chilena de los últimos 20 años. (…). La casta política se envició con la idea de ganar y ganaron dos veces con muy malas opciones.

Hace poco triunfó Milei en Argentina, ¿estamos cerca de poder llegar a eso?, ¿crees que eso es contagioso?
—Por supuesto, muy contagioso. Tuvimos a un candidato, Franco Parisi, que no estuvo en Chile, que estaba acusado de todo tipo de tropelías y que era realmente un pilluelo de cinco suelas y que, sin embargo, sacó un buen porcentaje.

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