Por Álvaro Vergara

El Partido Republicano enfrenta un escenario que requiere de una actuación precisa y calculada. Luego de esbozar un discurso contrario al cambio constitucional antes de las elecciones del 7 de mayo, sus representantes hoy detentan la mayoría del órgano encargado de redactar el proyecto que se plebiscitará en diciembre. La situación hasta ahora ha dejado varios elementos dignos de análisis. El más relevante, quizá, es que los consejeros republicanos han mostrado disciplina, orden y un bajo perfil, lo que les ha permitido cumplir sus labores en relativa tranquilidad. Después de algunos tropiezos al inicio, no han demostrado ambición desmedida ni particulares ganas de figurar en los medios de comunicación, exhibiendo un claro contraste con la Convención derrotada el 4 de septiembre.

Es difícil llegar a los puestos de poder y, aún más, ejercerlos de buena manera. José Antonio Kast y su grupo de confianza lo saben, y parecen ser conscientes de los desafíos que les depara el futuro. Hasta ahora logran aplicar control de daños, reaccionar a tiempo y encumbrar de nuevo el rumbo. Por lo mismo, se han dado cuenta de una cosa no menor: esta es una oportunidad histórica para consagrar un nuevo texto constitucional, aprovechando sus mayorías circunstanciales. Pero, al mismo tiempo, son conscientes de que esta misma posibilidad podría terminar dañando su proyecto, partido y liderazgos, si se interpreta como una ‘renuncia’ a sus ideales.

Es cierto que la contingencia —sobre todo las preocupaciones en torno a seguridad, migración y economía— ayuda a empujar algunos temas defendidos anteriormente por el partido. No obstante, también debe decirse que las enmiendas presentadas no han sido radicales ni antidemocráticas, como algunos han intentado sugerir en las últimas horas. Con todo, respetar el trabajo de los expertos no significa que los consejeros daban mantener el anteproyecto tal como fue recibido. Si así fuera, esta etapa carecería de sentido. Los republicanos tienen la facultad, pero también la obligación, de plantear lo que consideren necesario; la aprobación final de sus propuestas dependerá de las instancias correspondientes y, por supuesto, del veredicto de la ciudadanía. Tienen el imperativo de evaluar cuidadosamente lo que proponen y defender sus ideas, pues para eso fueron elegidos.

Recordemos que en una de las votaciones más concurridas (y menos motivantes), la mayoría de la población se decantó masivamente por el Partido Republicano, arrasando en casi todas las comunas del país. Como todavía no sabemos qué motivó en concreto a ese votante, el ejercicio debería ser una mediación entre las apreciaciones de la gente para plasmarlo finalmente en la propuesta. Anteriormente, se le dio la oportunidad a la ultraizquierda de la Convención Constitucional y ya sabemos lo que pasó. Antes, el desorden, la funa y las faltas de respeto eran comunes en los grupos dominantes dentro del órgano, pero ahora existen grupos estructurados que incentivan un ambiente de acuerdos.

Hasta ahora, los republicanos responden a la altura del desafío. Podrían no hacerlo y ceder a la tentación de pasar máquina, pero el trauma de la Convención Constitucional está presente y seguramente servirá como ejemplo del camino equivocado. Pese a ello, carecería de sentido que, habiendo ganado el control del consejo de manera tan arrolladora, no hicieran valer sus mayorías de alguna manera. De hecho, eso podría ser interpretado como una falta de compromiso con su propio electorado y, naturalmente, con su proyecto político. A fin de cuentas, el Partido Republicano se encuentra en una etapa donde los errores se pagan caros.

En todo esto, no obstante, hay dos grandes líneas rojas. La primera obviamente es que el texto debe aprobarse en el plebiscito para regenerar el trastabillado sistema político chileno. La segunda es que si se olvida que una Constitución necesita legitimación transversal para mantenerse en el tiempo, correremos el riesgo de que, en un par de años, la izquierda radical vuelva a pujar por desensamblar la institucionalidad. Tal vez no hoy ni mañana, pero sí en 10 o 20 años. Las cúpulas republicanas deben darse cuenta de que, si lo hacen bien, tienen enfrente una oportunidad para enterrar al octubrismo que, por querer reinventarlo todo, estuvo a punto de destruir la institucionalidad chilena. A republicanos no les queda más que buscar el justo equilibrio. En esa tarea se ve la capacidad y el talento de los conglomerados para consolidarse como una alternativa digna de confianza.

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